SEGUNDA PARTE
26
Una noche, tres semanas más tarde, Cork había
sentido necesidad de salir a caminar. Una lucecita amarilla se había encendido en
el fondo de su cerebro. No iba a esperar la señal roja. Le dijo al propietario
de La Costa de Sotavento que iba a estirar las piernas, a tomar un poco de
oxígeno para volver a apurar otro vaso de cerveza.
Volvería a
tiempo para la cena. Después leería un buen rato y pondría en orden
algunas notas que había escrito de Orizaba. Sobre la pequeña mesa, de su
confortable cuarto en el hotel Francia, estaba un plano topográfico, escala
cincuenta mil, de una región del noroeste del país que en dos semanas más visitaría.
Uno de sus proyectos de investigación consistía en ayudar a convertir el norte
en un vergel. El país hace considerablemente más anchos sus paralelos a
partir de Zacatecas. Pero es el punto en que también empieza la llanura
desértica. Seca como pocas regiones en el planeta. Un poco más al norte se
encuentran los mismos paralelos de los grandes desiertos árabes y africanos. En
cierta ocasión habían transcurrido siete años para que cayeran unas gotas de
lluvia sobre Torreón Coahuila. Tlaloc está en todas partes, sólo hay que
saberlo encontrar. ¿Desalinizar el agua del mar y meterla al desierto, como
dice Guillermo, o extraer agua del subsuelo. Se acordó que el desierto de
Samalayuca está prácticamente flotando sobre un enorme manto de agua. Habrá que
empezar esa tarea. Algún día se encontrará la solución. O bien dejar el camino
andado para que otros continúen el proyecto. “Para eso fui creado”- dijo
en voz alta -. “Para eso me formé”. Se rió y agregó: “Y también para buscar la
forma de que el Sol dure más de cinco mil millones de años iluminando a este
planeta”. Bueno, creo que esto es más factible que la locura de Guillermo de
traer témpanos de hielo del Polo Norte hasta el Golfo de California ¡Lo
que se le ocurre a la agente! Bueno, la ciencia está llena de locuras.
Mejor dicho, la ciencia empieza ahí donde brota una idea loca. Se empieza por
hacer una mueca de escepticismo…
Recordó
aquella lejana noche frente a la hoguera. Le habían recomendado en su comunidad
que desde el primer día de escuela, en la ciudad de México, no perdiera de
vista los procesos de evaluación de alumnos respecto de otros países. ¿Por qué
de otros países y no los de la tierra? Porque los convenios de la investigación
y la industria se están suscribiendo con otros países. La competencia entonces
va a ser en foros lejanos. En ese tiempo no existían los sistemas de evaluación
aquí. ¿Cómo podían compararse nuestros estudiantes? Además los maestros de la
primera enseñanza estaban desatendidos en sus percepciones. La consecuencia era
que sólo daban doscientos días de clases al año, con cuatro horas y media al
día. La alerta era en el sentido que si no buscaba la manera de compensar esas
deficiencias, no estaría en posibilidades de éxito...Hasta mucho tiempo después
pudo recordar que, la primera vez que alguien le había llamado directamente,
había sido en esa ocasión que los consejeros del grupo lo requirieron en
derredor de la hoguera: “De manera especial la comunidad ha puesto cuidado en
ti, desde que naciste. Tu alimentación ha sido atendida por todos. Nuestros
viajes a las tierras de los otros paralelos nos han enseñado, desde hace
siglos, que nadie puede tener buen desarrollo como estudiante si está mal
alimentado". Aunque niño, había alcanzado a contestar: "Me parece injusto
que se alimente bien a uno, pasando por los demás niños"” El más viejo le
dijo." “Hace miles de años que vivimos en el desierto. Nadie hasta ahora
ha encontrado la manera de convertir el desierto en un paraíso productivo. Nos
gusta el desierto pero no hay alimentos vegetales y el ganado se muere de sed.
Pocos de nuestros niños han podido llegar a la enseñanza media superior.
Después tienen que abandonar y dedicarse a trabajar en algo. Todos los oficios
son respetables, pero ninguno de estas actividades nos ha podido mostrar el
camino de la gran producción. Estamos atorados. Tenemos la creencia de que, con
el primer niño de nuestra comunidad, que logre abrirse camino, otros
seguirán su ejemplo. Entonces el grupo tendrá que hacer planes para
otros. Por eso es que necesitamos quitarle el corcho a la botella... Entiende
que eres, como dicen en las tierras de más al norte, nuestra esperanza...
Estamos haciendo lo nuestro. Te toca hacer lo tuyo. Desde luego la vida tiene
muchos accidentes. Empezando por las diferentes etapas de la vida del
individuo...Pero no es cosa de envolverse en algodones y crecer como planta de
invernadero. No. Hay que vivir la vida...” “Y, si no pudiera yo alcanzar esa
meta? ¿Si la vida me detuviera antes de llegar al punto que espera la comunidad?”
El viejo había dicho simplemente, perdiendo la mirada entre la noche del
desierto, a través de las llamas de la hoguera: “¡Volveríamos a empezar con
otro niño!” La próxima vez será una niña. Cuando una mujer se empeña puede
sortear obstáculo tras obstáculo. Después seguirá otro niño, y esperando su
turno tendremos una niña más. En realidad, antes que a ti, hemos enviado a dos
hombres y una mujer. Diversas causas les han impedido alcanzar la meta...La
meta de la comunidad... Les ha ganado la cultura del bienestar y se han
desatendido del progreso del grupo. No es solamente el cuidado del niño en
turno. Desde que la madre de ese niño era, a su vez, una niña, la comunidad
empezó a cuidarla y alimentarla con más cuidado que al resto de las mujeres del
grupo. “¿De manera que kiva, mi madre, fue seleccionada para cuando
tuviera a su hijo?” “¡Así es!”.
Se acordó de una frase que el
Pingüino Jack Nicholson dijera en “Batman: “¡Hay tanto que hacer y tan poco
tiempo!” Y enseguida empinó medio vaso de cerveza, que había dejado desde en la
mañana, cuando se disponía a bajar al restaurante del hotel a desayunar. Dos
figurillas, confeccionadas con hojalata, adornaban la parte inferior del
estante de las botellas de licor de la cantina. Eran dos hombres montados, uno
en un caballo estrafalario y el otro en un burro chaparro y algo flaco..
Mientras apuraba el último trago de su cerveza Cuahutemoc, pensó:
“¡Hidalgo egocéntrico hasta la chaveta. Tus negocios pasaban por
una situación por demás deteriorada...Comprabas libros viejos de alocada
caballería. Pero... ¿qué haríamos si no pudiéramos soñar...?”
Salió y
empezó a correr por una calle todavía céntrica de la población. Pasó por el
mercado y dejó atrás el edificio de hierro. Sólo quería correr unos kilómetros
y regresar. Después modificó su idea. Abordó un autobús. El primero que
pasó. Llovía como una verdadera tempestad. No sabía para donde iba. Lo que
quería era correr. Una inmensa necesidad de correr hasta caer rendido. Pasó Río
Blanco, Nogales y Ciudad Mendoza. Se bajó en la Subestación Eléctrica. Los
relámpagos iluminaban en todas direcciones. Se escuchaba el trueno y enseguida
caía más y más agua. “Son los tlaloques” se dijo. “Creo que el cielo se está
desplomando”. El agua le bañaba a tal punto que tenía que pasarse la mano por
la cara para poder ver. Trataba de ver en la oscuridad. Empezó a correr en la
dirección que había seguido el trasporte. Ahora ya sabía que se dirigía
hacia el oeste. De pronto pronunció una palabra en voz alta: “El Mirador”..
“Veremos qué deterioro me han causado tres semanas en La Costa de Sotavento”. Se sintió mejor cuando el terreno empezó a
subir. Tres kilómetros más adelante pensó: “Ahora empiezo a sentirme bien, muy
bien”... “¡Que carajo: me siento estupendamente. Esto es una delicia!”
Los vehículos pasaban a toda velocidad tratando de agarrar carrera en la
cueste de enfrente y lo salpicaban con un chubasco levantado del asfalto.
Siguió corriendo entre la noche. Nada más natural para él que la noche y el
agua. Y correr. Su pueblo corría por religión. Golpeaba una especie de pelota y
corría durante el día y la noche. Conocía la noche cósmica desde que estaba en
el vientre de Kiva. “Los que me distingan desde sus asientos, en el interior de
sus vehículos, contarán más tarde que vieron un fantasma en la carretera. Un
fantasma entre cientos de vidas que se han apagado en esta carretera”.
Luego pensó. ”Si el propietario de La Costa de Sotavento me escuchara, diría que estoy loco”.
Unos seis
kilómetros adelante pudo ver, por los fanales de autobuses y camiones, que la
carretera hacía curvas que en ocasiones se aproximaban en su trazo. Notó
que seguía subiendo. “El Veintiuno”. Unos perros salieron a su paso pero pronto
desistieron de perseguirlo. Un relámpago iluminó el paisaje y vio el cementerio
que quedaba a su lado izquierdo. Allá atrás pudo haber seguido para Maltrata
pero, al distinguir las cruces de las tumbas, estuvo seguro que seguía la ruta
en la que había pensado. Lo confirmó porque la subida era sostenida, no porque
pudiera distinguir algo en aquella noche cerrada. En tramos tenía que caminar
por lo empinada del trazo y luego reanudaba el trote.
La
línea invisible, solo de vez en cuando iluminada de manera fugaz por algún
camión, seguía subiendo a lo largo de una interminable cuesta....Pensó en
Clemencia. ¿Lo necesitaba a él, para no morir. ¿Juega el juego de
evadirse de la nada? Si llegara a callar al máximo sus sentidos, y por
fin alcanzara a fundirse junto con la Gran Luz, desaparecería. ¿Le temía al
Gran Vacío? Cada beso que le daba, con la consecuente inundación de sus ropas
íntimas, cada pensamiento erótico que experimentaba, cuando estaban cerca uno
del otro, le aseguraba la posibilidad de seguir conservando su identidad... Se
acordó de Lady Mulhammer, personaje de T.S.Eliot: “Con fanática devoción se
dedica, alternativamente, a la Sabiduría de Oriente, al vegetarianismo, a la
numerología, flirtea con la teoría de la reencarnación y juzga a los hombres
por su aura”.
En ocasiones
el camino se levantaba tanto que otra vez caminaba. También se
acordó de sus colegas de la Universidad y de sus interesantes conferencias. El
bióxido de carbono y el aumento de la temperatura en la atmósfera, con el
creciente vapor de agua que se levanta por este motivo del mar, y los ciclones del
poniente de África. ¿Calentamiento? Ahora estaremos a diez por debajo del cero.
Ya no llovía a
estas alturas. Pero el frío calaba. El efecto de invernadero quedaba allá
abajo. Acá arriba la Luna misma estaba rodeada por un aura de hielo. Tuvo
conciencia de que tendría que seguir corriendo para conservar la vida. Si se
detenía, seguramente moriría, pues ya hacia mucho que los efectos de la “caña”
se habían disipado. En una vuelta de la carretera se encontró que, a su lado
derecho, un glaciar brillaba en la noche iluminado por la luz de las
estrellas y colgaba sobre una enorme pared de roca. “¡Oh, diantre!”, pensó,
“¡Es el viejo Poyahutecatl. La montaña más alta de todas las montañas!”
¡Eso va a merecer otro vaso de cerveza, cuando esté de regreso en La Costa de Sotavento! Probablemente el Poyahutecatl permanezca así
muchos años, quietecito, sin meter presión en sus calderas de vapor. De todas
maneras se tomarán medidas preventivas para proteger a la sociedad que vive en
sus faldas. No se permitirá la instalación de poblados nuevos hasta ciertas
distancias, ni la instalación de industrias, granjas, fraccionamientos. Hasta
las “rutas” de arrastre por gravedad de su material morrénico se estará
considerando. La ancestral falta de previsión en ese sentido, con respecto al
Popocatepetl, con todo el barullo que ha ocasionado en la sociedad en estos
últimos años por su actividad volcánica, ha dejado mucha experiencia que
ha sabido aprovecharse.
Sintió que el
camino que recorría estaba lleno de almas negras. No estaba solo. Carmen nos
había contado que la carretera Puebla - Puerto de Veracruz, fue en otro tiempo
el corredor en el que se habían establecido, desde el siglo dieciséis, diversas negrerías. En ellas se podían comprar esclavos. Indios y chinos. Pero de
preferencia negros. Negros que trajeron directamente de África o bien
después de vivir algún tiempo como esclavos en España o en las Antillas.
Habían sido arrancados por la fuerza de su tierra. ¡Y el trato que se les
daba tanto en el trayecto hasta América como en los lugares en los que eran
finalmente asignados! Sin embargo, los negros que llegaron con los españoles,
eran sus trabajadores de confianza. Ocupaban cargos desde sirvientes hasta
administradores y capataces. Esta fue la visión que tuvo el indio que acababa
de perder México- Tenochtitlán. Blancos y negros habían llegado para
sojuzgarlo. Por su parte los negros esclavos de principios del siglo dieciséis
tenían conciencia de cuál era su papel que estaban jugando. Circunstancia que
aprovecharon con largueza. Abusos, crímenes, violaciones y saqueo que
cometieron en los pueblos de los indios así lo prueban. Cuando el comercio de
la esclavitud de los negros apareció en el horizonte, esta actitud de
intocabilidad se acentúo todavía más. El negro le había costado dinero al
español y nadie podía tocar esa inversión. Rechazo, crímenes y revueltas entre
negros e indios fue la constante a lo largo de varios siglos. Después llegó el
mestizaje. En parte este siguió la inercia que conservaba tal comportamiento
contra los indios. Esta animadversión convenía al español. Durante mucho tiempo
utilizó al tlaxcalteca, su aliado incondicional, en sojuzgar a las etnias de
todas partes. Cuando el tlaxcalteca llegó a valer lo mismo que el azteca
derrotado, en el ánimo del español, éste ya no se sintió tan seguro. Con el
tiempo los acérrimos enemigos de antaño, empezaron a tener conciencia de quién
era el que los echaba a pelear entre sí. De esa manera empezó el anhelo de
independencia. Al principio cada quien intentó liberarse por su lado. No
pudieron, hasta que llegó el angloamericano. Hacía falta una infraestructura de
espionaje y conspiración. Los españoles sí la tenían pero no los nativos... Los
compraban en estas negrerias y los llevaban a los valles centrales de Puebla,
Michoacán, Guanajuato, Nuevo León, Colima, Campeche, Tabasco y Tamaulipas. Es
el recuento de los intereses europeos que emprendieron la más completa
destrucción de toda vida cultural, religiosa y de dignidad humana. Hasta
compraban negras, las embarazaban y vendían como esclavos a los hijos que de
esa unión salían. Se considera que fueron cien millones de negros que, durante
la Colonia, secuestraron para traerlos de esclavos a América. De estos
solamente cincuenta millones llegaron con vida. El resto murió de hambre y
enfermedades durante el viaje. Eran arrojados al fondo del mar. En el fondo de
esos mares hay millones de gente de todas las nacionalidades que han muerto por
accidente o por las numerosas guerras. Pero se puede decir que esos mares son negros.
Cincuenta millones de africanos yacen en sus simas. El Mar de los Negrosdebería llamarse ese océano, había dicho Carmen. No
hay razón para que siga manteniendo el nombre de “Atlántico”. ¿No hay un
Mar de los Sargazos?, por qué no podría haber un Mar de los Negros. Hay una extensa bibliografía sobre la
presencia negra en México- había agregado Carmen -. Y es necesario
conocerla. Porque hacerlo es entender mejor nuestra realidad como mexicanos.
Junto con su sangre, tanto de negros como de españoles y otros pueblos
europeos, llegó la gran aportación cultural de cada uno de ellos. Hacía el
siglo dieciséis teníamos la gran cultura indígena y original. Después llegaron
las otras dos enormes culturas que fueron la europea y la africana. “Todo eso
sucedió en esta carretera”, dijo Cork al atacar la última cuesta de ese tramo.
Mirando
hacia el cielo, de esa noche despejada de nubes, distinguió la Vía Láctea y
concluyó que no había sido difícil para los mexicas llegar a la concepción de
la serpiente: “Muerde su propia cola, como causa primeras del eterno retorno”.
Cuando dejó el Poyahutecatl a sus espaldas se percató que ahora se dirigía
hacia el sur. Pasó sobre la tétrica barranca de Ixquila, tumba de incontables
autobuses de pasajeros y vehículos particulares. Entonces supo que en menos de
dos kilómetros alcanzaría El Mirador.
A lo lejos
distinguió, entre la noche profunda y helada, unas débiles luces
amarillas. Se trataba de los focos del tejado donde estacionaban sus
“traileres” los trabajadores del volante de las carreteras. Era un restaurante,
entre otros locales comerciales, que hacían un lugar habitado integrado por
población de paso, antes de seguir su camino hacia el valle metafísico, o hacia
el Puerto, los que venían en sentido contrario.
Se apresuró a
franquear la puerta, todavía en plena carrera, como si siguiera protegiéndose
de la lluvia cuando ya hacía mucho que la había dejado atrás. Sintió el cálido
ambiente. Había sido una imprudencia, pero ahora estaba a salvo. La gente reía
con un programa de televisión mientras cenaba y no prestó atención a aquel
individuo que parecía haber salido de una alberca. Su camisa negra delgada, y
su suéter, estaban mojados, más que por la lluvia, ahora por el sudor de
la carrera. Se sentía muy cansado, pero se había empeñado a no parar de correr.
De esa manera conservó el movimiento y pudo ahuyentar el frío intenso que
obligaba a los otros a llevar gruesas chamarras de plumas o de piel de borrego.
Alcanzó una silla frente a una mesa de madera y llamó a la muchacha que atendía
a la clientela.
- ¡Una
cerveza, por favor!
- ¿Al tiempo o
fría?
En México es
increíble que alguien tome una cerveza que no haya salido del congelador. En
algunos lugares acostumbran “congelar” los tarros de gruesas paredes de vidrio,
guardándolos también en el congelador.
- Al tiempo-
dijo Cork mientras reía, sabiendo que al “tiempo” en ese momento quería decir
diez grados bajo cero. Ese pensamiento no era de él. En la isla, Clemencia le
había hecho ver el absurdo que es tomar una cerveza helada. Sirve la idea como
propaganda, pero nada más. ¡Clemencia! ¿Dónde estaría en este momento?
¡Meditando! ¿Seguiría cargando las faltas de sus vidas anteriores? ¿Dé
qué serviría si no contaba con un magisterio que escuchara su confesión, ya
fuera laico o bien religioso? ¡Era la liberación individualista de sálvese el
que pueda! ¿Tendría que seguir muriendo y renaciendo? No había absolución y por
lo tanto no se contaba con la condonación de faltas.“Inconsciente” era una
palabra que encantaba decir a Clemencia. Se preguntaba si la muchacha
encontraría primero la liberación o el suicidio. Quién podría saberlo. Como
fuera, él tenía la idea que había una zona, del alma de la krisna, que se
imaginaba llena de soledad y angustia. Una zona a la que él no tenía acceso.
Clemencia hablaba mucho de la vida emocional. De lo relativo que es todo lo que
sea sensual. De la causa y el efecto. Se preguntaba si en lugar de estar
hablando de los viajes astrales, la bella discípula estaría repasando los
apuntes de alguna clase de su Facultad de Psicología.
Se percató
vagamente que en el momento de retirarse la mesera, ésta sacaba su
pequeño aparato celular y lo accionaba. Seguramente ordenaba de aquella manera
que le trajeran la cerveza sin necesidad de ir ella hasta el mostrador. El
negocio se veía floreciente y ante la cantidad de clientes era necesario hacer
más eficaces los métodos del servicio. Cuando regresó con la cerveza,
destapada, llenó el tarro y apenas hubo dejado la botella sobre la mesa,
preguntó:
- ¿Tú eres
Malcom?
- Si.
Se retiró y
Cork la perdió de vista. En una pared (preparada para que la gente escribiera
lo que se le pegara la gana), estaba escrito, entre un mar de cosas chuscas,
terribles sentencias y otras que querían ser serias, un pensamiento de Amado
Nervo: “Si Tú me dices ven...” Más abajo uno de D. H. Lawrence: “ ¿Cómo es el
sueño lisiado y reprimido de la dama? Esta nunca lo sabrá; sólo se enterará
cuando alguien se lo haya dicho y entonces gradualmente y después de muchos
rencorosos repudios, lo descubrirá, y el sueño penetrará en su útero”. “¡Vaya-
se dijo- .Creo que está mejor aquí que en muchas veladas
literarias!” Luego pensó que a la poesía le pasa lo que a la
democracia. El individuo cree hallar ahí la libertad y se encuentra con que hay
disciplinas de rima por todas partes. Recordó a su amigo Humberto Cisneros.
Aseguraba que en México la poesía no es de consumo masivo. En cambio su
producción es abrumadora. Obreros, estudiantes, amas de casa, oficinistas y
periodistas. Todos hacen poesía. Es difícil asegurar que sepan escribirla, como
egresados de la Universidad, pero es innegable que la hacen. Así como en
Chamonix todos buscan el oficio de guías de montaña...
Al principio no
le dio importancia al hecho que la muchacha le hubiera preguntado si él era
Malcom. Por supuesto, él era Malcom. Qué había de raro en eso? Fue hasta la
segunda cerveza que percibió lo singular: ¡por qué alguien tendría que
conocerlo en un lugar en el que él jamás había estado? ¿Y al parecer lejos y
aislado de cualquier sitio frecuentado? Después de aquel sitio seguía la
carretera solitaria por cientos de kilómetros en cualquier dirección. Además le
había preguntado por su nombre. No había dicho “Cork”.
Los que
cenaban seguían mirando todos hacia un mismo punto. Al fondo del salón.
Con la carretera había llegado la televisión. Ese aparato que tiene una especie
de control de mago sobre quien lo mira. El conocía la historia. Les induce
conductas. Muchas nocivas y pocas formativas. Carmen nos había contado que
María Cressé sabía leer y escribir. Esto a mediados del siglo diecisiete era un
acontecimiento.¿Qué de extraño tiene que Juan Bautista Poquelin, su hijo, haya
sido uno de los grandes escritores franceses? Miró otra vez hacia el televisor:
“Ya estaremos dando gracias al cielo si esos programas no producen
depredadores”. “¿Qué sabes tú? ¡Sólo televisión has visto en tu
vida!” dijo Al Pacino a su joven ayudante, en el film Perfume de Mujer.
Y con el libro que leemos cada mexicano al año, como promedio... D. H Lawrence
dice que los nietos de los nietos de los nietos hacen lo que hicieron sus
abuelas. Sus abuelas no leían... Carmen también nos había relatado, en esa
ocasión, lo que se consideraba la última novela de Faulkner. El autor sigue a
estas alturas ocupado en su narrativa de las cosas intrascendentes de la vida.
No hay héroes ni espectaculares comienzos ni formidables finales. O a lo mejor
hay de todo eso pero sin pasar de ser solamente un eslabón de la cadena. Son
las aventuras, goces y padecimientos de un joven de principios del siglo
veinte. En realidad un niño de once años que anda por el mundo con el chofer de
su abuelo y un criado negro.
Media hora
después sintió que una mano se posaba en su hombro. Desde luego, antes de
voltear supo que era una mujer joven. Percibió en seguida un perfume y se dijo
en voz alta:” ¡Almizcle!” Entonces supo de qué mujer se trataba. Y a juzgar por
el tipo de perfume pudo intuir las motivaciones sensuales de aquella mujer.
Pero... ¿cómo había sucedido todo esto? Vagamente empezó a recordar que en la
isla Clemencia le había contado que su familia era copropietaria, con la
familia de Carmen, de una serie de “restaurantes carreteros” que se encontraban
instalados en diferentes rumbos del país. También le vino a la mente que, al
despedirse, ella le había anotado un número de teléfono “para el caso que
en alguna ocasión se encuentre en un restaurante de la carretera entre la
ciudad de Puebla y el Puerto de Veracruz: “Llámeme y, sin importar
donde me encuentre, no demoraré mucho en reunirme con usted”.
Antes que unos
labios cálidos besaran el cuello bajo su oreja derecha, escuchó una voz
apenas perceptible decir:
- Funciona el
inconsciente. No se deja apresar, pero nos mueve. Esta noche lo ha traído hasta
mí. No diga nada. Desde este ángulo en que lo beso puedo ver que su cuerpo es
cálido...
- ¿Cálido? ¡Me
estoy helando!
- Tonto, es
una manera de decir...
Dice Cork que, de manera meridiana, tuvo conciencia
que aquella situación podría volverse conflictiva. Que Clemencia, después
de todo, resultaba tan incomprensible como puede serlo una hermosa ave mirlo.
Apenas se escuchó decir a sí mismo que aquella sola voz era capaz de...Se
acordó que Juan Medina le había dicho, una noche en el refugio de Ayoloco,
mientras fumaban metidos en sus sacos de dormir después de la cena, que algunas
mujeres son tan impredecibles como cuando, confiado, comes un plato de
lentejas. De pronto te puedes romper las muelas. Si vas solo por la vida, feliz
y quitado de la pena, se te aparece alguna y no te deja hasta haber alcanzado
su idea.
- Oyolacocuic
nite- dijo. Cuando se dio cuenta que no lo había dicho en español, quiso
repetirlo pero Clemencia le puso suavemente la mano en la boca.
- ¡Gracias! Entiendo.
La idea es encantadora!
“Por supuesto
que el inconsciente nos mueve- repitió para sí -. Y lo puede hacer con una
precisión asombrosa” Entonces se dijo que el sexo no es más que un juego del
gato y el ratón. La información que se tenga a ese respecto, más que la
habilidad, lo convertirá a uno en la víctima o en el depredador. Hasta ahora
las mujeres han caminado dos pasos adelante del pobre engreído hombre. Recordó
que uno de los ancianos, de su grupo, le había revelado el secreto para tratar
con ciertas probabilidades de éxito con la mujer que le interesara. El hombre
es inocente cuando piensa que él es el que conquista a las mujeres. Son ellas
las que seleccionan. Pero en este juego de naipes el hombre puede llevar
la ventaja si conoce el secreto. “Cuando tengas edad te lo diremos”. Doce años
más tarde, en uno de sus viajes esporádicos que hacía desde México hasta el
desierto, cuando eran vacaciones en la Universidad, él fue el que hizo la
pregunta. Tenía veintitrés años en esa ocasión y eso había sucedido hacía
cinco.
- ¿Y bien,
cuál es el secreto para contar con alguna probabilidad de conquistar a la
mujer?
Uno de los
ancianos reunidos esa noche en torno a la hoguera, dijo simplemente:
- La
temperatura.
- ¿La
temperatura?
- De su
organismo. Esta va subiendo por décimas de grado...Cuando esté ascendiendo
inténtalo. A la baja ni siquiera por teléfono busques establecer alguna
cita...Te arrojará los platos a la cabeza. Y con frialdad te convertirá en su
esclavo.
- El secreto,
entonces, consiste en investigar cuándo su termómetro va de subida.
Por alguna
razón él había descifrado esa situación con Clemencia, en el breve tiempo
que se trataron en la isla. Tal vez fue coincidencia, o probablemente su inconsciente
le había avisado, en La Costa de Sotavento, que el termómetro de la krisna
subía...No podría decirlo.
Sin más
preámbulos, con decisión, pues la voz de ella se había hecho de pronto
más sensual, dijo:
- Está casi
congelado. Pero... Esta noche no morirá de frío...- hizo una pausa -.
Subir corriendo desde Orizaba significa un enorme desgaste. Quizá
quiera comer algo antes...
Y él contestó:
- Antes no...
Pero después... Me gustaría comer un plato de lentejas.
- ¿Lentejas?
- Sí,
lentejas! De la familia papilionáceas. Comunes y corrientes. Un platillo con excelentes
propiedades alimenticias pero...por favor, sin piedras...
- ¿Sin
piedras? ¡Por supuesto!
Después, en la
madrugada, con su hermoso cuerpo desnudo, ella lo despertaría sólo para preguntar:
- En eso de
las lentejas sin piedras, ¿hay alguna metáfora?
- ¡Ninguna!
¿Quién podría hacer una metáfora con las lentejas?
27
Ocho
días después abordó el autobús y bajó a Orizaba. Dijo adiós a Enrique Láscares
y brindó por última vez con los
parroquianos de La Costa de Sotavento.
Liquidó su cuenta en el hotel Francia y, luego de recoger sus pertenencias, que
consistían en un par de tenis y su viejo libro de las Las
leyes, tomó el transporte que lo
llevaría al Puerto de Veracruz.
-¿Está
interesante ese libro?- le había preguntado Enrique en la terminal, a
donde fue a despedirlo, en tanto
esperaban que saliera el autobús. Tenía quince años metido en sus páginas. Por
toda contestación le había dicho:
-
Este libro no lo leen ni los filósofos. Platón tardó setenta años en
escribirlo...
Al despedirse por la mañana, Clemencia había
permanecido parada en la puerta misma de su restaurante. Erguida, hierática
otra vez, elegante. Lo acompañó con la mirada hasta que el autobús se perdió de vista en el tramo
que la carretera empieza a bajar hacia Orizaba. “Ama como un verdadero pagano”
se dijo inmensamente feliz. “¡Bastó con una noche para que ni el más pequeño de
los cabellos de mi cuerpo le fuera desconocido!”
Cork
la recordó así por mucho rato. Su cara y sus ojos enormes y hermosos, como de
mujer árabe, eran propios de las
norteñas nayaritas, sonorenses... Este valle metafísico es visto de
tantas maneras como razas se han fundido en el pueblo mexicano original. Y cada
una de esa razas es México- Tenochtitlán, ¡más su propia cosmovisión! Más su
propio aporte de ADN. ¡Esa es Clemencia! Desde luego se dijo que era la mujer
más tierna para amarlo que pudo imaginar. Estaba completamente seguro que
sesenta años más tarde podría seguir provocándole emociones con absoluta
facilidad. Y él tenía la suficiente fortaleza para mantener fresco y húmedo a
ese bello y elegante cuerpo de la krisna a través de los años. ¡Si Krisna se lo
permitía!
En
ese momento Cork se arrellanaba golosamente en su asiento del autobús que
descendía vertiginoso por la carretera que él había subido corriendo entre el
frío y la tormenta. Entonces sólo pensaba en correr, seguir subiendo la penosa
cuesta, aguantar el azote del agua y el viento. En escapar de la descarga del
rayo. Ahora iba regaladamente sentado viendo el paisaje lleno de sol. Quince
minutos más allá volvió a encontrarse dentro de la eterna lluvia de las cotas
intermedias que eran las que correspondían a Orizaba. En una hora más estaría
departiendo con los parroquianos de La
Costa de Sotavento. Después, de regreso en México, entablaría, con todos
los recursos que estuvieran a su alcance, la lucha por rescatar de la aduana,
al microscopio y los “químicos” que necesitaba para su investigación. Cada cosa
a su vez. No hacer el neurótico revoltijo de proyectos que, tarde o temprano,
acabaría por rebasarlo. Cuando besaba a la krisna estaba con ella, lo hacía con
ella y pensaba en ella. Era todo. ¡Ha, y la veía! Uno de los antiquísimos maestros de la muchacha decía que la vista
también es un órgano de contacto...
Ni
pensar en viajar en avión. En Orizaba no había aeropuerto. Se asomó por la
ventanilla de autobús y sonrió. “En este valle feliz, en el fondo de las
montañas, eso no sucederá nunca. ¿Sólo helipuertos? Y pensando en el endémico
mal tiempo de la región, agregó: “Creo que ni una nave espacial,
extraterrestre, podría efectuar un descenso vertical con éxito”.
Aun
después de ver que el autobús se perdía en dirección de la sima del este, ella
seguía ahí. Miraba el horizonte de nubes blancas hacia el Golfo. Frente a ella,
un poco a la izquierda, el hielo de la
montaña brillaba entre un cielo azul intenso. El silencio visual de la más alta
montaña era completo. Sin embargo tenía su secreto que no había comunicado a
Cork. No fue cierto que lo había conocido en la isla, aquella mañana que se le
descompuso su automóvil. En realidad iba en dirección de la casa de don Santos
porque sabía que Cork estaba en Punta Real.
Lo cierto es que, la vez que lo vio, fue en la Casa de la Cultura
de la delegación Cuahutemoc, en la ciudad de México. Era la cuarta conferencia
que daba Concepción Obregón Rodríguez, de un curso que se llamó: “La Sociedad
Indígena ante la Conquista”.
Estaba
en uno de los asientos de adelante y sólo podía verlo de espaldas. Pero desde
el primer momento no tuvo duda que era él. ¡Por fin volvía a encontrarlo! Sin
embargo, aunque procuraba no perderlo de vista, en la tremolina que se hizo al
finalizar la conferencia, llegó un momento que no lo localizó por ningún lado.
Se apresuró a buscarlo hasta en el fondo de las instalaciones pero, aparte de
un grupo de teatro, que ensayaba Per Gunt,
nadie más estaba. Y cuando volvió apresurada al salón de conferencias éste ya
se veía vacío.
En
la desesperación tuvo que buscar la posibilidad de volver a verlo. ¿Por qué
estaba él en aquel lugar? Dedujo, por la naturaleza del curso que había
terminado, que posiblemente habría otras fechas. Corrió hasta la mampara donde
se anunciaban las actividades de la Casa.
¡Lo que suponía! Gracias al cielo se daría otro ciclo de conferencias
que empezaría la semana siguiente. Las impartiría Norma Durán y el tema sería:
“Los antecedentes europeos de la Conquista”. Una charla cada día miércoles por
la tarde.
Llegó una hora antes. Ahí junto, teniendo dos
estancias de por medio al salón de actos, estaba el comedor con servicio al
público. Las conferencias empezaban a las cinco de la tarde por lo que, según
la costumbre de los habitantes de esta ciudad, se precisaba comer antes, entre
tres y cuatro. Su esperanza es que comiera en este restaurante. Para su
decepción no acudió en la primera conferencia y hubo que esperar a la siguiente
semana. En esta ocasión tuvo suerte. Entró al local acompañado por otros tres
muchachos de su edad. La miró por un momento, fugaz, y se fueron a sentar en la
mesa próxima a la que ella se encontraba. Desde luego se dio cuenta que no la
reconocía. La mirada de Cork fue como alguien que le llama la atención pero a
la que recién se topa con ella. Era natural. La última vez que se habían visto,
recordó, fue dentro del ambiente caótico de la
posguerra Prusiana, hacía exactamente ciento veinte años, según diría Clemencia más tarde. Cork era ajeno a la
ciencia del Señor Krisna y por lo tanto incapaz de guardar memoria a través de
las vidas sucesivas. En las que, por otra parte, no creía. Pero, ella le había
explicado varias veces, a lo largo de las centurias, el hecho que no creyera en
ellas no quería decir que no existieran. Tampoco vemos los rayos X y ahí están.
Pero él movía la cabeza.
Habían
quedado tan cerca que bastaba que ella estirara su brazo para que pudiera
alcanzarlo. Por lo mismo se escuchaba lo que platicaban. De esa manera supo
que, para el mes siguiente, viajaría a Ciudad del Carmen. Debía haber salido ya
pero tenía interés en aquellas conferencias, y
animado sobre todo por el nivel académico en que se estaban
desarrollando, pudo arreglar las cosas con su equipo de investigación para
retardar el viaje tres semanas más. Además la aduana... Desde luego sería una
impertinencia hablarle. Estos reencuentros siempre requerían un tiempo para, de
la manera más lógica, restablecer las relaciones. Habían quedado situados de tal manera
que él estaba de perfil con respecto al sitio en el que ella se encontraba
comiendo. Pero uno de sus compañeros la miraba con insistencia. Con tal
frecuencia lo hacía que llamó la atención de Cork el cual, a su vez, siguiendo
la mirada de su amigo, volteó. Esta vez la observó por más tiempo. Clemencia
sintió el impulso de levantarse en ese momento y prenderse de su cuello.
Abrazarlo, ¡abrasarlo. ¡Más de un siglo buscándolo! ¡Y cuando lo tenía por fin
cerca debía de contenerse!¡ Quiso gritarle, decirle cuánto se habían amado! ¡Pero
calló! Si algo le había enseñado el tiempo era precisamente que cada vez había
que empezar de nuevo. En la cadena de las vidas sucesivas ella era la que
conservaba la memoria y él, en cambio, creía que era la primera vez que vivía.
Además el tipo de religión que Cork profesaba (lo dedujo por el símbolo que
llevaba colgado de su cuello) le hacía pensar que solamente una vez se pasa por
este mundo. El sostenía que sólo se conoce lo que tiene representación, lo
demás son mariguanadas. Antaño, cuando iban al Museo de Antropología y contemplaba sus horribles
ídolos, de que estaban llenas las salas de la planta baja, decía en voz alta un pensamiento de un pensador
francés, al ver la perplejidad en el rostro de Clemencia: “El arte empieza en
la metafísica”.
Cork
apartó la vista y, mirando a su amigo, dijo sonriente: “¡Vamos! ¿He?, ¡con
razón no te das cuenta lo que comes! ¡Esa muchacha es una verdadera belleza, y,
al parecer, tiene buen trasero!” “¡Cínico!- dice Clemencia que pensó:- ¡Cuando
te refresque esa memoria de pájaro vas a ver quién es esta belleza! ¡La tonta
que, por amarte, no ha alcanzado el Nirvana!”
A
la semana siguiente Clemencia viajaba a la isla del Carmen. Había escuchado que
llegaría a la palapa de Punta Real...
28
El
autobús lo llevó hasta el mar. En una hora estaba en el Puerto de Veracruz. Paseó un rato por
el Malecón. La brisa y el viento lo
envolvían. Nada mejor que este lugar para pasear desapercibidamente con
Clemencia. Ella quería acompañarlo. Luego de ir a comer, hacia el atardecer,
irían a bailar en alguna plaza al aire libre bajo la risa franca de la gente
del lugar y las luces cálidas de los focos amarillos. Por la noche se
hospedarían en un buen hotel de la costera. Verían a los barcos anclados a la
distancia. Ella fue la que propuso no salir en tres días a la calle. Ordenarían
que les llevaran todo a su cuarto. Sacó una tarjeta dorada que agito
picarescamente en lo alto en tanto decía:
Ya
sé que los que estudian el planeta no son bien tratados en este país. Ganan más
los pordioseros de Coyoacán.
Pero
lo que le llevaba al Puerto no era un viaje de placer.
Es
una cuestión tremendamente seria por las repercusiones que pueda tener en la
sociedad- le dijo.
-
¿Qué es eso tan serio?- le preguntó un
tanto molesta al pensar que era dejada de lado.
-
Un concurso de bebedores de cerveza.
- Eso es nada para usted- y su tono era un poco
irónico.
-
Esta vez es diferente.
-
¿Por qué?
-
Son clasificados. Su rating es lo más fuerte del mundo.
Le
había explicado que los cerveceros de Orizaba son bebedores profesionales.
Cuando nacen tienen por lo menos tres generaciones de familiares que han
trabajado en la Cervecería. De niños van a dejar el almuerzo a sus padres que
laboran en el lugar. Luego ellos ingresan a la Cervecería apenas tengan edad de
trabajar. Ahí permanecerán hasta que se jubilen. Si llegan con vida, después de
la jubilación, seguirán asistiendo a las cervecerías que frecuentaban desde su
juventud. Pero...los concursantes en esta ocasión son otra cosa. Junto a ellos,
los trabajadores de la Cervecería son como los campesinos junto a los
alpinistas para subir montañas. Viven en el campo y se curten con la rudeza de
esa vida. Pero los escaladores tienen alimentación, técnica y la idea de
acometer hasta lo que parece imposible.
En efecto, se trataba de los más fuertes
competidores del mundo. En cada país hay una Federación de competidores de
cerveza. Estas, a su vez, estarán afiliadas a una Confederación Mundial. Cuando
se organiza una competencia “oficial” de
ese organismo quiere decir que al
acontecimiento llegan los que han triunfado sobre todos los de su país. Ni
pensar que se trata de una cáfila de borrachos. Lejos de eso. Junto a ellos los
demás son nada. En el concurso se inscribe al que ha salido vencedor de una
selección nacional. Es decir que es una competencia entre campeones. Se
alimentan de manera apropiada, bajo vigilancia médica. Llevan celosamente un
régimen de ejercicios físicos, tiene psicólogo de cabecera. En torno a ellos se
hacen apuestas de muchos ceros por profesionales de la Bolsa. Por lo mismo
nadie entra a esos concursos si no está debidamente inscrito en el rating
mundial. Los apostadores conocen el oficio y no exponen capital. Cuidan cualquier fisura por donde
pueda irse su dinero.
¿Usted
pertenece a la Federación?
-
No. Pero puedo colarme en el concurso merced a la cláusula del Estatuto de la
Confederación Mundial. El país huésped puede
y debe inscribir a un concursante “libre”.
-
¿Los apostadores lo aceptan?
-
No les gusta porque es un factor que se sale de su control. No les queda otra
que correr el riesgo. De todas maneras
no se preocupan ni siquiera un poco. Saben que cualquier espontáneo queda
eliminado en las primeras tres horas frente a los campeones.
-
No es honesto lo que usted hace - le había dicho en un último intento de
detenerlo- ¡Sabe que va a ganar!
-
¡Tanto mejor!- dijo él. Voy a castigar el ego de esos superhombres. Lo digo en
serio: se trata de unos verdaderos superhombres. Pero también voy por el
dinero- se rió de manera escandalosa y dijo algo que Clemencia no pudo
entender:-. Seré el primer rico que pueda pasar por el ojo de una aguja... Y
usted no tendrá necesidad de su tarjeta color oro. Y en lugar de tres días
estaremos dos semanas sin salir de nuestra habitación, ¿Qué le parece?
Hizo
un alto frente al mar. De pie, sacó de su chamarra negra de mezclilla, un papel. Era la lista de los concursantes.
Sonrió: “Parece un chiste”. Eran apenas
cinco, él incluido. Un ruso, un alemán, un irlandés, un noruego “y un
mexicano”, dijo para seguir la fórmula de los chistes con sello de internacionales. En estos chistes, contados
en México, siempre gana el mexicano “y
ahora no va a ser la excepción”, pensó.
Según
el boletín, expedido por la Confederación Mundial de Bebedores de Cerveza
(CMBC), todos ellos eran campeones de mucha resistencia: se trataba de una
“generación especial”. Algunos eran bicampeones mundiales y uno, el irlandés,
tricampeón.
Según
la cláusula del Estatuto de la CMBC, el “concursante nacional” tenía libertad
para decidir sobre la sede en la que
debería desarrollarse el acontecimiento. Consultado, él había dicho: “En El
Timón”. Era ésta la cantina clásica
frecuentada por los marineros que han
permanecido un mes en el mar. En los primeros cinco minutos de haber pisado
tierra los emplean en una desaforada carrera para alcanzar la primera
cantina que encuentren a la mano. A tan
sólo media calle del Malecón, El Timón
gozaba de prestigio internacional. Era una sala de cincuenta metros por
cincuenta y de dos pisos. Pero se trataba de un establecimiento que podía
clasificarse como de tercera categoría. La hez de los veinte mares y los
treinta grandes ríos la frecuentaban.
Estibadores, personal de limpieza de los barcos y marineros de la más ínfima
categoría escalafonaria en la nómina de ultramar, era la gente que llegaba a El Timón. Marineros de los puestos altos
en el escalafón y la oficialia jamás entraban a ese sitio. Así es como Cork empezaba a castigar el ego
de los concursantes mundiales de cerveza. Acostumbrados a los salones de lujo,
con reflectores y apostadores de elegantes prendas, aquello era un insulto para
ellos. Pero las reglas de la CMBC lo permitían y no había otro recurso que
sujetarse a lo estipulado.
A
las dos y cuarenta y cinco minutos de la tarde Cork entró al local. Faltaban
quince minutos para que diera comienzo la competencia. Toda venta y actividad
habitual se había suspendido ya en los dos pisos. En el centro de la sala de la planta baja se había dejado libre
un gran espacio para los competidores.
La prensa disponía de una fila de bancas de burda madera en el lado norte del
local. En el extremo opuesto, otra fila de butacas era para los apostadores. Su
nombramiento oficial era el de “observadores del concurso”. Mediante minúsculos
teléfonos se comunicaban directamente a la Bolsa de Nueva York. Esta
comunicación la sostenían por dos vías. Mediante pequeñas computadoras iban
vaciando los datos pero por teléfonos comunicaban sus apreciaciones personales
de cómo se desarrollaban las cosas. Ellos, a su vez, tenían asesores que
analizaba al margen del ambiente subjetivo en el que pudieran encontrarse
metidos los apostadores en “vivo”.
Unos
doscientos parroquianos se habían instalado en lo alto de las mesas y otros
observaban desde el barandal en cuadro
del segundo piso. Se agrupaban en silencio casi absoluto. Era el requisito para
permitirles que permanecieran de espectadores. El que rompía esta condición era
sacado de inmediato del local.
Llegando
la manecilla grande del reloj, al número doce, dio comienzo el “LVII Concurso
Mundial de Bebedores de Cerveza”. El tercer punto de la Convocatoria decía: “Sin
interrupción y sin límite de tiempo”. Cork había solicitado que se le agregara:
“Y sin límite de litros”. Así se hizo y se llamó a un notario que certificara
lo anterior. La anotación terminaba: “El último concursante deberá de consumir
la cantidad de 5 (cinco) litros después que el último concursante haya sido
eliminado. De no ser así, el vencedor también quedará eliminado”. Esto hubiera
sido una arma psicológica poderosa para cualquiera, pero la aceptaron sin poner
la menor objeción porque estaban seguros que el mexicano quedaría
eliminado pronto. “Los mexicanos sólo
comen frijoles, tortillas y chile, ¿cuánto
puede este durar en pie con esa alimentación de perros?
Muy
propios, con todo el aplomo del mundo en el semblante de cada uno de ellos,
como corresponde a campeones mundiales, y vestidos con elegancia, a las tres en
punto de la tarde levantaron su primer tarro de un litro. Cada uno de los
contendientes tenía su estilo para vencer. Unos apelaban al recurso técnico y
otros al psicológico. El ruso miraba fijamente al que consideraba más fuerte y,
en tanto pasaba el líquido rubio, había desarrollado la facilidad de sonreír de
manera burlona. Miraba al irlandés. Seis horas más tarde el alemán sacó un monóculo que se puso en el ojo
izquierdo y se quedó viendo hacia el ruso. Este empezó a desconcertarse. El
noruego se paró derecho, con las piernas abiertas, fuertemente apoyadas en el
piso, con la mano izquierda en la cintura y bajaba el tarro vacío y lo volvía a
subir lleno. Nadie veía a Cork. Así, de manera mecánica, durante horas. Cork se
dio cuenta que el más fuerte era el irlandés. Tenía exactamente la misma manera
de beber de Cork: suspendía el sistema epiglótico y el líquido pasaba sin detenerse y, por lo tanto, sin producir
espuma. “En realidad tú eres el campeón- pensó-. Sólo que esta vez vas a ser un
campeón sin corona”.
Cork no veía a sus rivales. Apuraba su tarro y
enviaba su mirada a través de la ventana, hacia el mar. A un lado de los
astilleros y se solazaba mirando a los enormes barcos que permanecían
suspendidos en un punto de las aguas, en dirección a la isla de Sacrificios.
Depositaba su tarro vacío, veía hacia la pizarra eléctrica donde estaban
escritos los nombres de los participantes en la competencia, que a la vez
permanecía conectada a la computadora de los apostadores. Debajo de los nombres
iban anotando la cantidad de litros que cada uno de ellos consumía. Después
Cork volvía a ver hacia el mar.
Hacia
las siete de la tarde, cuando buscó el paisaje marino, se encontró con la
silueta, a contra luz, de una mujer joven que lo miraba desde la parte exterior
del local, bajo el halero de la calle. Era Clemencia que había decidido bajar
al Puerto y buscarlo. No le costó trabajo averiguar en dónde iba a tener lugar
el concurso. En la sala de espera de la terminal de autobuses las paredes
estaban tapizadas prácticamente de carteles que anunciaban el “LVII Concurso
Mundial”. Quince minutos más tarde un taxi la dejaba a las puertas de El Timón.
Al
verla, Cork pensó: “Al final del Concurso estos se irán al sanatorio a
desintoxicarse y a su cuarto de hotel a descansar..Yo iré al hotel y pasaré los
siguientes tres días mordiendo todos los
labios de esa bella muchacha de la ventana. Bien... acabemos con esto para
empezar con lo otro”.
Hacia
las nueve de la noche Clemencia se retiró a su hotel de la costera y regresó a
las diez de la mañana del día siguiente. En la noche hizo lo mismo y al segundo
día regresó a El Timón.
Cuando
llevaban setenta y cuatro horas, con
treinta minutos, tres de ellos habían abandonado. No eran de los que tomaban
hasta caer. Su curricula debía llevar la anotación de “abandonó”. Pero
si decía “cayó” eso significaba el final de su carrera. Abandonar era bajar un peldaño en el rating,
pero caer significaba que ya no era del interés de los apostadores.
El
irlandés era el que quedaba en pie.
Estaba entero. Cork también. No obstante, esta vez Cork empezaba a preguntarse
si los dioses del Tlalocan habrían cambiado las reglas en el Tonalamatl, el
Libro del Destino. Trataba de recordar la vida y juventud de San Patricio.¿
Antes de su formidable presencia en el cristianismo habría sido pagano? ¿Este
irlandés estaría investido también, como él, de alguna fórmula que lo hiciera especial para estos concursos? ¿Qué había sido de San Patricio antes de
llegar a la bella isla a evangelizar?
Diez
horas después que el último de los otros tres abandonara, el irlandés seguía
tan entero como alguien que pasea un domingo por el parque. También el irlandés
comenzó a preguntarse, ante esa formidable fortaleza que tenía delante de él,
¡él, tricampeón mundial!
Al
terminar otro tarro, de pronto gritó: “¡Tiempo!” Los primeros que supieron de
esa interrupción fueron los corredores de la Bolsa de Nueva York. Ante la
expectación de doscientos testigos y veinte apostadores, el irlandés caminó al
extremo de la mesa, dio la vuelta y
llegó hasta donde estaba Cork. Le tocó la hebilla de su cinturón y regresó a su
lugar. Guardaba un buen equilibrio a la hora de caminar. Cuando estuvo en su
lugar, se tocó su propio cinturón. Estaba ya muy caliente por efecto de las
calorías cerveceras. Un segundo después
anunciaba. “¡Abandono!”
De inmediato una ¡hurra! se oyó hasta el otro
lado de la calle. Varios periodistas salieron corriendo a escribir su nota que
en la redacción estaban reservando para la
primera plana de por lo menos tres diarios. Después de eso Cork bebió
las cinco cervezas que eran parte de las condiciones del Concurso (en realidad
esta condición puesta por Cork había terminado por pesar mucho en el ánimo de
los extranjeros competidores).
Así
acabó el LVII Concurso Mundial de Bebedores. Al final se llevó a cabo la
ceremonia de premiación. El presidente de los jueces se acercó a Cork y le
preguntó en qué moneda le extendería el cheque: moneda nacional, dólares o
libras esterlinas. La CMBC era una institución
en la que Cork confiaba más que en la misma Fundación Mundial de los
Premios de Literatura.
¡Dólares!-
dijo y agregó de inmediato:- .Envíelo a la cuenta de la Fundación Dawn de la
ciudad...
Abandonó
la gran sala. Doscientos marineros habían formado una doble fila encaramados en
las mesas. Al pasar Cork ellos le iban
vaciando sobre la cabeza la cerveza de sus tarros. Cuando llegó a la puerta de
la calle estaba mojado hasta de sus ropas interiores. Al final del recorrido
triunfal una muchacha le cerró el paso. Se rasgó de un solo y enérgico
movimiento los botones de su blusa y dos portentosos senos morenos quedaron
temblando cerca de sus ojos. Cork se acercó a la jarocha, le dio un beso en la
frente, al tiempo que le decía lacónicamente, señalando hacia la ventana:
-
¡Eres hermosa pero, alguien me espera...!
De
los veinte apostadores sólo tres habían ganado. En menos de cuatro días sus
fortunas se triplicaron. De los otros diecisiete, catorce se dispersaron esa
misma noche por el mundo donde esperaban que jamás los volvieran a encontrar.
Tres se suicidaron. Sus cuerpos estarían flotando cerca de la playa a la mañana
siguiente.
Dos
de los afortunados lo alcanzaron cuando acababa de trasponer la puerta de El Timón. Le propusieron toda clase de
“planes de trabajo” con el cuarenta- sesenta
para ellos. En tres de esos concursos mundiales tendrían todo el dinero que se
les antojara. Los rechazó. Cuarenta y cinco- cincuenta y cinco... Cincuenta-
cincuenta...Sesenta- cuarenta a favor de Cork.
Salió
de El Timón sin ver hacia atrás. Tres
pasos más allá se volvió, por curiosidad, a ver quién era el tercer apostador
afortunado pero no distinguió a nadie que pudiera tener aspecto de apostador de
grandes vuelos. Lo que alcanzó a ver fue a la jarocha. Algunos la habían
lanzado por los aires hacia el interior de El
timón. Su cuerpo bajaba sin tocar el suelo y volvía a ser lanzado por los
aires sobre las cabezas de los doscientos marineros. Al tercer movimiento de
aquella enloquecida multitud la muchacha ya estaba completamente
desnuda...También encontraron su cuerpo flotando en el mar tres días después...
Dos noches más después, un sonido suave se
escuchó por debajo de la puerta que daba de
su habitación del hotel al corredor del segundo piso. Al escucharlo,
Cork hizo un movimiento para investigar de qué se trataba. Pero la muchcha
apretó fuertemente los músculos de las
piernas para impedir que se distrajera, al punto que parecía que quería
fracturarle el cuello. Al mismo tiempo lo sujetaba fuertemente de los
cabellos, con sus brazos estirados hacia
abajo. Cork empezó a tocar sus nalgas con leves movimientos de los dedos de su
mano derecha. Como no lograba hacer que aflojara la presión de sus piernas, hizo
un esfuerzo para decir:” ¡Tiempo!” Enfadada, al fin la krisna consintió en
liberarlo, en tanto que pensaba: “Esta noche he regresado dos vidas”.
Cork
atravesó la estancia iluminada tenuemente y examinó el piso de la puerta. Algún
empleado del hotel había introducido una fotografía. La recogió y, acercándose
a la lámpara de centro, la observó. No tardó en exclamar: “¡Diablos! debí
suponerlo. No. La verdad es que jamás se me hubiera ocurrido!”
Dejó
la tarjeta postal en la mesita y volvió a la cama.
- ¡Seguimos!- dijo y se tendió junto a Clemencia.
Pero ésta ya estaba en otra cosa.
-
¿Qué es - preguntó.
-
Una postal, mañana te la muestro.
La
muchacha permaneció con la vista perdida en la oscuridad por algún tiempo. Al
fin se incorporó y fue hasta la mesa. La foto era una escena en la que Diego y
Frida estaban sentados en una banca del jardín en su casa de Coyoacán. Aquella
escena había tenido lugar hacia noventa años.
Dio la vuelta a la foto y leyó: “Gracias. Ahora tengo tres veces más
dinero que la semana pasada. Te lo dije, hermano, sólo es cuestión de conocer a
las personas indicadas para esto de los negocios. En la Internet me enteré del
concurso de la CMBC. Cuando supe que tú eras el “competidor libre” aposté hasta
el último centavo de mi dinero. Me comuniqué con mi corredor de Bolsa de Nueva
York y en diez minutos mi capital estaba dependiendo de tu peculiar destino
para beber cerveza en plan de competencia. Ni siquiera tuve que salir de mi
negocio de Correo Mayor para ir al Puerto. Saludos. Salim.
P.D.
“Con
otro concurso de estos y habré reunido la cantidad que necesito para empezar a
trabajar en grande por la democracia. Por lo pronto ya pague a una docena de
pilletes, vagabundos que duermen en la calle, que repartan por la ciudad
propaganda de mano anunciando el advenimiento de mejores días para la
democracia”.
Segunda
P.D. Dos de los apostadores del Concurso se enteraron, por sus contactos en
Nueva York, que había un apostador que estaba depositando una fortuna por el concursante que menos
probabilidades tenía de ganar, que eras tú. Investigaron quién era ese
apostador y terminaron localizándome por Internet. Resultaron ser conocidos
míos. Me pidieron la información que
consideraron necesaria para apostar como yo lo estaba haciendo. Ya que en
otras ocasiones ellos me han hecho ciertos
favores de negocios, accedí. Esos son los otros dos apostadores ganadores que
conociste en El Timón.
-
¡Oh maldición!- exclamó Clemencia-. ¡El Velo de Maya toca a nuestra puerta para interrumpirnos!
Apagó
la lámpara y la estancia quedó en la oscuridad. Sólo las lejanas luces del
Malecón se metían entre las cortinas de delgada tela. Levantó las cobijas y con
un ademán quedaron aislados otra vez del mundo.
¿Por
qué abandonó el irlandés, no entiendo?
-
Tocó su cinturón y tocó el mío
-
¿Y?
-
Mi cinturón permanecía frío y el suyo seguramente estaba ya muy caliente. De
esa manera entendió que al final él perdería.
Tomó
su cara con las dos manos y lo besó por un rato
-
Ven- le dijo muy quedó.
Sintió
que Cork, pegado a sus labios, estaba ausente. Buscó su oreja y le susurró con
ternura:
-
Vuelve.
Dos
minutos después Cork había regresado a ella. Lo supo cuando sintió sus cálidos
labios besándole apasionadamente el ombligo...
29
De
vuelta a México sentí que la isla de El Carmen había quedado lejos. Que su
belleza natural y su mundo, incluida la mujer Carmen, se iría distanciando en
el tiempo. Había sido una interesante y
perturbadora experiencia pero...La vida de todos los días me traería
nuevas acciones y el recuerdo de aquel viaje se borraría hasta palidecer
paulatinamente bajo el peso de recuerdos más recientes. Creí que a ella le
sucedería lo propio.
Estuve
dos días en El Salvador y de ahí volé a México. La compañía tenía unos asuntos
que requerían ser revisados. Esa misma tarde estaba en Coyoacán recorriendo las
cafeterías.
La
gente bella iba a orinar a Sanborn´s. Lo podía hacer en los WC de detrás del
templo de San Juan Bautista. Pero, aparte que ahí cobraban cinco pesos, carecía
del ambiente fino de aquel restaurante.
Al
día siguiente, o sea setenta y dos horas después de haber dejado la isla, recibí una llamada telefónica. Era Carmen. Me
acordé de Somerset Maugham “Es difícil conquistar a una mujer pero más difícil
es quitársela de encima”. Pero resulta que yo no quería quitarme a esta mujer
de encima, todo lo contrario. Hablaba del aeropuerto. Acababa de llegar de
Campeche. Apenas habíamos intercambiado los saludos cuando le escuché decir:
-
En la prensa están anunciando una obra de teatro de Poquelin, en Bellas Artes.
Con anticipación hablé por teléfono para que me apartaran dos boletos. Si usted quisiera acompañarme. Desde luego le
ruego me disculpe. Seguramente tendrá asuntos que no puedan diferirse y yo estoy
irrumpiendo de manera inesperada.
Apenas
acerté a decir:
-
No se hablé más. Desde luego que acepto. ¿Para qué día son las reservaciones?
-
Para hoy. La función da comienzo dentro de tres horas.
-
¿Está bien? Quiero decir, ¿no necesita
descansar?
-
Un buen baño de regadera con agua fría es todo lo que necesito.
-
Encantado. La invito a cenar a la salida del teatro.
-
Gracias.
-
Por cierto, ¿qué vamos a ver?
-
El impostor.
-
¿El impostor?
-
Tartufo. ¿Conoce la obra?
-
Hace tiempo la leí. Es interesante. Tengo un recuerdo vago de ella. Un retrato
psicológico o algo así. ¿Estoy en lo cierto?
La
respuesta, despiadada, me confirmó que aquella mujer, que estaba al otro lado
del alambre telefónico, era una decidida molierista.
-
¿Interesante nada más? ¿Sabe que de 1680 a 1932 la Comedia Francesa la
representó dos mil doscientas cincuenta y seis veces? ¡No hay obra alguna bajo
este cielo de la que se pueda decir lo
mismo en ese lapso de tiempo.
Sólo
acerté a decir:
-
Déjeme ver, ¿dijo Tartufo o Fouché?
Tartufo.
-
He leído de ambos pero a la distancia encuentro alguna dificultad para
distinguirlos.
-
¿Bromea? ¿Habla en serio? El primero es un hipócrita. El segundo un intrigante.
- Enterado. Pasaré por usted. Otra cosa, ¿
lo que vamos a ver es una interpretación literal de la obra de Poquelin o es
una traducción libre de la misma?.
- Le aseguro que asistiremos a la expresión
que el autor quiere poner en este trabajo.
- ¿Me lo asegura?
- Así es.
-
Porque luego le dan al público asuntos que difícilmente se parecen a la obra
original. Siempre he creído que en literatura, teatro y poesía no se vale lo que en la música lo de
las mil variaciones sobre un mismo tema. Si es por el autor, vale, pero otros
son insufribles. El verano pasado fui a ver una obra sobre los aztecas y de
pronto, quien sabe de dónde, irrumpieron en la escena los soldados de victoriano Huerta con fusil y
toda la cosa gritando ¡Muera Madero!
-
Estoy de acuerdo con usted. Son alegorías en lugar de interpretaciones. Le
ruego que confíe en mí. He visto otras representaciones de este director y por
lo mismo sé que no juega con las adaptaciones. No se aprovecha de la obra para
vender ideas políticas ni religiosas. Con él no hay variaciones de un mismo
tema... No hay tiempo de que pase por mí. Vivimos en rumbos de la ciudad
distantes. ¿Le parece que nos encontremos en la puerta sur de Bellas Artes? En
la que da a avenida Juárez?
De
esa manera Carmen había vuelto a aparecer en mi vida. Yo le mostré mi interés
al haber ido a buscarla a su casa algunos días más tarde de cuando que nos
habíamos conocido, y reñido, en El Pinar. Ahora ella era la que me buscaba.
Pero una cuestión me acaba de quedar claro este día. Mi tiempo había sido
empleado en una educación científica pero no me había quedado mucha cancha para
prepararme en el aspecto cultural. Era, lo que se puede decir, un brillante
ignorante. Hay expresiones más crueles que más vale no repetir. Los gobiernos
federales y locales de este país, los programas de educación y la familia misma,
tenían su responsabilidad en todo ello. Pero yo tampoco había hecho algo para
modificar esa realidad. Cork siempre me decía que, efectivamente, hay libros
que dejan huella en el alma para siempre. Y que esa era la verdadera tragedia
del hombre sin libro. Su preocupación sólo va a consistir en satisfacer valores
hedónicos, de civilización, y pierde vista que también hay valores esenciales.... Entender esa situación requería de mi parte
una gran dosis de aceptación, o humildad. Quería una mujer instruida pero, ¿qué
pasaba cuando resultaba más instruida que yo? Pasaba
sencillamente que tenía que tragarme mi autosuficiencia y empezar a darle
gracias al cielo porque Carmen fuera así. Y a sus padres y a su familia y a su
ambiente porque habían contribuido a ello. Ahora me venía a la mente la vez que
con Cork cruzamos a pie el Bolsón de
Mapimí. Lo haríamos en varias semanas, acampando dos días en cada lugar. El
problema era difícil pues encontraba una disyuntiva: si llevaba en su mochila
la suficiente agua no podía llevar más libros “Y entonces el espíritu
languidecería”. Si llenaba su mochila de libros padecería de sed. Si fuera
arriero llevaría un caballo. Pero era un montañista y cruzaría caminando,
cargando lo necesario sobre su espalda.
Como sus ancestros los tamemes. Bueno,
al final tuve que compartir con él mis reservas de agua... ¿Cuántos libros de cultura dice que lee su amigo en un año? Por lo menos
veinticuatro. Bueno, ahora esa es una meta para mí. Fue la primera vez que
hacía alto y me preguntaba cuántos libros de interés general leía en el año.
Casi me horroricé. Difícilmente alcanzarían la cifra de cinco. Con razón no
conozco la diferencia de un Tartufo y la de un Fouché. Carmen además era una
gran lectora de Goethe. De él conocía yo a su Fausto: Walpurguis, Margarita,
Mefistófeles y el doctor Fausto, pero...Si me preguntara cual es la diferencia
entre Fausto, Tartufo y Fouché....Nezahualcoyotl y William Carlos
Williams...Faulkner y Maugham...Santa Teresa de Ávila y Sor Juana Inés de la
Cruz... ¡Dios mío! ¿Cómo pude desatender ese aspecto de mi formación. ¿Qué
clase de compañero tendrá Carmen en mí? ¿De qué diablos podrá charlar conmigo? Ni
modo que le pase mí tiempo hablándole de hidrocarburos. ¿Tendré que refugiarme
en los temas de los diarios? Podría asegurar desde este momento que sería un
futuro nada halagador para ella en el campo de las ideas. De todas maneras
encontré en ese momento el recurso para hacerme el interesante y le pregunté,
así como no quiere la cosa:
-
¿Se acuerda la fecha en que nació Poquelin?
-
Cuatrocientos trece años después que Dante bajara a los infiernos. ¿Está de
acuerdo? – dijo sin tardarse dos segundos-. Y Dante descendió a los infiernos
veinticinco años antes que los aztecas fundarán, en el gran lago,
México-Tenochtitlán.
¡Oh, diablos! ¿Cómo es posible que alguien se
acuerde de la fecha en que Dante descendió al infierno. Es decir, a los
infiernos? ¿Y cuando diablos bajó Dante a los infiernos? Si hubiera dicho
Jesucristo hubiera estado fácil...
Al salir de Bellas Artes fuimos a cenar al
restaurante Francia, en avenida Cinco de Mayo. Me contó que apenas un día
antes en la isla del Carmen, había ido
al cine. Vio una película que le gustó. Me encantaba escucharla y ella dijo que
el argumento decía del desarrollo de un cierto sentimiento entre la pareja que
no se rompe aunque haya distancia de por medio. ¿Por qué un mono cazador
tendría que regresar a su punto de partida donde dejó a su mona que lo espera?
Allá hay otras monas más jóvenes y hasta más bonitas. Esto se cuestiona Desmond Morris. Tal pregunta viene a cuento
en la película de Roth Arnold. El muchacho llamado Ben (Ben Affleck) emprende
el viaje hasta Savannah, desde Nueva York. Allá vive su novia. Y la boda se
ejecutará tan pronto éste llegue. Sin embargo en algún punto del trayecto
conoce a una muchacha, Sarah (Sandra Bullock). Simpática, bella y audaz. Merced
a una serie de circunstancias que van retardando su llegada, en esa medida van
viviendo juntas aventuras que los acercan cada vez más. El caso
es que Sarah sigue siendo un torbellino.
Cuando se vuelven a ver los novios están lejos uno del otro. Ella en lo
alto de un balcón de la casa. El en el patio de la entrada, bajo la lluvia que
parece el epilogo perfecto para un adiós. Pero sólo basta una mirada de nuevo,
para que todo quedara claro. Entre el cazador y la hembra que lo espera acá,
lejos, en Savannah, queda restablecido ese sentimiento de atracción que lo
haría volver a ella. Sin importar tampoco todos los galanes que también la
pretendían.
- ¿Le gustó?
- Igual que viva en Savannah que viva en la
isla de El Carmen- dije.
A
la noche siguiente fuimos a ver una pastorela en el oeste de la ciudad. En las
afueras del mercado de San Ángel compramos amaranto con pasas y trozos de
nueces. Era época navideña aquella y la tableta de “alegría” estaba adornada
con unas campanillas de dulce rojo. En el triángulo de La Palma caminamos entre
el caos de los microbuses que llegaban o salían. Multitudes de individuos
salían para los pueblos serranos del oeste. Otros llegaban para ir a Ciudad
Universitaria a tomar las clases nocturnas.
Era el lugar terminal de más de veinte líneas de transporte que cubrían
diferentes rumbos del suroeste de la ciudad. Un chofer lanzó un grito
incontrolable a Carmen que, colgada materialmente de mi brazo, reía
discretamente del ingenio de aquel piropo que habían inspirado sus hermosas
piernas y su falda corta.
Diez
niños estaban tumbados en un rincón oscuro de la calle. Inhalaban cemento de
pegar dentro de una bolsa de plástico. Sus miradas decían que sus neuronas
estaban muertas para siempre.
-
La droga laicizada trabaja contra la sociedad, por más que se le culturice-
dijo Carmen.
En
la acera por la que iban un perro da dos o tres vueltas antes de echarse a dormir.
Es uno de los diez millones de perros callejeros que deambulan famélicos por la
ciudad comiendo carroña, cuando tiene la fortuna de encontrar algo que llevarse
al hocico. Sus heces llenan las banquetas de las calles de la metrópoli y hay
caca de perro y tanta que en algunas partes obstruyen las coladeras del
drenaje. Sus heces, convertidas en polvo, se las lleva el viento y en el techo
de la ciudad se mezclan con las heces de dos millones de humanos que defecan al
aire libre. La bacteria E coli llega por las ventanas al platillo de los más
lujosos restaurantes.
Consulté
mi reloj y vi que aun era tiempo. Nos encontrábamos a una calle del Museo del
Carmen y faltaba media hora para que comenzara la pastorela. Vagábamos un poco
al azar entre la multitud de puestos fuertemente iluminados que se destacaban
más con su luz amarilla por la noche que empezaba a llegar. Vendían pan y
comida como cada año en diciembre. Y cada vez llenaban más aquel tramo de la
avenida Revolución. Cerca de la entrada
del ex convento del Carmen, Carmen se detuvo a preguntar a la mujer que vendía
pozole, qué era aquella hierba azul que le había puesto como condimento al
guisado, en lugar de orégano. Fue el momento que recibí la llamada de Cork en
mi pequeño teléfono portátil: “¡Un café...En el centro...Van a estar los
otros...Mañana...Entendido”.
Dimos
un paso hacia el interior del ex convento y desembocamos en el amplio atrio.
Carmen comentó que sintió encontrarse de pronto en un mundo diferente, menos demasiado
humano, más sabio, vetusto, histórico, espiritual. Baldosas que en otros siglos
fueran refugio de príncipes de la Iglesia.Cuando recién conseguida la
Independencia no se sabía qué rumbo seguir como nación y se intentaban modelos
de aquí y de allá. El poder secular rondaba amenazador el exterior de los
elevados muros. En tanto los sitiados, esperanzados, resistían hasta recibir
noticias de lejanas provincias que la revolución (otra revolución) había
estallado. Que avanzaba incontenible hasta hacer que los poderes terrenales se
refugiaran en el castillo de San Juan de Ulúa, protegidos por el hecho de
carecer de una armada que fuera capaz de salvar el kilómetro de mar lleno de
tiburones bajo el fuego de los cañones de la fortaleza.
Los
actores irrumpieron por aquellos pasillos en los que se exhibían cien pinturas
de la Santísima Virgen de Guadalupe, plasmadas por artistas contemporáneos. Carmen se detuvo brevemente ante un cuadro de
dos metros por tres.
-Es
el Canto Sexto del Paraiso. Dante pone
en él a Bruto y a Casio en el último recinto del Infierno por haber dado muerte
a Julio Cesar- dijo inclinándose un poco y leyó al pie de la pintura: “Después
que Augusto los derrotó, se suicidaron desesperados”.
Recordé
las palabras de Antonio Gómez Robledo, un estudioso de las ideas platónicas.
Cork tenía los libros de Robledo en una
pila cerca de su cabecera. Cuando se levantaba por las mañanas ya había leído
al menos una hora de alguna de aquellas obras. Dentro de quinientos años, cuando este pueblo
lea, descubrirá un tesoro de muchos quilates en su producción intelectual. Así
fue como conocí a este pensador. Una de sus reflexiones era que de la belleza
de los cuerpos se pasa luego a la belleza de las almas, la cual debe tenerse
por mucho más preciosa, y a tal punto que debe preferirse una alma bella en un
cuerpo feo, antes que lo contrario. Yo
había encontrado en Carmen los dos tipos de bellezas. Pero ella, a su vez, era capáz de llevar, y la
llevaba, la más perfecta forma de vida, que era la constante contemplación
intelectual. Pero ni se crea que hacia ostentación de ello. Yo había tenido que
descubrirlo en la isla de la manera más violenta. Aun recordaba aquélla escena
cuando nos mandó al infierno a mí y a Gothe. En este momento pasó por mi mente
algo que me apresuré a desechar antes que “hiciera costra” y tomara otras
proporciones. ¿Esa intelectualidad de Carmen, llegado el caso, no interferiría
en mi potencia sexual? Al siguiente segundo ya tenía la respuesta: ¡seguro que
no! Ella tenía lo necesario para hacer bailar de cabeza hasta al doctor Fausto
en su etapa de universidad.
Los
actores hacían alto para decir sus letanías, encabezando la procesión de los
pastores de Belem en busca de posada. En tanto que el Contrario Luzbel, vestido de elegante frac de amplia capa negra
con vistoso forro rojo, asecha para tocar fuerte a los instintos humanos
prontos a buscar extremos en el hedonismo. Pero aparece el Amor y todo se le
echa a perder al Diablo. Y para su
desgracia, en eso llega José jalando el burro donde va María llevando en sus brazos al niño anunciado en
las viejas Escrituras...
Ese
fue el principio. En los días que siguieron, Carmen me trajo de un evento
cultural a otro sin apenas darme tiempo para
respirar. El Instituto Nacional Indigenista había organizado una muestra
fotográfica que llamó “Semana de la Tarahumara Rarámuri”. Fue montada en la
Sala Guillermo Kahlo, de la Casa de la Cultura, “Jesús Reyes Heroles”, Santa
Catalina, Coyoacán. La situación se me hizo familiar debido a que hacía algún
tiempo había conocido, de la biblioteca particular de Agustín Castillo López,
un amigo mío, la obra fascinante de Carl Lumholtz. Era un libro viejo al que
Agustín manejaba con cariño. Se trataba de un relato de viaje. Este género
literario, frecuente en tiempos anteriores, ahora no gustaba a muchos. Hablaba
de una expedición que empezó en Estados Unidos en el siglo diecinueve. ¡Una
expedición hacia México! A pie. Es decir, en animales de montar. Por esa época
este país no daba para más. Ni ferrocarriles ni carreteras.
Lumholtz
es uno de los viajeros cultos que visitaron el país. Su nombre se agrega a la
lista de extranjeros que escribieron
sobre este territorio, Pero a diferencia de ellos, Lumholtz no escribió de los recursos no
renovables del país que después desatarían la codicia de las potencias.
Lumholtz
nos habla de los indios tarahumaras y
huicholes. Ni él mismo imaginó que llegaría a ser la referencia clásica
de la vida huichola. Ni los huicholes mismos ni los grandes cronistas del siglo
dieciséis, como Fray Bernardino de Sahagún y Fray Diego Durán, ni los mexicanos
mestizos llegarían a relatar la vida huichola como éste alemán lo hizo. Se
quedó a vivir un año entre ellos. Tal cosa provocó o estimuló, que 40 años más
tarde Robert M. Zingg viniera a los mismos lugares en los que había estado
Lumholtz, para estudiar los cambios que en la vida de estos pueblos huicholes
se había registrado.
Lumholtz
relata los hallazgos que hizo en unas cuevas de la Tarahumara. Un mormón vecino
de esos rumbos le pidió que le permitiera acompañarlo a él y a su grupo de
trabajo. Después Lumholtz se dio cuenta que el mormón, con toda la fe que pueda
imaginarse, esperaba que aquellas exploraciones pudieran dar con las planchas
de oro que contenían el libro escrito por Mormón y que habían sido reveladas a
José Smith, en 1830.
Carl
Lumholtz tomó fotos de los lugares por los que pasaba. Eran todavía unos
enormes negativos tamaño media carta cuya emulsión fotográfica estaba aplicada
a cristales, no a acetato o película como se conocerían más tarde. Llevar
cámara fotográfica para esos negativos ya estamos hablando de toda una empresa.
Las cámaras fotográficas de entonces se trataban de unos grandes y pesados
armastotes. Además requerían un enorme trípode para poder fijarlas en tanto se
tomaba la foto.
Carmen
comentó:
-Gracias
a la presencia de ánimo que tuvo Lumholtz, para cargar con semejante equipo, es
que tenemos un legado fotográfico en blanco y negro de valor histórico
incalculable.
En
la alameda interior de la Casa Reyes
Heroles nos tomaron una fotografía
instantánea desde detrás de una mampara
pintada con dos figuras de personas. En el lugar de sus rostros había dos
huecos de forma elíptica en los que metimos nuestras caras.
En
el salón principal estaba anunciada una conferencia sobre un libro de Fernando
Savater. Empezaba en quince minutos más. Le sugerí que nos quedáramos a
escucharla.
-
Mejor invíteme un café y se lo cuento. ¿Le parece?
-Desde
luego.
-
Hay que provocar la reflexión - dijo más
tarde, en el café “El Jarocho” de
Coyoacán-. De eso se trata en este libro. Muchos viejos temas vitales y sin
solución plena son mencionados. Por
desgracia, el autor no dispone del espacio para detenerse y desglosarlos con amplitud. Por eso lo hace de pasadita y,
cuando ya nos encontramos dispuestos, Savater ya está en otra cosa. Se trata de
un pensador moderno porque aborda temas que nos interesan en la actualidad:
educación, corrupción, democracia, libertad...El hijo de un trabajador manual
no tiene porque, de manera fatal, seguir siendo un trabajador manual, dice. Ese
determinismo social debe ser superado. De ahí la importancia de que la
educación sea pública y gratuita. Aboga por una sociedad moral. Ninguna
sociedad busca ser asesina. Quiere ser moral. Si sus resortes morales se
aflojaron es otra cosa. No es raro que en una sociedad exista la corrupción. Lo
grave es que se consienta esa
corrupción, reflexiona.-Savater. El tema del individualismo es el que descubre
a los educadores y a los nihilistas. Lo mismo en filosofía que en
religión. El educador se preocupa, como Ibsen y el mismo
Savater, en que la masa, que suele ser brutalmente manejada, se vuelva de
calidad.
Guardó
silencio.
-¿Y?
-
¿Y? Pues ya. Es todo lo de ese libro.
Veía
la foto que nos tomaron en la Casa Reyes Heroles.
-Es raro ver en este cuerpo regordete sus
ojos, al estilo de Robert Taylor, y no
los
de sapo de Diego- dijo.
Carmen vive en Francisco Sosa, el corazón de
Coyoacán que, dice la leyenda, fue la primera
calle de traza europea que, en el siglo dieciséis, se fundó en América.
Tiene a Coyoacán hasta en la médula. Asegura que la ciudad de México es, como
dicen los códices, el ombligo del mundo, la ciudad que fundó Tenoch, en medio
de un Inmenso lago de un gran valle, rodeado
por altas montañas nevadas. Procedente de las llanuras norteñas, personalmente me sentía en esta ciudad como
ratón en un laberinto para ratones. Las ciudades del norte son chicas, amplias,
bien ventiladas y en la última calle empieza la llanura sin fin, llenas de sol
y de viento. Aquí me siento en un lugar muy sucio donde la gente tira
papeles en las calles sin tener conciencia de ese acto y saca a sus perros a
que defequen en las banquetas. Ésta ya
no es la ciudad que fundó Tenoch, me resisto a creerlo. Ya no hay lago, ya no
hay nieve en las montañas, ya no hay
aztecas y a la cultura
mesoamericana ya sólo se conoce en los institutos universitarios de estudio.
Pero
era la ciudad de ensoñación de Carmen. Una de esas tardes fuimos a tomar café a
El jarocho, de Allende y Cuauhtémoc. Llevaba
un libro bajo el brazo. Ya he dicho que Carmen es de esas raras personas
que siempre están cerca de los libros. Así como la gente en la calle lleva el
celular hasta para ir al baño o corriendo en los Viveros de Coyoacán o
copulando, así ella con el libro. Era el VI tomo de las obras completas de
Poquelín.
-¿Con
que es usted una victorhuguita -quise hacer una broma. Pero a mujeres como
Carmen no se les puede tomar por asalto en eso de la cultura.
-¡Valera!-respondió
de inmediato- Me encanta Pepita Jiménez
pero no me gusta esa expresión de Juan Valera. La inclinación de los mexicanos
cultos del siglo diecinueve fue mirar
hacia Francia, para no mirar hacia Estados Unidos. Por lo demás la cultura
francesa es oro de veinticuatro quilates. Quiero contarle algo de Jean Wahl. Es
mi libro de cabecera en el tema de filosofía.
-Otro
día- dije. Yo había leído algo del Romanticismo europeo pero, la verdad, lo mío
era buscar hidrocarburos allá abajo entre las rocas. Era tarde. Carmen ya me
hablaba de Wahl. En la banca metálica de la banqueta de El Jarocho íbamos por el segundo vaso de café
negro americano y Carmen seguía hablando de Wahl. Pero lo decía con tanto
empeño que empezó a interesarme y procuré prestarle atención a lo que decía.
-Jean
Wahl considera que la filosofía es una
revolución inacabada porque el pensamiento siempre está desarrollándose. Su
enfoque es universal y manifiesta reticencia ante los criterios que parcializan
todo devenir cultural de la humanidad tales como idealistas, materialistas, Esto es un juego de los partidos políticos
pero de la cultura universal. En los modos de pensar hay secuencias,
consecuencias. La muerte súbita y la generación espontánea tal vez se den en el
fútbol pero no en el mundo de las ideas. Es muy revelador este filósofo cuando
dice elegir nuestros valores es elegirnos a nosotros mismos y viceversa.
-¿Cómo
podría ser eso?
-
Como en una tienda de autoservicio cada quien escoge los artículos con los que
se identifica. A través de lo que
escoge está definiendo lo que es.
Alguien comprará una camisa color amarillo con motas verdes y azules y se
sentirá a gusto con su adquisición. El otro no comprará para nada una camisa
amarilla. El primero está realizando el método positivo para decir cómo es. En
el segundo caso tenemos al método negativo: al decir no a la camisa amarilla
está diciendo que él no es así. Wahl dice que la negación está implícita en la
afirmación misma de cualquier Ser particular. De ahí que vamos por el planeta
escogiendo nuestro mundo, con el que nos sentimos identificados.
-Pero
en ese caso- dije-, los problemas
vienen al enterarnos que el mundo
está organizado de tal forma que, al menos eventualmente, tenemos que actuar
diferente a como somos. La inconformidad, la neurosis y un sentimiento de
fracaso no están lejos.
-Es
cierto- contestó-, por eso Schopenhauer
dice que pasamos la vida fingiendo cuando nos conviene pero en cuanto podemos
volvemos a ser como somos.
-Si
hablamos de cosas, ¿pero, si hablamos de
personas?
-Buena
pregunta. Trataré de explicárselo, si me lo permite, en otra ocasión que nos
veamos.
-¡Por
mí encantado!
Con
una mirada oblicua, y sonriendo, de manera pícara, preguntó:
-¿Ha
leído a Scherezada?
-¿Unos
cuentos árabes?
-Sí,
unos cuentos árabes
-No.
Su
sonrisa se volvió más pícara:
-Yo
se los contaré, un cuento cada vez.
30
El
trío de jazz tocaba desde hacía rato. La
gente pasaba o se detenía en la banqueta. Atmósfera despreocupada de la segunda
quincena de diciembre y envuelta por el olor a café cuando lo están tostando.
Sentados en los escalones de acceso de los locales, algunos muchachos de la
clase media reían. Pelo largo, tatuados los brazos y la cara, pantalones de
mezclilla deslavada y hecha jirones por todos lados, como era la moda. Escuchan
sentados con las piernas cruzadas sobre los toldos de sus automóviles ahí
estacionados. Una muchacha bonita reía,
como debe reír la muerte personalizada ante la eternidad, mientras da profundas
fumadas a su cigarro de marihuana ya casi legalizada en este país y se afana
por retener para siempre el humo en sus pulmones.
El
trotacalles abandona su aire taciturno.
Alegre ahora, se detiene a
charlar con imaginarios personajes o con los ayudantes del conjunto musical. El
vendedor ambulante de periódicos baja la voz y se concreta a mostrar sus
publicaciones: ”¡Siete millones de
personas se reunieron anoche en la Basílica de Guadalupe!” Los “balazos” de
esos diarios decían:”¡ Otros siete millones caminan de todos los rumbos del país hacia el
Tepeyac!” “Cinco escuadras de ciclistas
del estado de Puebla vienen también en peregrinación ascendiendo la vertiente
oriental de la Sierra Nevada”. “¡Un enorme contingente de la Tarahumara se reunió en San Juan del Río, con otro de
Querétaro, y juntos se aproximan al Valle de México para ver a
Coatlicue-Tonantzin -Guadalupe.”
Los niños y las niñas de habla náhuatl y
español cortado pasaban incesantemente
vendiendo sus collares y figuras en papel de Don Quijote y Sancho Panza.
El elegante traficante atisbaba desde
detrás de sus lentes oscuros con todo cuidado el contorno. Sostenía con una
mano su vaso de café y el cigarro y en la otra un libro de Nietzsche. Era para
interesar a los intelectuales. Tipo duro, moderno, individualista, sin
compromiso de moralidad social. Vive entre la gente como depredador. Pero sin
su mercancía algunos se cortarían las
venas antes que anocheciera.
Bellas y
escuálidas muchachas, de no más de veinte años de edad, metidas en
pantalones de mezclilla de tirantes con aspecto cuidadosamente descuidado, y
cabello al viento. Repartían su propaganda que anunciaba la obra de teatro
puesta en escena: “Hotel de Burgogne”. En media hora daría comienzo. El mini
volante decía del teatro barroco de Francia. Una carrera que emprendieron
España, Francia, Inglaterra e Italia en el principio del siglo quince para
aprovechar las plazas públicas y hacer sus representaciones. O las viejas salas
de hospitales, los patios de vecindades y los solares baldíos. Cork pensó que
era la hora de la tarde en que las calles del centro de Buenos Aires empiezan a
ser invadidas por un olor a carne de churrasco. El mimo que acompañaba a las muchachas se trepó a una
banca metálica y, entre las notas de Maryland
my Maryland, desenvolvió un escrito.
Lo hizo como si fuera a leer un rollo en una
plaza medieval. Después se trepó ágil a un microbús que pasaba en ese
momento. Hizo como si fuera remando. En el otro lado de la plaza principal un
grupo religioso anunciaba el inminente y pronto fin del mundo. Su madre le
enseñó a leer la Biblia al revés. Empezaba por el Nuevo Testamento. Por eso a
temprana edad, sabía ya que estaban inventando su terrible cristianismo.
Pensó
en los viejos del grupo kikapú -hopi en
la llanura del noreste mexicano. Los imaginó sentados en el suelo. Otros en
cuclillas. Harían un círculo de unos veinte o treinta hombres. Platicando al
principio de cosas comunes y todos
a un tiempo de manera atropellada. Después en orden empezando por la derecha.
Exponiendo sus asuntos de trabajo y hasta familiares. ¡Falta el agua! se oiría
otra vez. Escuchando y ofreciendo alguna sugerencia si es que se les pedía que
lo hicieran. Hacía miles de años que eran la ley del lugar. Su palabra se
escuchaba. Se habían ganado ese respeto. “En las ciudades a donde vas no tienen
la organización de tu grupo. Allá el péndulo va de un extremo a otro. Primero
las cosas fueron divinas y después humanas... En el terreno cronológico antes
tenían dioses. Después vino la otra religión. Ahora eran vírgenes. Hasta aquí
todo seguía dependiendo del cielo. Finalmente desaparecieron las vírgenes. Después
fueron santas. En las cosas de la política de Europa había reyes cuya autoridad
procedía del cielo. Más adelante, con la democracia, el poder emanaba del
pueblo, ya no del cielo. Dos o tres siglos más tarde las cosas volvieron a
bajar del cielo. Después de otro tiempo todo surgió de nuevo de la Tierra. Dios
hizo al hombre de arcilla y luego los científicos descubrieron que las arcillas
habían tenido un papel decisivo en la alimentación de los organismos vivos para
su desarrollo...Los libros que se han encontrado de este proceso llenarían el
Golfo de México, si a éste se le quitara
el agua, y aun formarían una gran elevación.
Los niños y las señoras de las casas de las ciudades ven todos los días
muchas horas de televisión. Esto los
confunde respecto de lo que es bueno y lo que es malo. Acaban por creer que la
violencia de las películas, de los noticieros, las caricaturas y las telenovelas, es lo
correcto. Lo bueno y lo malo se ha trastocado en malo y menos malo. De los
valores trascendentes de divino y humano ¿quién podría hacer una síntesis en
estas condiciones?”
¡Cómo puede florecer en este ambiente un
Emerson? El se refería al eterno
conflicto humano pero también podría servir para los planos de “arriba” y
“abajo”. En Tlamatzinco se dijo que los individuos de su grupo habían
sobrevivido en el tiempo del desierto
gracias a que supieron mantenerse unidos. De otra manera serían a la sazón como
los pequeños granos de cuarzo. Duros, pero que son llevados por todos lados
para donde sopla el viento. Soñando entre tanto que, estoicos, son libres e independientes
como el viento, Duros, pero de tanto
golpearse entre sí acabarían tan desgastados, que un día no serán otra cosa que
polvo.
El trotacalles regresó a donde Cork estaba
sentado escuchando, ahora Just like in
the old.
-
¿Qué te pareció el café? Eres más experto en conocer el café que los catadores
del Centro de Cambio Monetario de Manhattan...
-
¡Bien!
Señaló
a una muchacha que, como parte de un grupo de encuestadores, detenía a los que
pasaban. Les preguntaba si querían contestar algunas preguntas de no sé qué
cosa.
-
¿No te parece interesante lo que hace esa muchacha?
-
Cumple con su trabajo. Si, puede ser interesante.
-
No me entiendes... ¿Cómo reaccionaríamos si nos percatáramos que un grupo de
hormigas se pusieran a levantar planos isométricos de paleo hormigueros?
El
Trotacalles tenía un frasco de licor en la mano. Su ropa, muy sucia, olía a
cemento para pegar dibujos. Cork sintió
como una descarga eléctrica que empezaba en su cerebro y hacía contacto
doloroso con el piso. De pronto pensó en los
mexicanos que, vagabundos, ya con
las neuronas hechas polvo, podrían estar desarrollando investigación en los laboratorios
o elucubrando sobre asuntos estéticos. O en la industria produciendo...En el
campo...
- Tan conmovedor como que una joven zoóloga
estudie a los babuinos...O como cuando nos detenemos en la galería a observar
las obras que pintaron otros humanos...
-
¿Por qué eso no puede ser?
-
¿Qué cosa no puede ser?
-
Lo de las hormigas levantando planos...
-
No tengo la respuesta...Supongo que la naturaleza ya hizo sus experimentos...
-
Sigue.
-
¿Cómo?
-
Sigue haciéndolos. No te sorprenda que aparezca alguien mejor que “nosotros”.
Sólo que es tan lento el proceso que no lo notamos.
Se
echó a reír y dijo:
-
¡No sueñes!
Lo
miró.
-
¡Tienes razón! No los dejaríamos avanzar... El humano apareció en la Tierra hasta mucho después que
los dinosaurios se hubieron extinguido...- De pronto dijo algo, haciendo referencia a las repartidoras
de volantes del teatro:-Así de bonitas
como la ves, son duras las muchachas-
señalaba al grupo de actores que se alejaban por la calle hacia el
mercado -. Conocí a dos mujeres que se las pintaban solas. Una de ellas se llamaba
Nora. Era casada. Un día, al descubrir la desconfianza de su esposo hacia ella,
abandonó su hogar y no le importaron sus hijas.
-
¿Cómo se llamaba el
esposo?
Se rascó su sucia cabellera.
- No me acuerdo. La otra que te digo
que conocí era más difícil. Se cree que
su lesbianismo...
-
¿Qué?
-
- ¿Qué crees que hizo?
- No imagino.
- Pues se suicidó.
- ¿Por qué dices que parecía preferir el
lesbianismo?
- Hay en juego unas pistolas...Armas de
fuego, ¿me entiendes?
- ¿Cómo se llamaba esta mujer?
- Hedda...- Volvió a rascarse – Hedda...
-
...Hedda Gabler
-
- ¡La misma!
- ¿Y su marido?
-
Carlos Tesman... A este sí
que lo tengo presente. Se me quedó
grabado que era un hombre culto pero la gente lo veía como un tonto. ¿Te
acuerdas del Príncipe, de Dostoievski?, pues has de cuenta.
- ¿Y dónde conociste a estas mujeres?
- Aquí a la vuelta, en el Foro
Coyoacanense. Por cierto que esta muchacha que te dio la propaganda era muy
parecida a Nora.
- ¿Y la otra se parecía a Hedda?
-
¡Exacto!...Oye, ¿cómo lo
adivinaste? ¡Salud!- levantó su vaso con café y ron- ¿Ves a aquella mujer? La güera de turbante.
Da clases de psicología tibetana. Cuando quieras te la presento. Muy tibetana
pero te aseguro que también tiene los pies pegados a la tierra.
-
¡Salud!- dijo Cork tomando
de su café negro americano sin azúcar.
31
Recordó que hacía tres vidas, según le
contara Clemencia... pasaban por los
campamentos indios norteamericanos, a la vista de los guías, en derredor a la
hoguera. La muchacha y él se percataron que la gente no se había entregado a la
espiritualidad como una moda de importación. No hasta el punto de querer
establecer una comunicación directa con la divinidad al precio de prescindir de
su chaman. Aun se le consultaba en la enfermedad y se le creía a través de
alcanzar la salud. Los pueblos de la modernidad ya no van consiguiendo
esto ni siquiera con los recursos
químicos sintéticos de la reciente ciencia. Cada vez su laberinto se les hace
más indescifrable. En ceincia podemos ser especulativos, pero en medicina se
muere la gente. Así es como el guía del pueblo aumenta su prestigio, su maná, a
través del poder que le da el pueblo mismo. Es una figura energética en la que
la gente de la tribu ve reflejada su propia autoridad. El hombre anciano pasa
sus manos a lo largo del cuerpo pero sin
tocarlo. El enfermo cierra los ojos. Percibe mejor el fluido que le es
trasmitido por la imposición de las manos rudas. El sacerdote chaman, cazador,
campesino, sostiene un haz de hierbas. Estas deben tener un poder especial.
Cuando él termina sus manipulaciones el
enfermo es un individuo diferente. Tiene otra mirada, camina erguido. Algo que
no se puede fingir es que tenía en su
cara un color verde cenizo cuando esperaba
su turno. Ahora el rostro ha recobrado sus tonos que le ha valido a su
grupo el adjetivo general de “piel roja”.
Era
cuando ella le decía: “¿Me creerá que he soñado que sucede lo mismo en el
Teocuicani, la cumbre de la ladera sur del Popocatepetl?”. También le decía
que la gente de la ciudad había cambiado cuando dejó de sentir respeto
por sus antepasados. Después ya no sintieron respeto por ellos mismos. Es como si esa fuerza del grupo, dijo,
arrancara a la divinidad de su ser inmutable de antes de que el tiempo
existiera. Y lo obligara a través de la acción, y la súplica, a mezclarse entre
los hombres. A tomar parte en sus cosas inmediatas. Cork recordaba las palabras que los teotihuacanos pronunciaban a
Tezcatlipoca: “Has que la paz vuelva a nosotros”. Con esto lo obligaban a dejar
el nicho y a involucrarse en sus cosas. Aquí el guía todavía no es el
depositario único de las fuerzas cósmicas ante las que nada tiene que hacer la
libertad del individuo, como sucederá con las religiones orientales. Todavía se
cree de manera sencilla y primitiva. La
figura central de la comunidad pasa sus
manos a lo largo del cuerpo del enfermo, sin tocarlo, y su poder será de tal fuerza que
la enfermedad tendrá que ser arrojada de aquel cuerpo. La impulsará la fuerte
creencia que su chaman es el depositario de las fuerzas cósmicas. Si el médico
egresado de la Facultad invocara también una buena dosis de psicología y
religión a su paciente, sin olvidar a la filosofía, éste podría llegar a
profundos resultados frente al mal que le aqueja. Las células animales
desordenadas volverían, quizá, a su buen funcionamiento. Su laicismo, sin
embargo, lo ha situado en sólo un hábil conocedor de fórmulas químicas. En una
abstracción. Los grupos que han diversificado tanto sus actividades de tipo
social, frívolo o político, van restándole importancia a la figura de su guía.
Este es cada vez menos fuerte ante los problemas del pueblo. Ha llegado a ser
una simple figura más en el paisaje. Ha perdido energía. Pero el pueblo, con frecuencia,
también se mete entre el laberinto de un eclecticismo disolvente.
Algo sucederá aquí con la naturaleza y con
la vida. Observaba Clemencia al ver cómo
los depredadores se iban apoderando de las poblaciones huicholes y tarahumaras,
sin que se contara con una fuerza capaz de enfrentárseles. Los despojan de sus
tierras amparados en un tramposo jurídico sin importar le revuelta social que
eso provocará tarde o temprano. Una interpretación demasiado individual del
cristianismo, y una tecnología insaciable comedora de recursos no renovables, tendrá que arrojar sus resultados. Acabarán
emigrando hacia el norte. Parece una cosa obvia lo que dice Plotino, pero es de
lo más cierto.
- ¿Qué dice?
- Que la naturaleza es un alma nutritiva y
vegetativa. Hace que cada ser produzca un ser semejante a sí mismo...
- Nadie puede dar lo que no tiene. San
Francisco no podría dar odio, por ejemplo. Y ya Sócrates probó que Pericles no
pudo lograr que sus hijos fueran tan sabios como él.
En ocasiones pensaba que esta muchacha, a fuerza de buscar estar en la misma
frecuencia con el Absoluto, había perdido de vista a la naturaleza. Pero
no.
Por lo visto a ojos
de Clemencia era un individuo lleno de sensualidad. Nada más.
El, en cambio, pensaba que el mundo está lleno de mujeres menos complicadas que
Clemencia. ¿Qué locura aquella de las vidas sucesivas? Clemencia creía
firmemente en algunas cosas de lo que Platón decía, pero en otras no. Es como
los cristianos que en algunas cosas hacen lo que dice Cristo pero en otras no.
- Lo único que cambia son los lugares. Siempre
hay guerras. Con frecuencia entre países cristianos.
- La
guerra es una eterna mentira.
- O
dos verdades.
- O
una verdad partida en dos.
-
Los cronistas e historiadores de ambos bandos contarán en los siglos
venideros su verdad, que será una mentira
para los otros.
Hasta en filosofía sucede eso. Platón y Jenofonte
no coinciden en lo que Sócrates dijo en el Banquete.
- No estoy de acuerdo en la carga de
hedonismo que significa tomar una cerveza. El cuerpo humano se preparó por miles de años. En la actualidad el hombre o la
mujer que suben por una pared de rigurosa verticalidad se dan cuenta del
infinito trabajo de preparación previo que tuvo lugar. O cuando va por una
ladera nevada o recorre cincuenta kilómetros subiendo y bajando montañas. Es un
organismo y una voluntad hechos a la medida de las posibilidades del humano.
Todo está hecho del mismo tiempo y del
mismo espacio. En él se dan la voluntad y su representación. Lo piensa y lo
hace. ¿De que serviría que pudiera pensar pero no hacer? Puede hacer y por eso
piensa en la posibilidad de ejecutarlo.
¿Imagino
mi alma antropomorfa con botas y
piolet, provista de alas perderse en el cosmos para siempre sin dejar
huella? Y volvía a pensar en esa mujer
que lo busca cada vez a través de los
siglos hasta encontrarlo de nuevo. ¿Y todo para qué? Cuando lo encuentre de
nuevo se retirara a la paz de su departamento y volverá a viajar a través de
los mundos siderales. Las estepas del norte están vacías de la presencia humana
y ella viajando por esos mundos. Quizá sospechara Clemencia, se dijo, que todo amor... toda
frase, todo romanticismo, todo arrobamiento, toda promesa en el amor estaba
dirigido a materializarse en un tercer humano producto de los dos. Bello y
exigente, capaz de captar la atención de ambos antes que, como apunta el poeta, empiecen a pelear. ¿Lo sabía? ¿Por qué
buscarlo? ¿Por qué no seguir cada quien su camino y pasar, como naves que van
en direcciones contrarias, entre las sombras de la noche, decía Cronin? Si la
matriz sirve para tener hijos, o para tener tumores, por qué llenarla solamente
de viajes siderales?
-¿Todo eso dije entonces?
- Todo eso dijo entonces.
- Creo que jamás se me hubiera ocurrido.
¿Está segura que no tenía a la mano una botella de ron?
- La tenía pero sin ron. Bueno, dijo que lo
liberaba de la envoltura de esta vida para que pudiera trascender el tiempo.
-
Eso parece más bien cristiano. Me recuerda a Santa Teresa de Ávila.
- Dijo que lo había escrito Fray Bernardino de
Sahagún.
-
Precisamente un monje cristiano. Sabio como pocos, por cierto.
-
También que lo había escrito Durán.
-
Otro monje cristiano. Sabio también. Pero si, creo que tenía razón.
Mictlantecutli y Mictlancihuatl liberan... pero a su tiempo... ¿Qué haría una
anciana de ciento veinte años de edad? ¿O un enfermo sin remedio?
-
¿O alguien que se esté hundiendo en la tristeza? ¿O en la riqueza? ¿O en la
aflicción?...
32
Media
hora más tarde daba un último trago de
café. “Café negro americano”, dijo sonriendo en tanto veía hacia el interior
vació del vaso de material desechable. Fue cuando sintió que su tiempo se había
acabado. Si a partir de entonces no encaminaba sus pasos hacia una vida menos
muelle, su psicología resentiría graves
daños. Su cuerpo engordaría. En adelante sería un campo más en el que se desarrollarían toda clase de hipocondrías.
Amaba a Puerto Rico, a su gente, a su historia. Pero encontraba tan bello el país que en cada
ocasión, después de dos semanas, tenía que salir a toda prisa de ese Edén.
Como un asceta que de pronto se viera comiendo un delicioso pastel. Decía que
no quería morir como el campesino inglés Tomás Parck. A los ciento
cincuenta años de edad fue a vivir a la
corte. Dos meses después murió. La vida demasiado regalada lo había matado. “Mi
Edén tiene otras características. Otro tipo de belleza. Los puertorriqueños,
como los de Ciudad del Carmen, es gente que nació con la fuerza necesaria para
vivir en esos Paraísos. Su porcentaje de sangre negra le da esa resistencia”.
Tiene razón Clemencia cuando dice que el
ruido de la ciudad dificulta al individuo encontrarse con su interioridad.
En parte era ajeno a la escena exterior. Deseaba tener la facilidad de los que son
capaces de congregarse por centenares, en derredor del mimo, y reír
espontáneamente de sus ocurrencias. La
gente del desierto dice que después de la tormenta de polvo llega la calma.
Después de la destrucción que deja el tornado la vida se rehace. Pero la falta
de interioridad le hará ver el caos terminal.
Sí. Era
hora de volver a la montaña. La idea empezaba a tomar forma. Uno de los ancianos le había dicho, al poner
sus manos sobre su cabeza, cuando niño, en señal de despedida institucional: “Ahora
viajas hacia el sur. Es un lugar donde reina la confusión. Pero no te
equivoques. En otros tiempos los habitantes del norte vagábamos desnudos por la
llanura y comíamos carne cruda en tanto
ellos, los de la zona geográfica, que ahora se llama el centro de
América, ya veían hacia las estrellas. Contaban con el cero. Sobre todo tenían
una forma de escritura que a la fecha no
hemos podido entender. Tenían grandes poetas y no menos grandes arquitectos”.
Se
acordó de la isla del Carmen. De Carmen y de Clemencia. “Carmen siempre buscando la última metáfora
en la obra de Ibsen”. Sin metáfora será mejor que el individuo se dedique a
otra cosa diferente a tratar de vivir, Norman Mailer fue el primero que lo
dijo.
Se esforzó en traer a la mente una idea que
hacía tiempo buscaba como proyecto de ascensión. Tal vez cincuenta kilómetros
en las altas montañas, empezando por el norte... La marcha se desarrollaría en
la cota de los cuatro mil metros como promedio. Habría que incluir algunas
escaladas en roca, nieve y hielo. Como todo escalador que piensa en una
ascensión, tan pronto enuncia el nombre de la subida, ya está sopesando la
intensidad de los riesgos. El sudor aparece en la palma de las manos... Bueno,
se dijo, no hay más locura adrenalínica en el alpinismo que en el Encierro de
Pamplona o en el Carnaval del Misisipi.
Así, de pronto, cambió su escenario. Como un
fotógrafo que manipula el telémetro de su cámara, y selecciona su objetivo,
dejando en segundos planos de nitidez el resto de la escena. Se dio cuenta que
el dixieland y los encantadores
personajes de la bohemia callejera, que un rato antes le proporcionaran placer
escucharlos y estar en medio de ellos, ahora se movían como en un trasfondo
cada vez más extraños.
Dice que volvió a pensar en Clemencia y en
Carmen. Se preguntó qué caminos andarían recorriendo. “Encantadoras y
complicadas mujeres”. En relación ¿a qué la complejidad de la mujer se acentúa
y en relación a qué se hace más entendible y hasta completamente accesible? ¿La
temperatura, como le habían dicho en Tlamatzinco? Nora y Hedda. ¿Filosofía?
¿Fisiología? ¿Economía? ¿Mercado de trabajo?
Una mujer podría relatar eso. Carmen le había asegurado que ni siquiera
Oscar Wilde o Somerset Maugham podrían
lograrlo. Levantó sus hombros en señal de incomprensión y volvió a centrarse en
su proyecto alpino.
El
trotacalles había vuelto a sentarse junto a él, en una de las bancas metálicas
de la orilla de la banqueta. Mientras movía su café con el popote agitador y
sin importarle lo fuerte que se escuchaban las notas de jazz (¿o debía decir gospelmusic?), le contó de un sujeto que
había conocido en el verano. Era un hombre que se creía ser un barco. En lugar
de encontrarse surcando las aguas del mar estaba encerrado en un manicomio. Se
llama Plantagenet- Lawhill. Nada más Plantagenet. El médico del manicomio se
empeñaba en decirle también Lawhill. No estaba ahí por loco sino por borracho.
Y él mismo no sabía si eso era mejor o peor. La gente se empeñaba en que fuera
como ella. Él solamente quería ver el mundo a través de una botella. ¿Por qué
no? ¿Acaso no hay libertad en este mundo? Iba a decir democracia pero eso le
obligaría a vivir como decidiera la mayoría. Dijo “libertad”. ¿Cuál libertad?
Quién sabe. Por fortuna en el liberalismo hay cien libertades, todas
irreconciliables unas con otras. Ante eso el mundo ya podría dejarlo en paz.
Arrinconado en el lugar más oscuro del bar se acordó del pobre gato que había
perdido un ojo en una pelea. ¿Era cierto o lo cerraba a propósito para buscar
una sola visión de las cosas? Su libertad era su libertad. No era la libertad. Después de todo, qué le importaba
lo que pensara un mundo que no había sido capaz de conciliar el horror de los
contrarios. Que cada quien patea el
balón en la dirección que se le pega la gana. El temblor que ahora sentía era
como ese espantoso miedo que se tiene cuando se está acabando el licor y ya no
hay dinero. Porque hay que parar de beber... Después de lo cual queda la
realidad. No la realidad específica de un bebedor. La realidad que se rige por
las reglas dictadas desde la cámara de legisladores. El que sea capaz de sobre
vivir después del amanecer, sin un trago en el estómago y sin dinero, es un
superhombre. Espera un temblor que hace morir de pánico. No todos sobreviven a
eso. Mientras tanto sus compañeros de cuarto (¿debía decir celda?) sin
atreverse a comer, se reían con una sonrisa vacía. Pensó en decirle al doctor
que uno de sus pacientes, su amigo Kalowsky, no estaba loco sino cuerdo. Se
detuvo al pensar si él, Plantagenet, estaba cuerdo. ¿Lo estaba? Lo cierto era
que Jesucristo estaba allá arriba, aunque nadie lo veía. Abraham Lincoln y
George Washington estaban acá en la
tierra y tampoco se les podía ver. ¿Qué se podía asegurar y qué negar? Además,
se preguntaba, qué caso tenía que el médico rehabilitara a pobres lunáticos.
Tendrían que vivir en un mundo perverso. Otros lunáticos mandaban donde el
comportamiento neurótico se convertía en norma. Pensó que los internos son como
unos soldados heridos. Los cirujanos, también destrozados, tratan de
remendarlos para enviarlos de nuevo al combate. Algunos de estos individuos
decidieron enfermar no para morir sino para cambiar de vida. Tenían la idea de
renacer, de hacer un borrón y cuenta nueva. Pero a la sociedad no se le puede
burlar así. Tiene sus reglas. Y al que lo intente lo encierra. Por lo que a él
tocaba acaso pudiera volver a un pasado
sin historia...Todo volvería a estar bien. Pero
tenía una historia. Ahora bien, si ese pasado no le hubiera dejado una
larga y pesada herencia de insalvables consecuencias. Había detalles que le
recordaban con cruel exactitud la criminal locura de su vida...Al final del
tratamiento lo dejaron salir del "sanatorio". Percibía por fin la
libertad. ¿Libertad frente a qué? Siente remordimiento por haber dejado allá
adentro a sus amigos. Compra unas naranjas y regresa a dárselas. Con ellos el
problema es más grave. No como él, pasajero ocasional de aquel barco. Ellos son
parte de la tripulación. De todas maneras le dice al médico que han sido
ultrajados. Tratados a patadas, perseguidos, y ni siquiera llevan gafas
adecuadas para leer. Que deberían estar en un sanatorio. Que Kalowsky es un pobre
diablo pero que no está loco. Un muchacho que no tiene esperanza, ni tradición,
ni libros, ni educación. Sólo tiene a Tarzán.¡Un verdadero héroe como modelo a
imitar! ¡Tarzán es lo único que conoce! ¡Si se le diera oportunidad de leer, de
aprender, de vivir! ¡Si no hubiera diarios! Se introduce a un bar. En el lugar
más oscuro saca la botella y apura unos tragos de whisky. Busca un sitio dónde
dejar la botella vacía. Ve en la pared un dibujo obsceno. Presa de ira
inexplicable lanza la botella contra aquella imagen. Se hace a un lado para
evitar los vidrios rotos. Es cuando le parece que había arrojado la botella
contra toda la indecencia y la injusticia del mundo. Después de lo cual se
acurrucó sobre la mesa. Como cuando, antes de nacer, estaba en el vientre de su
madre.
-
¿Cómo dices que se llama el personaje de tu relato?
-
Lawhill.
-
Creí que Lowry – pero cuando volteó el trotacalles ya no estaba. Había ido a
pedir dinero para comprar otro café.
Dos
días antes yo le había escrito por computadora: “¡Llegaré este fin de semana.
No sé qué diablos se te ha metido en la cabeza con respecto a las montañas.
Espero que valga la pena el viaje. Arreglé las cosas en la compañía para
ausentarme dos o tres semanas”. Y aquí
venía lo mejor: “¡Después debo regresar de inmediato. Tengo proyectos de
trabajo que desarrollar de manera urgente!”
Dice Cork que no pudo controlar reír en plena banqueta llena de gente
que caminaba sin prisas con su vaso de café en la mano. ¡Proyectos qué desarrollar
de manera urgente! ¡Las malditas placas tienen millones y más millones de años
moviéndose allá abajo, milímetro a milímetro sin prisa, y él tiene cosas
urgentes que desarrollar!...Después pensó, volvió a pensar, que en algunos
países los investigadores científicos duran cien años de vida. Solamente hasta
los ochenta pudieron, quizá, ser realmente productivos. Los veinte años
restantes...Cobraron sueldos elevados con respecto a lo que la gente gana en la
calle. Ocuparon un espacio físico... Por vinte años estuvieron en la nómina y
de alguna manera no permitieron que otros investigadores jóvenes, y con ideas
frescas, pudieran haber ocupado...Después de todo, recordó haber leído en
alguna parte, el arte que tú haces es de tu espontaneidad, pero una
espontaneidad que ya tomó en cuenta el pasado...Conoció el caso de un
investigador científico que había perdido el juicio. Nadie, ni siquiera el que
hacía el aseo, podía entrar a su oficina. Y como era emérito, tampoco el
director se atrevía a emprender alguna acción. Cierta vez el doctor se ausentó
un mes. Un hedor se empezó a esparcir por el pasillo del edificio. Tres días
más tarde llamaron a los bomberos y a los abogados del Jurídico. Lo que encontraron en la oficina fue un bote grande
de lámina que, a pesar de su tapa, despedía aquel olor insoportable. Cuando lo
abrieron pudieron observar millones de gusanos en pleno hervidero en torno de
una piel que había sido de gato. El investigador lo había encerrado en el bote.
Se comunicaron a su casa. Hacía unos días que había perdido el juicio. Dos
meses más tarde murió. Estaba en edad avanzada. Debía haberse retirado unos
veinte años atrás. La comunidad del instituto de investigación pudo observar su
paulatino descenso. Pero era una personalidad a la que la ciencia y el país
debían mucho. ¿Cómo decirle siquiera una palabra para que se fuera descansar, a
viajar...? Montaigne decía que había que morir en pleno goce de sus facultades
físicas y mentales “espero que no haya estado pensando en los escaladores”.
Miró el vaso una vez más. Dio el último sorbo
y luego de depositarlo en el gran bote
verde de vasos usados, se fue caminando, hacia el sur. Hacia Miguel
Ángel de Quevedo. En la plaza, bajo el kiosco, pululaba toda clase de profetas políticos,
sociales y religiosos. Pedían firmas para algún plebiscito. El mundo estaba
haciendo crac. Malaparte habría dicho que “kaput”. Largarse del planeta era
llevar consigo los mismos esquemas! ¡Frankstein en programas de computadora! ¡Y
con mucha urgencia para desarrollar planes de trabajo! Antes que el mundo tronara, los muchachos de
poder adquisitivo se apresuraban a buscar un cigarro de hierba y un puñado de
anfetaminas. El gran descubrimiento de los bebedores de la taberna
Washintogniana... fue que la fuga
geográfica no curaba la afición de beber. Puede funcionar con enfermedades virales
pero no con las que se llevan en el alma. Estas necesitan otro tratamiento. Los
washingtonianos lo habían descubierto. Se habían quedado en su misma mesa del
bar. ¡Y habían triunfado!(momentáneamente).
En
el mundo edénico del desierto había tenido lugar un cambio que alteró la vida
de la comunidad. Como en el siglo de la conquista hicieron su aparición
enfermedades para las que el organismo no tenía defensa.
Una
villa casi perdida entre las dunas de arena. El número de sus habitantes, su
industria campirana y la lejanía de su ubicación habían hecho grandes esfuerzos
por tener escuelas pero no logró planteles de la media superior. Las antenas
llenaron el horizonte de las azoteas. Los prototipos negativos esparcidos y
proyectados se instalaron en el inconsciente
de esta apartada población y le ganaron la carrera al aula. Persiguiendo
un rating se convirtieron en las
universidades del terror donde los personajes centrales eran los antihéroes. No
faltaban en ese conglomerado antenas emprendiendo la dignificación del
horizonte. Pero eran pocas.
Hizo
alto en la biblioteca frente al kiosco. Consultó uno de los diarios
principales. Juan Sánchez Saavedra, investigador universitario, había recibido
la tarde anterior el más alto galardón que da la Universidad Nacional. Era el
reconocimiento por su contribución al conocimiento de la orogenia de una región
del oeste del país. Veinticinco años le había dedicado, hasta entonces, a la
exploración y estudio de tal provincia fisiográfica. El adusto auditorio, La Capilla
(en otro tiempo se le conocía a este lugar como “La Maternidad” debido a que en
él se hacían los exámenes profesionales), del Palacio de Minería, en el centro
de la ciudad de México, estaba lleno de personalidades nacionales y del
extranjero.
La
primera plana detallaba que ya había nacido el niño de una cantante. “¡Nació!”
Bueno, se daba por hecho que cien millones de mexicanos sabían de qué se
trataba. El de mayor tiraje vendido era “El Clarín Rojo”. Como siempre, éste se
había llevado la noticia. El titular de primera plana decía: “¡Se guardará la
placenta!” Sus dos páginas centrales publicaba un extenso artículo que detallaba
el asunto de la placenta: “Se guardará la placenta por si alguna vez aparece un
presunto padre del niño”.
El tercer diario ofrecía este encabezado de
primera plana: “¡Libre!” Dos años atrás un diputado había chocado en tanto
conducía su motocicleta. Los policías lo
sacaron de su maltrecho vehículo en el
que había quedado atrapado. Estaba en manifiesto estado de ebriedad. “¡Libre!”.
No hacía falta explicación alguna, cien millones de mexicanos sabían quién
salía libre.
Después
de revisar las “primeras”, Cork pasó a buscar en las “noticias breves”. Nada de
Juan Sánchez Saavedra. La tarde anterior había asistido a la entrega de la
presea y la fiesta de que había sido merecedor su amigo por trabajar en la
investigación. Le dio un fuerte abrazo y luego de brindar con él se despidió.
En este país los científicos no son noticia ni de “breves” se dijo. De todas
maneras caminó una calle hacia el este de la plaza de Coyoacán y le envió una
postal. “¡Felicidades!” le había escrito al final de la nota.
De
un local de la calle Carrillo Puerto salían notas musicales “El elogio de la
danza”, se dijo, “Leo Brouwer. La guitarrista es Marta Eugenia. Se acordó de la
isla. ¡Vaya manera de tocar la
guitarra!” El crecimiento de la ciudad y de los pueblos marcó la disminución de
muchos seres vivos del bosque. ¿Pensó en las gaviotas pardas del Ártico que
llegan cada año al norte de Gran Bretaña. Hace siete mil años los estanques
abiertos de Escocia eran un bosque de abedules. Fueron destruidos y ahora son
extensos pantanos de turba. Ningún animal
sobrevive si su hábitat se ha extinguido. El orgulloso humano no está exento de
ello. En Estados Unidos hay millones de campesinos de todas partes del mundo.
Las comarcas de sus países, otrora
boscosas, habían quedado finalmente erosionadas y desérticas. Entonces tuvieron
que emigrar... Emigrar no sólo a donde hubieran fuentes de trabajo para comer,
sino también orden. Confianza que allí no se permitiría la deforestación. En un
lugar de África hicieron una gran reserva ecológica, transformándolo en Parque
Nacional, porque los cazadores furtivos se estaban acabando a los animales.
Ahora miles de humanos vagan miserables y
sin rumbo porque los animales ocupan su tierra....
Le
decían los viejos que Mark Twain había nacido cuando pasó el cometa Halley, en
el siglo diecinueve. Se cree que viajaba montado en su cauda. Por un descuido
cayó en un pueblucho del Misisipi.
“Tu,Cork,
caíste en esta parte del desierto. Volverás a él. Por eso caíste en semejante
lugar. Tal vez tú puedas ayudar a reconstruir lo que otros destruyeron...”
33
El
trotacalles lo vio alejarse. Levantando su vaso de café, al que
subrepticiamente había echado un pequeño chorro de aguardiente, le gritó entre la multitud: “¿Cuándo vuelves?
¡Te contaré de Hegel! ¡De cómo perdió la esperanza!... O de Nietzsche. Odiaba
igual a cristianos que a wagnerianos. Primero fue un apasionado wagneriano.
Seguramente antes también fue un convencido cristiano. Sin Wagner y sin Jesús
su obra habría disminuido bastante en cantidad de cuartillas. Sólo se hubiera
quedado con Dionisio. Y Lutero.
Se
Cork se detuvo por un momento frente a un teléfono público. Pero enseguida
siguió su camino. Siempre sintió incómodo el sencillo acto de hablar por teléfono
(se preguntaba si los suicidios habrían disminuido en el mundo cuando apareció
la telefonía celular). Quería comunicarse con los de su centro de trabajo.
Avisarles que se ausentaría por dos o tres semanas. El microscopio todavía no
salía de las bodegas de la aduana... ¡Buenos
chicos los del instituto de investigación! Hasta hace poco tiempo era una
ciencia que consistía sólo en lo que el científico hacía, no en su inimaginable
potencialidad. Por fortuna ese pobre método científico, desoladamente laicizado
y empírico, comenzó a agarrar color cuando se le permitió que la intuición
entrara en juego. A partir de entonces los continentes empezaron a viajara
través de los océanos. Y el magma fue el magma de otro magma. Sí. Por fin empieza a volverse a la
intuición y a tener a la razón como su ayudante ordenador del conocimiento
demostrable.
Pegados
al kiosco, tres huicholes tocaban música de viento. Ataviados con sus blancos y
amplios pantalones de algodón profusamente bordados de representaciones
simbólicas. La gente no sabía la fuerte atracción que esos símbolos ejercían en
ella. Un trío de más allá cantaba
acompañando sus voces con flauta, bongó y güiro: “Y cuando tú vuelvas, ansiosa
de verme, me hallarás perdido, en el bulevar...”
Pasó por
la fuente de los Coyotes Emplumados. Los vendedores jipimesoamericanos
empezaban a tender sus artesanías en el suelo. El adivinador de vidas de la
esquina, frente a las nieves, gritaba a su clientela invitándole cinco minutos
fuera de la realidad por tan solo veinte pesos: “¿Quieres conocer tu destino?
¡ja, ja, ja!” Se fijó en El Hijo del Cuervo. Su enorme puerta metálica color
café permanecía entornada en esta hora de la mañana. Se veía poca actividad. El
año anterior había asistido en ese lugar a un ciclo de conferencias cuyo tema
era nuestro racismo. El mexicano del siglo
diecinueve casi acaba con el mexicano mismo. “¿Qué se podía esperar de una
región en la que se leen dos libros al año, por individuo, como promedio, y
las editoriales acabando en el basurero?” “Es decir que vamos de regreso a Neandertal”,
le había dicho en cierta ocasión en plan de broma. “Algo parecido. No los seguiré
en ese viaje. Me regresaré con los hohokam, navajos, los hopis y con los kikapúes”
Pensaba
ya en los bosques altos de la sierra. Hasta pudo percibir el olor de los pinos. Emoción y método son las
oleadas que invaden al montañista. Estudiará fríamente el equipo necesario de
escalada, los campamentos o vivacs,
la altitud y el virtual estado del tiempo. Pero sólo hasta después que haya
sido invadido plenamente por la emoción que la empresa significa. La ciudad del
valle tiene encantadoras rutinarias probadas una y otra vez por la razón. Ahora
hay que arrojar el yo fuera de ese encantador mundo cómodo.
Sintió que la voz del trotacalles y las notas
de storyville special se desvanecían
con rapidez. Se convertían poco a poco en el recuerdo de algo interesante pero
que era preciso dejar atrás. Le gustaba aquella vulgaridad. Se identificaba con
ella. Decía que los novelistas, poetas y filósofos son visionarios. ¿De qué
hablarían si no conocieran la pasta humana? Y nadie puede escribir más de cien cuartillas
si no es rutinario. El investigador mismo vive día tras día, año tras año, la
obsesión de su maravilloso “método científico”.
El siglo diecinueve europeo fue un siglo de rutinarios. Todo mundo tenía
su implacable, lógico y rutinario
“método”. Abstracciones y más abstracciones necesita la especialización
científica. Ya se extinguieron aquellos sabios que sabían un poco de cada cosa.
Pero tenía conciencia que para que esa
vulgaridad no envejeciera, y siguiera siendo encantadora, debía marchar hacia
las soledades nevadas de las montañas. Allá donde tienen su casa las
tempestades y los vientos son tan poderosos que cortan la roca más resistente.
34
Era
el último día de aclimatación en
Amecameca antes de marchar a la pared del Abanico. Después de la cena caminamos
un poco por las calles al oriente del mercado antes de volver al hotel. Al día
siguiente subiríamos a Tlamacazcalco para
permanecer ahí dos días antes de emprender la subida al refugio El
Queretano.
Toci no puede estar lejos de Cork y ha
entrelazado su brazo con el de aquel. El clima es helado en las noches de
Amecameca. Aun así desaparece el frío del rostro del otro al contacto con el
cuerpo de aquella mujer. Está consciente que es afortunado al ser el hombre
capaz, sin proponérselo, de provocar la química sensual de aquella atractiva
muchacha escaladora. Nota que su respiración se acelera y su hermoso color
bronceado se llena de rubores. Su mirada se transforma y, seguramente, su ropa
íntima se humedece.
Una
mujer va delante de nosotros. Lleva a su pequeño hijo en brazos. Al cruzar el
puente de cemento hace una señal apenas perceptible, al pasar el arroyo. Ha
arrojado hacia atrás un poco de sal sobre su hombro.
El pequeño puente de madera que permite
salvar el riachuelo tenía poco de haberse clausurado.
Juan Mereles:- En el pasado las autoridades
procuraba tener limpieza en este lugar.
Benito
Ramírez.- En poco tiempo volvía a ser un
basurero con sus bolsas de plástico, excrementos y láminas oxidadas.
Toci:- Todo eso desapareció y ahora el lugar luce
limpio.
En una pared de la cárcel estaban escritas
estas palabras, en un estilo gráfico desordenado:” ¡Por culpa de estos cabrones
a Hegel se le descompuso la brújula!”. Carmen se rió ante la muestra de
ingenio. Para descifrar aquello se veía obligada a hacer una digresión para la
cual no se sentía con ánimo en ese momento. Pero sí dijo:
-
Es una situación afortunada tener dos grandes culturas, como las tiene el
pueblo mexicano.
-
Pues sí. A reserva de conocerlas.
Toci:-
Si no fuera por los antropólogos Mesoamérica se nos hubiera perdido para
siempre.
Un perro da dos vueltas sobre sí mismo y se
echa en la entrada de la tienda que anuncia los productos empacados en vistosas
bolsas de aluminio.
Benito
Ramírez:- Los camiones de estos productos recorren los senderos vecinales de la
sierra que une a infinidad de pueblos.
Los niños corren y rodean el vehículo. El
conductor les da una galleta y se abre paso con el paquete de papas, pastelitos
y chocolates hacia el interior del comercio, apenas iluminado con un foco que
proyecta su luz amarilla hacia la oscuridad de la noche. Uno señala con su manita,
renegrida y partida por el sol y el viento frío, la cara de un muñeco amarillo
con grotescos cabellos rojos pintado en la parte posterior del camión
repartidor. Los otros chicos se arremolinan y tocan la pintura riéndose entre
ellos y mirando de soslayo al conductor. En el horizonte la montaña
arqueológica y alpina resalta su relieve
de mujer yacente en la lejanía con sus nieves deslumbrantes. De alguna casa salían
las notas de See Line Woman.
- Si no fuera por Nina Simone esta vida sería
aburrida - dijo Cork mientras ajustaba las correas de su pequeña mochila a su
cintura que llevaba para comprar fruta destinada a las alturas. Hacía
malabarismos con el cigarro que sujetaba con los dientes y el humo se le metía en los ojos.
Me
di cuenta que, cuando dijo eso, Carmen se sintió definitivamente emocionada y
agradecida con él.
Carmen:-
La cultura de occidente es rica y la mesoamericana excelente. Pero es
cierto que hay que conocerlas. Que no
sean meros libros empolvados.
El
bosque más allá de las últimas casas de Amecameca tienen, en efecto, los significados
contradictorios del sincretismo
Toci:- Las cruces que se encuentran en los caminos y en lo alto de las
eminencias del terreno es para ahuyentar a las criaturas malignas. En cambio
los enormes patios de los centros ceremoniales de los sitios mesoamericanos,
como el de la cumbre de la montaña Tlaloc, es para danzar. En el baile se
realizaba la oración.
Carmen:- Hasta hace poco, quizá estemos hablando
apenas del siglo pasado, solamente conocían una cultura los mexicanos, y era la
de occidente. Estaban muy enterados del
viaje que Dante emprende con su maestro Virgilio a las profundidades del
infierno, pero no sabían del peregrinar que Quetzalcóatl tuvo que hacer a las
profundidades de la Tierra para traer el alimento para los humanos.
Otra mujer campesina lleva a su pequeño hijo
de la mano. El chiquillo quiere un dulce y hace berrinche. Le dice en náhuatl
que no esté dando problemas. Toci es nuestra traductora.
Carmen:-
Esta mujer seguramente no sabe que ha habido mujeres que han soñado ser como
ella. Sentirse tironeada por la manita de su pequeño y reñir amorosamente entre
los dos. Les cuento. Una de ellas fue Salambó. Otras prefirieron el camino de
la epopeya. Los noruegos a su Nora Helmer, los mexicanos a Coyolxauhqui, los
romanos a su Fabiola, los tlaxcaltecas a
su Tenepal o Malinche, aunque sea de origen tabasqueño, los argentinos a su Evita, los guanajuatenses
a su Josefa Ortíz de Domínguez, los chilangos de Coyoacán a su Frida Kahlo, los
españoles a su Federica Montseny, los de la Merced a su Nahui Olin, los
norteamericanos a su Scarlet O’ Hara, los franceses a su Juana de Arco y a su
Madame Bovary y los rusos a su Ana Karenina... A Salambó se le ve caminar en
sentido contrario. Quiere ser como la mujer de Amecameca que le dice a su hijo
que no esté dando lata con el dulce.
Mujer antiheroina. Quiere a Matho. Tener hijos con él. Ir los miércoles
a comprar la comida al mercado sobrerruedas, levantarse apresuradamente todavía
con la cabellera en desorden a preparar el desayuno. Salir corriendo a llevar a
los niños a la guardería. Piensa quizá en el tiempo cuando su Matho esté calvo,
con los hombros caídos por la vejez. Un poco de caspa sobre la solapa. Algo
gordo. Tal vez sufriendo de hemorroides. Cuando éste se agite al subir la
escalera de apenas diez escalones. Tal vez hasta sueñe con estarle recordando
que tome sus pastillas para controlar la diabetes. Sueña con estar junto a él
en esa edad en que la mujer tiene trastornos por la descalcificación y sudores
de la menopausia. Vivir lo que dijo el poeta que hay belleza en contemplar una
vida que se extingue lentamente, al observarse ella misma cada mañana en el
espejo... Pero la época en que Salambó vivió los humanos no decidían sus destinos si no los dioses. Y los dioses
decidieron otra cosa diferente a lo que ella había soñado. Esta hermosa
sacerdotisa quiere llegar a ser mujer entre la multitud pero no podrá librarse
de su destino de ser cantada por los poetas. Para realizar su sueño Salambó está
dispuesta a dejar la opulenta vida de palacio como princesa que es de
Cartago. Y esto es lo de menos. Para
realizar su sueño de ser mujer sin
rostro Salambó está dispuesta a renunciar al cielo mismo, pues es sacerdotisa
de Tanit. Tanit, la Luna que cada noche brota de entre las aguas del Mar Egeo y visita a la exuberante y
hermosa Salambó en la terraza de su elevado palacio... Tanit la diosa, se
percata que Salambó, su sacerdotisa, la espera sobre esta terraza, como todas
las noches, pero que su pensamiento está ahora lejos en el tiempo. Su
pensamiento es ocupado por el recuerdo de aquella noche en que el atrevido
Matho, el general de los mercenarios al servicio de su padre, escaló borracho
las paredes del palacio y robó el velo sagrado propio de las sacerdotisas de la
diosa Tanit....Salambó ya no ve a su diosa. Recuerda la noche que a escondidas
dejó el palacio y fue hasta la tienda del guerrero entre las arenas del
desierto para rescatar su velo. Recuerda también que lo que encontró, además de
su velo, fue su cuerpo y su alma, porque el guerrero también soñaba con llegar
a ser un hombre común y corriente junto
a Salambó....Llegar corriendo a su trabajo y checar su tarjeta antes que se le agotaran los 15 minutos de tolerancia. Regresar
cansado por las tardes a su casa. Jugar un tiempo con sus hijos. Por las noches
disfrutar un rato, antes de irse a acostar con Salambó. Con eso seguramente
soñaba el fiero guerrero Matho...Esto sucedió hace varios miles de años. Cuando
Cartago y Roma se enfrascaron en prolongadas y cruentas guerras mediante las
cuales se disputaban el liderazgo del mundo conocido... Desde entonces, como
hoy, Tanit sigue iluminando cada noche el lugar donde una vez estuvo la terraza
del palacio en el que esperaba la sacerdotisa Salambó.
Carmen
guardó silencio. Estaba emocionada. Toci sin detenerse volteó a ver el rostro
de Carmen. La instaba con ese movimiento a seguir su relato. La otra seguía con
la mirada lejos en el tiempo.
-
¿Y luego qué?- apremió
Toci
-
Tanit recuerda el final, pues aunque los astrónomos ahora digan que la Luna
sólo es un cuerpo celeste, ella es una diosa y recuerda a su sacerdotisa
Tanit...Matho y sus guerreros acaban por revelarse contra Amilcar Barca, el
padre de Salambó, pues la paga ha dejado de llegar. El señor de Cartago fue
observando cómo los ejércitos mercenarios, con Matho a la cabeza, se iban
apoderando de la situación de Cartago y decidió empezar a debilitarlos.
Contrató a otros mercenarios. Fortaleció a su ejército cartaginés y se puso
eventualmente de acuerdo con su enemiga Roma. Empezaron una serie de guerras
intestinas en la que la victoria y la derrota se alternan de un bando y de
otro. Tan brutal y denso es ese batallar de los ejércitos, que en ocasiones no
se sabe si se trata de un relato de amor o de guerra o cuál es el fondo de
qué...Finalmente Matho es apresado y un día se le obliga a caminar, cargado de
cadenas, entre el pueblo de Cartago. Todos, hasta los niños, las ancianas y las
mujeres jóvenes, quieren golpearlo, morderlo, rasguñarlo, sacarle los ojos o
arrancarle un jirón de carne o un mechón de cabellos. Quieren vengar los
sufrimientos que el guerrero ha ocasionado al pueblo...Luego de caminar varias
calles bajo la furia de la multitud, Matho es ya solo una horrible masa llena
de sangre que aun se mueve. Ya debía de haber muerto porque nadie soporta tal castigo, ni siquiera él,
que es un guerrero muy fuerte. Pero algo lo sostiene aun. Con la poca visión
que le queda, pues alguien efectivamente le ha hundido las uñas en los ojos,
busca, busca, busca... Por fin divisa en la distancia a Salambó. Está sentada
en el alto templete que se había levantado para presidir desde ahí el
espectáculo de la muerte del mercenario. El señor de Cartago, su padre, y los
sacerdotes, la rodean. Matho no logra alcanzarla. Muere al empezar la escalera
que lo conduciría hasta Salambó. Así fue como el pueblo de Cartago se vengó de Matho, el aborrecido
general de los mercenarios. Pero algún tiempo después, cuando los principales
dejan el templete, Salambó no se mueve de su asiento. Ha tomado, a propósito,
en su copa de vino, una pócima y también ha muerto...De esa manera Salambó y
Matho no pudieron realizar su sueño de llegar a ser personas sin rostro,
vulgares y rutinarias. Felices de reproducir día con día la mecánica social. De
llevar a sus hijos a la guardería. Murieron como héroes. No llegaron a vivir
juntos para siempre. No se pelearon y se contentaron como todas las parejas. No
envejecieron. No tuvieron hijos. No supieron de devaluaciones de la moneda. Los
dioses no les concedieron el privilegio de haber sido humanos comunes y
corrientes. Salambó no pudo escuchar los berrinches de su hijo al pedirle un
dulce...
Luego
de una pausa Toci dice:
-
Si hubiera vivido un poco más, Salambó se hubiera percatado de las reglas del
juego que hay para la mujer. Un organismo internacional para el desarrollo de
la mujer acaba de aprobar más de diez millones de dólares destinados a ampliar
la participación de la mujer para la región americana, mediante lo cual tendrá
más libre el camino para ascender a
cargos de dirección en la vida pública y en la civil del continente. Pero al
mismo tiempo otro organismo distinto lleva a cabo programas de austeridad.
Estos a la postre resultan desfavorables a las mujeres del mundo, ya que somete sus derechos económicos y
sociales, mediante el resultado de restringir las posibilidades de acceder a la
salud y a la educación... Por eso hay mujeres campesinas sin esperanza. El
juego democrático de los organismos internacionales…
-
Los ejércitos de hombres y mujeres en los institutos de investigación,
laboratorios y aulas que trabajan en silencio, como hormigas - comenta Cork -,
se parecen más a la mujer de Amecameca.
Para ellos no hay reflectores.
Eso querían ser Salambó y Matho, pasar desapercibidos pero, efectivamente, algo
o alguien no se los concedió...
El
supertifón Haiyan ha dejado sin casas
a un millón de filipinos y se dirige a Vietnam con una velocidad de 390
kilómetros por hora. Las noticias dicen que los árboles son arrancados de raíz
y vuelan como proyectiles de arma de fuego causando muertes entre la población
que trata de ponerse a salvo entre las cortinas de agua que llega de arriba de
los lados. Funcionarios de esa región alertaron que más de doce millones de
habitantes están amenazados de peligro mortal y un millón de personas ya han
abarrotado los refugios acondicionados por el gobierno. La población mexicana
se ha movilizado en todo el país por medio de voluntarios para enviar toneladas
de víveres, ropa y medicinas a la Cruz Roja
y a la Media Luna Roja. Hay sitios de acopio por todo México y la gente
solidaria acude presurosa a auxiliar a las poblaciones asiáticas castigadas por
Haiyan.
-México
tiene todavía una gran reserva de espiritualidad.
-
¿Por qué dice eso?- pregunté.
-Los
mexicanos saben que mucha de esa ayuda se quedará en casa de algunos voluntarios,
que jamás llegará a Filipinas y, sin embargo, no pierden la fe en que la ayuda
llegará a su destino y siguen aportando recursos hasta en dinero con cuentas
que para tal fin se han abierto en los bancos.
En el patio de una casucha
destartalada con paredes de madera, de la orilla oeste de la población, cinco
individuos platicaban demasiado alegres en tanto se pasaban una jícara con
pulque que probaba uno, se limpiaba con el dorso de la mano la boca, y le
pasaba la jícara al otro que tenía
cerca. Como los argentinos toman de una sola matera, así los mexicanos
pulqueros beben de una misma jícara. Saludaron con cortesía al ver pasar a los
alpinistas. Alguno de ellos se acercó un poco al grupo para invitarlos a tomar
un sorbo del vino del maguey. Estos declinaron también con amabilidad y
siguieron sin detenerse. Una tabla rústica pendía un poco ladeada de la destartalada
puerta de la estancia. En ella se podía leer: ”Bar Malcolm Lowry”, y más abajo:
“Hoy: curado de piñón”.
En
una calle algunos puestos expendían comida. Empezaban a prepararse para la hora
en que la gente sale a la calle a caminar por ocio o bien en dirección del
templo. En uno se anuncia “pozole”, en otro “pancita” o “sabrosos tacos”. La
gente ya se arremolina en algunos de estos puestos y hacen su pedido. Los
perros andan entre los pies de los clientes. Otros animales esperan
respetuosamente a prudente distancia que les fuera arrojado el resto de algún
bocadillo. “Sanborn´s” se llama el puesto de quesadillas por donde pasábamos.
Toci
dice sarcástica:
Amecameca
está metida de lleno en la institución
del sexo y el amor formalizado, el desayuno, la comida, la cena. La
preocupación económica, el eterno ir de compras de víveres para el desayuno, la
comida y la cena. Lavar los trastes del desayuno, la comida y la cena. Luego
están los niños, cambiarlos de pañales,
cinco veces al día. Alimentarlos, la escuela, el tedio... ¿Qué pasó con la
señora Thea Elvsted luego que dejó al juez, su imposible marido, por Ejlert
Lovborg? ¿Con Emma Bovary que para huir del doctor Carlos Bovary, su rutinario
marido, hace el sexo con su amante León, mientras el carruaje los lleva a toda
carrera por las calles de Rouen?
De
una cantina salen a la noche helada de Amecameca las notas de Joaquín Sabina: “Más triste que
un torero al otro lado del telón de acero”.
La cruz luminosa del templo principal brillaba destacándose en el cielo
de la noche. Al verla, Toci dijo, dirigiéndose a Cork:
-Supongo
que en este momento Clemencia se
encuentra viajando a través del cúmulo de galaxias de Coma. ¿Radiación, polvo,
gas, cuerpos menores y materia oscura?
-Yo
también pienso que eso pudiera estar
sucediendo.
-
Qué te crees. Ha de estar en su lindo cuartito de Kumarila, encerrada bajo
siete llaves. Toda temerosa de la vida. Entre tanto absorbe su pestilente olor
de las varitas de incienso que quema. Si fuera copal sería diferente. Cuando te vuelva a ver esa tía te dirá que
viajó entre la materia intergaláctica y pasó por los géiseres color de rosa de
Tritón, la luna de Neptuno. Elevarse por medio de la meditación, caer
arrastrado por el karma negativo, retroceder hasta la animalidad alejándose de
lo humano. A continuación volver a elevarse por la purificación o mediante la
abstinencia “total de todo”. En ocasiones me parece, al escuchar su cháchara,
que estoy oyendo a Nietzsche y no a Krisna. Deberías volver a leer a
Aristóteles. Si supieras cuántas ideas modernas de nuestros días se encuentran
ya en los libros viejos de aquel filósofo. Te sorprenderías. No se puede pasar la vida meditando. Hay que
vivir entre el mundo. Para alguien nacido en estas latitudes resulta clara la
expresión de, saber ver pasar el agua
del río. Las cosas que suceden en el tiempo.
-
Estuvo bien que no viniera.
-
¿Por qué?
-
¡Dos mujeres en conflicto juntas...!
-
Puedes jurar que al primer descuido tuyo
la arrojo de cabeza por la pared del Abanico.
-
Te creo.
35
Teníamos
ya tres semanas de estar acampados literalmente sobre el vacío. La gran repisa
oeste de la pared norte del Abanico, en el Popocatepetl, es amplia y caben
holgadamente las seis tiendas individuales y la tienda-comedor. El declive
hacia el abismo que presenta el piso lo nivelamos construyendo una plataforma
horizontal, con la nieve que apisonamos hasta tener una superficie endurecida y
estable. A 4,900 metros de altitud es un trabajo agotador. Disponíamos de nieve
y hielo en abundancia para prepararnos alimentos y tomar café. Había comunidad
por la proximidad de unas tiendas con otras. Aunque con frecuencia la niebla espesa
y helada llenaba de tal manera la
montaña que cada quien quedaba aislado en su refugio de tela. Si alguien se
asomaba, aun en pleno día, podía muy bien no distinguir la otra tienda que se
encontraba a solamente un metro de distancia.
No
obstante, felizmente hemos seguido practicando el automatismo social. Dos del
grupo escribían en el valle. Cork de divulgación científica y Benito Ramírez de
poesía. Al menos esos dos eran doblemente rutinarios. ¿Si no, cómo iban a
escribir? Cork, además (siempre lo repite), lee casi dos docenas de libros al año. Eso no se puede lograr si se
carece del hábito correspondiente. Además de leer revistas cuidadosamente
seleccionadas y escribir notas como un obseso. ¿Se puede imaginar semejante
rutinario? ¿Y que también sea vulgar? cómo podría “bajar” alguien la
información científica al nivel del
vulgo si no conoce en carne propia el público al que está dirigida la publicación, sus
realidades, sus posibilidades. El
trotacalles de Coyoacán lo decía de manera sencilla: ¡Nadie puede dar lo que no
se tiene! Es el determinismo platónico de la reminiscencia, decía Carmen. Pero
también la ambivalencia de lo bueno y lo malo en el individuo. El medio social
va a determinar, como regla general, si llega primero el asesino, el académico o el santo. Cork tenía una particularidad y era
que no podía leer más de cinco ejemplares de diarios en el
año. Los noticieros televisivos y los rumores
en la calle eran suficientes para
estar enterado de lo de ese día. Es una
abstracción en la que casi se pierde de vista el pretérito y el tiempo que está
por venir. Los políticos y los artistas se disputan las primeras planas. Aseguraba
que los libros no requiere esfuerzo particular. Que se leen
entre sorbo y sorbo de café negro americano. Lo que hay que investigar es por
qué la gente no los lee. Carmen lo entendía. Había leído, por dos veces en su
vida, la obra completa de Poquelin, deliberadamente lo más despacio que pudo, a
razón de diez hojas por día durante un año. Cinco páginas para la Biblia en el
mismo lapso de tiempo. Cork hizo lo propio, a
dos páginas diarias, con la Divina Comedia. ¿Alguien puede imaginar
semejante adaptación a la rutina? Era el grupo más empedernido de rutinarios
que he podido conocer.
Por tres semanas escuché, justo pegado a
mis orejas, a Charlie Parker. Leyendo, platicando, escribiendo, o dormitando, Carmen
escuchaba a los históricos del jazz pero
el que siempre volvía era Charlie Parker.
- México es un país en el
que muchos escriben y pocos leen - dijo Carmen -. De alguna manera se
encuentra impulso para la edición y para
la creación literaria, pero no para la lectura.
-¡Pero qué vas a vomitar
sino comes?-dije de manera poco romántica. Ella siguió:
-Frente a esta realidad
todo esfuerzo editorial va a ser titánico. Nada más en la Universidad Nacional
(verdadera editorial a nivel continental) se publican tres títulos cada día, lo
que arroja algo así como nueve millones de ejemplares al año, esto si nos
sujetamos al criterio de sólo mil ejemplares por edición. Como sea, tengo la
impresión que es una magnífica editora pero no tan buena como distribuidora.
-No pienso lo mismo-dijo
Cork. El año pasado la universidad le
había publicado un libro de técnica alpina. A cada grupo de esgrima, futbol,
karate, natación o lo que fuera, le daban cien ejemplares para llevar al
destino de la competencia. En tan solo un mes cinco mil ejemplares se repartieron por el planeta llegando
simultáneamente a Sídney, Argentina, China, Alemania…
- La Secretaría de
Educación Pública, a su vez, tiene su producción editorial. Está la industria
editorial “de la calle” y, a todo esto, es necesario agregar el aporte editorial de importación.
Casi es deslumbrante lo que se imagina uno que hay en el mercado de los libros.
Nada más en la última Feria Internacional del Libro, que se llevó a cabo en el
Palacio de Minería, en febrero, en la exposición se exhibieron libros de 600 editoriales en
500 módulos...Y, sin embargo, es sabido que no se lee. Claro que los otros leen
como unos verdaderos condenados. Como si
de ello dependiera su salvación.
Por comodidad de representación se dice que se lee un libro por
individuo al año como promedio. Pero sólo es una forma de decir. Millones y más
millones de mexicanos jamás tuvieron un solo libro en sus manos. Se podría
alegar que hay más lectores de periódicos que de libros, pero esto tampoco salva
el día. En Japón hay varios diarios con 8 millones de ejemplares diarios cada
uno. En México entre todos los diarios hacen apenas dos millones. Ahora hay más
lectores por eso del Internet, se dice, pero el lector de línea es alguien que tiene prisa
y lee rápido.
- Es cierto eso que
siempre dices: otro poco y nos regresamos al Neandertal.
- Y también es verdad que
la obligación que esto suceda, que la gente lea, es responsabilidad del Estado
a través de las escuelas y sus programas. Pero también es responsabilidad de la familia inculcar en los
niños el hábito de hacerlo. Así que ya pueden todos los ejércitos de escritores
de este país y del mundo escribir y escribir, y exponer en las Ferias de Libros
- Deja de estar quejándote
- dije-. Mejor platícanos algo de lo que
hayas leído a últimas fechas.
Reunidos en la tienda –comedor,
tomando una taza de café casi hirviendo, nos contó algo de Jasper
Dijo
que es considerado, junto con Heidegger,
su contemporáneo, de los filósofos
alemanes destacados de mediados del siglo veinte. Se le tiene como uno de los
inspiradores de los movimientos existencialistas de la época. Los tirajes de
sus libros rebasaban el millón de ejemplares. Sus obras se han traducido a más
de 20 idiomas. Varias Fundaciones culturales en el planeta llevan su
nombre. Fue psiquiatra de profesión y en ese terreno tiene un lugar
reconocido...Sin embargo es incoherente en su filosofía. Contiene hipótesis que
con frecuencia se contradicen. Cuando Nietzsche dice que Dios ha muerto, mil
páginas más adelante sigue diciendo que Dios ha muerto. San Agustín asegura que
Dios existe y mil páginas más adelante sigue diciendo que Dios existe. Con
Jasper no sucede así. Siempre salta a la vista la imposibilidad que tuvo para
conciliar las cosas.Al leer su obra
podría uno asegurar que es un libertario y, sin embargo, como hemos visto,
tiene influencias fuertes de Plotino, el último neoplatónico pagano.
La
actividad que nos ocupaba mucho tiempo era fundir nieve para obtener agua.
Entre tanto se caldeaba la tienda - comedor. Por fortuna llevamos el suficiente
alcohol líquido y en pastillas para tal cosa. Juan Mereles y Benito Ramírez
habían subido prácticas y poderosas estufas a base de tanquecitos
intercambiables de gas. Después preparábamos alimentos y comíamos. El desayuno
era a las diez y la comida a las tres de la tarde. Por las noches, temprano,
nos reuníamos de nuevo para cenar algo ligero. De vez en cuando permanecíamos
charlando hasta la media noche. Esto es inusitado si se piensa que, con quince
grados bajo cero, aun antes de que caiga la noche ya no se tiene algo que hacer
y hay que darse prisa y meterse a la tienda. En la base de la montaña, a la
altura de Tlamacazcalco, seguramente habrá cinco grados pero el viento que cubre eternamente a la
pared lo enfría todo, por algo se llama
“Abanico”.
Con rocas de desprendimiento y nieve como
argamasa construimos una letrina tan lejos como hemos podido del campamento.
Hasta la acción de visitar la letrina era a la hora acostumbrada del día. O
después de la cena.
-También
José Ingenieros iba al baño a la hora acostumbrada, en tanto escribía contra la
rutina - dijo Toci.
A
un metro de la tienda de Cork empezaba
un precipicio de mil metros que acababa en el fondo de la cañada Nexpayantla.
Eso hacía que, en ocasiones, sobre todo para las maniobras nocturnas,
extremáramos las precauciones. Instalamos,
para tal efecto, un hilo de plástico en derredor del campamento. El que
lo brincara podía dejar de pertenecer al mundo de los vivos, sin más trámite. Nieve dura de los cinco mil que no cambiará su
constitución hasta el siguiente verano. Esto nos había permitido, como he señalado,
nivelar pequeñas plataformas para las tiendas con una ligera inclinación hacia
adentro, en contra del vacío. De esta manera podíamos dormir confiados en que
no despertaríamos en pleno vuelo entre la helada noche surcando el precipicio.
Para más seguridad, puesto que un ventarrón inesperado a esas alturas de todas
maneras podía llevarse a alguien con todo y tienda, al disponerse a dormir,
cada quien en lo individual, ataba a su cordeleta de cintura la cuerda que
estaba fija en el exterior a una clavija hundida en la roca del piso. Por lo
demás, a Cork no le inquietaba dormir al borde del precipicio. Estaba
acostumbrado a los vivacs. En hamaca,
dentro de la tienda especial para vivac,
o bien oscilando sobre estribos. Otros vivacs
los habíamos pasado, él y yo, sentados
en alguna pequeña repisa, colgando los pies en el vacío. En la Oeste del
centinela de Milpulco y en la repisa de la norte de la Rosendo de la Peña, en
Hidalgo, arriba del pueblo de Chico. De tal manera que poder dormir en posición
horizontal y dentro de una tienda y un sleeping,
era casi un lujo.
En
las mañanas sobre la pared del Abanico estábamos entumecidos, a pesar de
nuestros excelentes sacos de dormir. No sentíamos frío pero sí una enorme
necesidad de movimiento después de catorce horas de permanecer acostados. Por
la mirilla de las tiendas podíamos ver en el fondo la cañada, llena todavía de
la noche cerrada. En los niveles intermedios, no obstante, a la altura del
Adoratorio Nexpayantla, una luz plomiza y
helada empezaba a revelar el paisaje. En cambio en el horizonte la alta cúpula blanca de la
Iztaccíhuatl se había teñido ya de rojo. Entonces dábamos gracias a
Tezcatlipoca Chichiltic (Sol Rojo) por asistir a nuestras necesidades de calor
y color. Invariablemente Benito Ramírez
decía a la misma hora:
-
Es de mal gusto la idea que el Sol se debiera a Faetón, y a su torpe manejo de
riendas imposible de conducir un carro, tirado por caballos dando tumbos por la
Vía Láctea.
Valles
inmensos del oeste y del este, vistos desde aquel parteaguas natural, hacían más elevada la cordillera de altos
aparatos volcánicos en la que nos encontrábamos acampando. Estos lugares habían
visto, a lo largo de los milenios, surgir esplendorosas civilizaciones del maíz
de la cultura náhuatl. Pegadas profundamente al proceso generatriz de la
Tierra. Junto a los dioses había diosas. Junto a los caudillos había caudillas.
En las guerras de expansión y en las de contracción las mujeres peleaban
disputándose palmo a palmo la victoria o la derrota. Estaban en los frentes de
guerra o en la retaguardia preparando la ropa, los víveres y las medicinas para
los combatientes. O recibían a los heridos que regresaban de la Banda de Guerra
y los curaban o los enterraban. En ocasiones nos preguntábamos cómo se había
llegado a la situación de separar las actividades del hombre y las de la mujer.
Esta es una tierra profundamente identificada con el proceso generatriz. En la
cronología nahuatl hay más diosas que dioses.
-Y
todas a cumplir sus tareas- dijo Toci-. Sin perder el tiempo como las conflictivas
diosas del Olimpo.
-
No solamente esta tierra – comentó Carmen- Truman Capote conoció una mujer que era propietaria de una
granja de serpientes, a una muchacha que trabajaba en el departamento de
policía de Miami, a otra que era buceadora profesional de grandes profundidades
y el mejor mecánico de coches que conocía era también una mujer.
-
Las de Tlamatzinco – dijo Cork - eran dueñas de esclavos o pasaban a ser
esclavas. Según las vueltas que diera la guerra.
Carmen
recordó que en México las diosas habían seguido el proceso de convertirse en
vírgenes y después en heroínas.
En
Tlamatzinco, en pleno corazón del desierto, los hombres de edad son los que dan
las pautas de conducta. Dialogaban entre ellos y luego, mediante una plática
fraterna, como quien charla en la sobremesa, daban a conocer su manera de
pensar. Y eso era la ley. Pero hay una legislación silenciosa, implícita,
instintiva, que desarrollaban las mujeres. En los tiempos antiguos, cuando el
ejercicio principal del grupo era la guerra, empezaban a tener hijos antes de
los quince años de edad. Hombre que moría en la guerra, y mujer que fallecía en
el parto, eran considerados los habitantes naturales del Tlalocan, junto al
Sol. El Tezcatlipoca Chichiltic de los mexicanos, el Kitzigiata de los kikapúes
y el Wakantanka del sioux. Cuando llegaron los tiempos de la agricultura y después los de la industria, su primer hijo
lo tenían tardíamente y paraban en seguida la fertilidad. Entendieron que los
frentes de guerra ahora tenían la modalidad de la competencia académica y
tecnológica. Pero que para ello se necesitaba buena alimentación. Esto sólo se
podía lograr, con los escasos recursos de que disponían, teniendo pocos hijos.
Había familias que tenían uno, otras dos. Las de tres ya se consideraban
irresponsables. Pero no era un móvil utilitario primordialmente. El gran amor
que sentían por los hijos les hacía procrear pocos. La cuestión de fondo era si
querían traer abundante número de obreros o pocos para que fueran líderes. Las
estadísticas gustaban comparar la fecundidad de las mujeres del campo con las
de la ciudad. Estas tenían todavía menos hijos debido a un mayor nivel de
escolaridad. De niñas habían ido a estudiar al Calmecac. Unas estaban en
contacto diario con la tierra y los procesos generatrices y las otras ya no.
Las del campo observaban de cerca la esterilidad de la tierra. Las de la ciudad
podían ser dotadas de maíz y carne
conseguidos en lejanas tierras mediante el trueque o la guerra y, no
obstante, seguían disminuyendo su fertilidad. Pero no por atender a necesidades
básicas de fondo si no por verse bonitas y no perder la competencia por el
hombre frente a otras mujeres más jóvenes. Las del campo, en cambio, seguían
siempre atentas con el crecimiento armónico respecto de los recursos de que
disponían. Las mujeres hopis de Tlamatzinco, en ese tiempo al que nos estamos
refiriendo, redujeron su natalidad y ampliaron de esa manera las perspectivas
de sus niños.
36
Después
de la reunión del café de la calle de Tacuba decidimos esta salida.
Necesitábamos aclimatarnos a la altura y ese
era el objetivo de que estuviéramos acampando cerca de los cinco mil. La
semana anterior habíamos salido de la ciudad de México. Emplear “mucho” tiempo
para aclimatarse en tanto se va subiendo de manera gradual y, a la vez, beber
abundantes líquidos que contengan sales necesarias para el organismo, es el
arma secreta para luchar con éxito frente al molesto y peligroso fenómeno
conocido como mal de montaña o puna. ¿Pero cuánto tiempo debe de dedicársele al
proceso de la aclimatación?
Benito
Ramírez: -. Ni siquiera lo sospecharíamos. Para nuestra manera de actuar, en la
actualidad, parecería que mucho, otros dirán, al conocer el dato, que eso es
demasiado.
Juan
Mereles: - Es cierto. Hasta ahora nuestro pragmatismo en la manera de hacer excursionismo nos ha arrojado a hacer antes
que indagar. Pero tampoco aprendemos de nuestra experiencia. Existe una
abundante y bien documentada bibliografía dedicada al proceso de la
aclimatación a la altura, pero poco caso le hacemos. El resultado es que en
ocasiones los resultados han sido desastrosos.
Y como ignoramos a qué se debió
lo anterior quedamos expuestos a volver a protagonizarlo. Todo buzo sabe que no
puede sumergirse de manera indefinida en las profundidades del mar. Llegado a
cierto nivel deberá utilizar oxigeno, ese metaloide que forma la parte
respirable del aire, que lleva en los tanques. En la alta montaña no es lo
mismo, pero es extraordinariamente parecido. Quizá la diferencia estribe
solamente en el tiempo en que se presenta la obstrucción de los pulmones y el
cerebro en un caso y en el otro. En el agua el resultado es fulminante en tanto
que en la altura la asfixia es paulatina, lenta, por horas o por días. Aunque
en ocasiones se da de manera violenta en un solo día.
Benito
Ramírez:- Los ingleses en los Himalayas
fueron los primeros en recurrir al empleo del oxigeno. Eso fue
suficiente para que otros no lo
usaran y probar de esta suerte la mayor resistencia racial y hasta nacional. No
se olvide que esto se da en el marco de la espectacular competencia
nacionalista europea del primer tercio del siglo veinte. Después ya no supieron
distinguir el por qué, el cuándo y el para qué y acabaron por avergonzarse de
la utilización del oxigeno. Y como se trataba de llegar primero a la cima que
los otros, tampoco atendieron con seriedad
el fenómeno fisiológico de la aclimatación gradual a la altura. Eso se dio en los países
europeos.
Juan
Mereles: -Los alpinistas de los países indoamericanos lo único que registramos
de esta polémica histórica fue, por una parte, que no deberíamos utilizar
oxigeno y también que había que llegar antes que nadie a la cima. Lo más rápido
posible. Los alpinistas que vivimos en los dos mil doscientos metros de la
ciudad de México salimos por la mañana de casa y, hacia las tres de la tarde,
ya estamos en los cinco mil cuatrocientos cincuenta y dos del Pico Mayor del
Popocatepetl. No sospechamos que esto en lugar de figurar en los anales del
alpinismo poco le falte para ser inscrito en la psiquiatría en su apartado del
suicidio. En efecto, el resultado ha sido un sinnúmero de lesiones físicas,
accidentes mortales y traumas psicológicos por habernos topado con un muro
invisible sin haberlo podido franquear de manera natural. No es nada extraño el
espectáculo que ofrecen los alpinistas debilitados gravemente por la altura.
Otros estarán vomitando. En ocasiones, es cierto, bastará que empiecen a perder
altura para que todo vuelva a normalizarse en ese organismo. Pero se dan casos
que el enfermo deberá ser trasladado de emergencia a algún hospital a efecto de
salvarle la vida. Como no hay en la actualidad la infraestructura necesaria de
primeros auxilios, en los albergues mexicanos, en alguna ocasión el alpinista
agoniza y muere a la vista impotente de sus compañeros. Pero si consigue
salvarse este individuo difícilmente volverá a la montaña. Aun el que pasa por
la experiencia de vomitar, difícilmente regresará. No obstante el muro
invisible había que franquearlo de cualquier modo ya que algunas empresas
alpinísticas se mueven en el marco de lo
utilitario, no tanto del romanticismo alpino. Fue cuando se empezaron a
frecuentar los fármacos al margen de la supervisión médica. La facilidad que da
la carretera que va de Amecameca a
Tlamacazcalco, debido a nuestra imprevisión
en el asunto que estamos tratando, permite que de manera casi suicida nuestro organismo supere un kilómetro y medio de desnivel en menos de una hora,
cuando deberíamos de hacerlo en una semana. Lo mismo sucede con la carretera
que va de Orizaba al Poyahutecatl, vía
Coscomatepec.
Toci
-. Este asunto de la adaptación a la altura debería ocupar un sitio secundario,
por así decirlo, para un escalador de alta montaña. A él no tendrían que
distraerlo los prejuicios que se han
desarrollado en torno a tal asunto. Su
misión es resolver cómo superar aquel diedro, la pared de hielo o bien el
extraplomo que se encuentra en la ruta
que se ha propuesto recorrer. Para ello
tendría que apresurarse a aceptar, con toda
humildad o disciplina, lo que la ciencia médica
recomienda que sea pasar con responsabilidad por un tiempo suficiente de
aclimatación. Además, como dices, beber
muchos líquidos con sales propias del organismo, que se han desechado mediante el sudor y, de
manera programada, recurrir al oxigeno.
Juan
Mereles: -. En México la alta montaña empieza
en los cuatro mil metros sobre el nivel del mar. Concepto meramente
convencional. En otros países lo más elevado de su alta montaña se encuentra en los tres mil. En tanto que en
América y en los Himalayas hay
poblaciones situadas arriba de los cinco mil. En el mismo Altiplano
Mexicano muchos alpinistas vivimos en los dos mil doscientos metros de
la ciudad de México, o más arriba, como Amecameca o la ciudad de Toluca, en
tanto otros en la escasa altura del Puerto de Veracruz. Para los
primeros la alta montaña empieza a
partir de los cuatro mil de
Tlamacazcalco en tanto que para los
otros, los tres mil en los que se encuentra situado el caserío
de Jacal, ya es alta montaña. De esta manera tenemos que la
exigencia a los ritmos de
adaptación a la altura son diferentes en cuanto el tiempo requerido. Los alpinistas
del lado veracruzano son los que muestran más comprensión de este fenómeno. Empiezan a caminar desde los mil ochocientos de Excola. Para cuando
alcanzan el refugio de Piedra Grande, en los cuatro mil doscientos sesenta
metros, de la ladera norte del Poyahutecatl, ya han pasado varios días. Otros,
de manera deliberada, hacen el doble de tiempo. Al final su organismo está
mejor adaptado para emprender el asalto
final a la cumbre.
Toci:
- Los habitantes de la ciudad de México llegamos por la mañana a los cuatro mil
de Tlamacazcalco en vehículo, empezamos a subir, alcanzamos la cumbre mayor del
Popocatepetl o de la Iztaccíhuatl y por la tarde de este mismo día ya estamos
de regreso en Amecameca para la hora de la merienda. ¿A quién le importa si fue
mediante los métodos ortodoxos o no que su corazón resistió? Llegará el tiempo que el oxigeno pueda ser llevado de
manera tan practica en la mochila, como se lleva una lata de atún. O que en los
refugios de la alta montaña haya tanque
de oxigeno a la mano, con la misma
facilidad que en las terminales de autobuses por una moneda obtenemos una
botella de refresco. Y en el terreno intelectual se acepte la idea de lo
recomendado por la ciencia médica en lugar de lo reprobado que es el doping. Entre tanto, todo mundo haría
bien en dedicarle más tiempo a su ascensión, que el concedido en la actualidad.
Benito
Ramírez: -. Un amigo mío, Juan Sánchez, de Orizaba, sube a la cumbre más alta del Poyahutecatl siempre que se lo propone partiendo desde el
Puerto. Un día llega por carretera a Orizaba, mil doscientos, al día siguiente continúa
a Excola, mil ochocientos. Aquí empieza a caminar. Sigue Tlacotiopa, dos mil
cuatrocientos. El cuarto día lo emplea
para llegar a Jacal, tres mil. La quinta etapa la destina para alcanzar
el albergue de Piedra Grande. El sexto día sube a la cima, cinco mil
setecientos, y regresa al albergue. Si alguien creyera que los seis días
empleados en subir cinco mil setecientos metros de desnivel para el alpinista
veracruzano es suficiente tiempo, o hasta demasiado, en su búsqueda de lograr
la necesaria aclimatación, también está equivocado. Todavía se necesita más
tiempo. Los expertos en estos asuntos de oxigenar los pulmones, frente a la
altura de la montaña, consideran que es necesario establecer zonas de aclimatación que abarcara cada
una de ellas mil quinientos metros para ser superados en una
semana. Esto de subir rápido es más
complejo de lo que suponemos - agregó -.
Tiene que ver con nuestra escasa
información de cómo se comportan los procesos fisiológicos en la medida que nos
introducimos en las cotas elevadas. Pero también del tiempo de que disponemos
para lograr esa adaptación. Como está planteada aquí la cosa se antoja propia
para jubilados o para aristócratas. El factor económico, el tiempo...El
psicológico juega un papel de mucha importancia. Está relacionado con nuestro
lado andrenalínico que se llama machismo.
Toci,
que era una experta en esto de la montaña, agregó algo en tanto señalaba hacia
la Iztaccíhuatl:
- Pero seguramente lo que tiene mayor peso
es el aspecto filosófico. ¿Qué es para nosotros la montaña? ¿Una pista de
carreras en la que tratamos de aliviar carencias existenciales? ¿Sustituto de
una reafirmación en lo social y en lo sexual? ¿No podría ser un mundo con el
que quiero convivir en un ritmo sin prisas? Cruzar la línea de los refugios
occidentales de la Iztaccíhuatl, arriba de los cuatro mil, en dos semanas, en
lugar de dos días... Subir la pared norte del Abanico en dos semanas, a
través de roca inestable, vientos
poderosos y helados y cruzar repisas llenas de hielo y nieve en lugar de dos
apresurados días... Levantar la tienda de campaña en el Corredor Superior del
lado oeste del Pecho de la Iztaccíhuatl y descender varios días después...
¿Quién sabe de lo formidable que es vivir una semana en la cumbre de la Pezuña,
aguja del Circo del Crestón, al oeste del pueblo de Chico, Hidalgo? Instalar tu
tienda. Ponerte cómodo y leer y escribir. Por las noches contemplar las luces
de los pueblos que brotan en la gran sima más allá de Chico...Y luego el sol
que se anuncia...
37
En
el refugio El Queretano pasamos Cork y yo dos días. Suficientes para acabar de
habituarnos en esas alturas por eso de la producción de glóbulos rojos en
nuestra sangre. Las literas son de tablas rasa y está heladas.
-¿Cuántos
árboles tuvieron que ser derribados para
contar con la madera necesaria y construir este refugio. Cuantos microsistemas
de animales tuvieron que emigrar, adaptarse o morir…
Riverdance
eran las notas que llenaban el refugio.
Cork estaba ya acostumbrado a mi música celta. Así como yo me había
acostumbrado a su monótona música de
tambor de la Gran Chichimeca. La primera vez, en el trascurso de una
competencia de bebedores de cerveza, pedí a los jueces que pusieran música de
Irlanda. Casi estuvo a punto de perder el primer lugar del certamen. Abrió los
ojos desmesuradamente al escuchar las gaitas, se atragantó y estuvo a punto de
morir ahogado. Ahora me dice “pon la música de las gaitas”.
Una mañana nos
internamos por los corredores de la base
hacia el oeste. Atacamos la pared de roca del principio del Helero que a la
sazón se encontraba recubierta por una capa delgada de hielo. Superamos treinta
metros verticales de roca helada para luego cruzar, tallando escalones en el
hielo, hacia la derecha, en una extensión de diez metros. Llegamos a la gran
repisa oeste en la que pensamos instalar
el campamento. Nos llevó buena parte del día subir hasta ahí. Fue
necesario fijar cuerdas en el trayecto y dejar varios estribos. Con ellos facilitaríamos a los otros la subida en la
que deberían cargar con el acarreo de las pesadas mochilas y tiendas de
campaña. Esa primera noche la pasamos los dos en nuestros sacos de dormir y
metidos en una sola bolsa para vivac.
Al
día siguiente, con la llegada de los otros, nos dimos a la tarea de levantar
las tiendas. Para la segunda noche
estábamos bien instalados. Contábamos con las comodidades que cabe esperar en una
expedición vertical de este tipo.
Carmen,
Toci, Benito Ramírez, Juan Mereles, Cork y
yo componemos el equipo. Todos ellos, con la excepción de Carmen, que en
realidad no era gente de montaña, corrían
cinco kilómetros en el valle o en las montañas, cada tercer día, desde la edad de
diez años. Al volver al valle se perdían
haciendo rutinas, como los demás hombres sin rostro entre la multitud.
- Hay voluntades de
acero en los individuos que mantienen en
movimiento a la ciudad, día tras día, y a través de los siglos- comentaría Toci
a la hora de la cena -. Tal disciplina no puede evitar, aun sin proponérselo,
destruir los nervios de algunos de sus componentes sociales. No pueden resistir
mucho tiempo los que consideran a la rutina una cárcel psicológica.
Toci era una
excelente escaladora de roca y nieve. Había subido con Cork la norte de las
Goteras, en la Sierra de Pachuca, arriba de Chico, el invierno anterior. En
realidad tenía una fuerte tendencia a estar cerca de él. De sólo verlo se
generaba una química en su organismo que la mantenía cerca. Llevaban dos
temporadas escalando juntos en la cañada de Nexpayantla. Levantaban su
campamento en Cruz de Coyotes, en el fondo mismo al pie del amplio frente
rocoso del oeste. En las mañanas subían
caminando por las primeras laderas, cuerdas al hombro, y se pasaban el día
resolviendo los problemas de sus afiladas y frágiles aristas.
Comían en algún
descanso los víveres que cargaban en sus mochilas de ataque. Toci bebía vino
tino que llevaba en una botella de plástico y su compañero jugo de espinacas. Si Toci insistía que
bebiera de su vino, el otro contestaba: “¡No porque con el vino me da por
violar muchachas bonitas como tú!” Ella hacía como que lo forzaba a beber y éste a resistirse hasta que los
estribos en los que estaban parados amenazaban con caer. Entonces se calmaban.
O bien le decía, llena de picardía. “¿Nunca lo has hecho sobre estribos, con
doscientos metros de vacío bajo tus botas?”. “No porque se me enfría el
trasero”contestaba. Era el momento en que él
daba un tirón a la cuerda y le gritaba “¡Sigamos subiendo!”.
Una vez en Cabo Rojo, en el suroeste de Puerto
Rico, nadando en el Mar de las Antillas, “cubierta” Toci con la más audaz de
las tangas, había visto todo su
esplendoroso cuerpo color bronce. Sus
movimientos eran descaradamente eróticos cuando
sentía que el otro la observaba. “Tan fácil y delicioso como eso para
que la vida de un hombre empiece a complicarse”, se decía para sí.
Otras veces iban a
la pared de la Torre Negra. La subían o efectuaban alguna travesía horizontal
hacia la derecha o la izquierda. Bajaban al atardecer. Encendían una fogata en
la orilla del riachuelo de deshielo. Asaban carne y tomaban café negro
americano. Cuando se les hacía tarde escalando bajaban al albergue de
Tlamacazcalco y al día siguiente descendían al campamento de la cañada.
Cabellera negra larga (que controlaba haciendo dos trenzas y luego
anudarlas bajo su barbilla), senos
formidables, alta como su compañero, era la muchacha india más hermosa que yo
haya conocido. La temporada pasada habían “hecho” el Corredor Superior Oeste
del Pecho de la Iztaccíhuatl. Dos semanas más tarde instalaron un campamento de
cinco días en la cumbre más alta de la montaña.
-¿Por qué piensas en
Clemencia si tienes junto a ti a Toci - le pregunté en una ocasión - . No puedo
imaginar una mujer más afín para ti que ella. Además te seguiría hasta el mismo
infierno. Es la versión de la mujer guerrera en tiempos de paz.
Su respuesta me
hizo mirar algo que nunca había visto:
- Te equivocas.
Fíjate en sus bellos ojos asiáticos y en su mirada de coyota. En ellos puedes
ver que tiene en el alma una fiebre que no lleva mi nombre. Su obsesión se
llama “escalar”. Clemencia, vagando por los espacios siderales, en realidad
está más cerca que Toci.
Era cierto. No
resultaba raro que Toci emprendiera sola la ascensión a la Iztaccíhuatl o al
Citlaltepetl. Permaneciera dos o tres días en sus albergues antes de descender
al valle. En esta ocasión había subido de primero de cuerda por el Helero, para
asegurarse que las cuerdas dejadas por nosotros el día anterior, estuvieran en
orden y los estribos, en los que descansaría Carmen, no se encontraran
demasiado lejos uno del otro. Y de líder había subido no menos de quince buenas
rutas en el flanco oriental del Chiquihuite y otras tantas en el macizo de los
Frailes, en la región de San Jerónimo, Hidalgo.
Eran montañistas
experimentados. Las maniobras en la escalada, desde que abandonaron el refugio
El Queretano, las habían llevado a cabo con entusiasmo y habilidad. La niebla,
ligera y helada, pasaba por los corredores de la base para hundirse enseguida
en la sima de Nexpayantla. Cuando se hubieron aproximado les enviamos las
cuerdas para ayudarles a subir el equipo.
Carmen estaba
maravillada. Su mundo era el hábitat de los lugares tropicales y con
temperaturas promedio de los treinta
grados arriba del cero. Pero ha mostrado una enorme voluntad y se ha
metido con decisión al escenario de la roca y la nieve de la alta montaña.
Nuestra lenta marcha de aclimatación le ha servido bien. No ha sufrido
molestias por efecto de la altura. Sus mecanismos de adaptación han respondido
de la mejor manera a las bajas temperaturas a las que también se ha ido
introduciendo con éxito. De México habíamos salido a la Sierra de Pachuca y
acampado, de hecho vivaqueado, en la
primera repisa de la pared sur de los Panales. Con esto nos colocábamos en los
tres mil metros de altitud. En la estancia en Amecameca habíamos descendido a
los dos mil seiscientos. Después nos dirigimos hacia los cuatro mil de
Tlamacazcalco. Para cuando llegamos a El Queretano, se encontraba ya
familiarizada con este helado ambiente
de manera aceptable.
Clemencia, que
inicialmente mostró la intención de tomar parte en esta salida de aclimatación,
y conducta de grupo, no pudo venir. Un programa de meditación y práctica yogui
en el convento benedictino de Ahuatepec, en el Estado de México, puesto en
marcha a última hora por los guías de Kumarila (la meta era pasar varios días
en catorce ciclos cerebrales), le ha impedido acompañarnos. Cuando estábamos en
Amecameca habló por teléfono al hotel en
el que nos alojábamos. Pidió que la disculpáramos. Nos esperaría para cuando
regresáramos a la ciudad de México. Emprendería junto con el grupo la salida
para el monte Tlaloc al empezar la travesía hacia el Teocuicani. Sabía de la
participación de Toci y, al despedirse le había dicho a Cork: “¡Me saluda a la
salvaje!”
- Esa muñequita de
aparador no podría sobrevivir en este lugar dos días seguidos. Ni con todo el
poder que dice que tiene en el ombligo
- expresó en cierta ocasión Toci mientras cenábamos en un restaurante de
Amecameca, refiriéndose a Clemencia. Lo dijo abiertamente, como si se
encontrara sola. Y para nada le importó lo que de ello pensara Carmen, su
prima. En ese momento Cork daba un sorbo a su café negro americano. Por lo
visto tuvo que pensar para decir con cuidado un comentario:
- Pocas mujeres pertenecen a la montaña como
tu, Toci.
Pero Toci estaba molesta. Sólo contestó:
- No me vengas con esas. Esa mujer no es
otra cosa que una muñequita de aparador. Me gustaría verla hacer sus
necesidades básicas en pleno campo. O pasar tres semanas en las montañas, sin
bañarse, y ver qué cara pone cuando todo empieza oler a perro muerto.
-
La subestimas. Cuando escucho a Clemencia suelo hacerle bromas, pero la verdad
es que esa mujer es movida por grandes
inquietudes filosóficas. Habla de Buda y yo recuerdo una y otra vez lo que le
leí a Porfirio que decía su maestro Plotino.
- ¿Qué era?-
pregunté.
-
Que el alma es capaz de progresar por medio de la purificación. Porque el
término de su progreso es llegar hasta lo Uno absoluto e inefable, el verdadero
Ser, al cual todo aspira. Agrega que esta es una manera de desprendernos de
nuestro ser para aumentarlo confundiéndolo con la divinidad ya que con esta
ascensión aumenta el valor existencial del sujeto.
Toci
respondió casi iracunda:
-
Sí, ya sé todo ese enredo. La manera de abandonar el Ser e ir hacia abajo,
prestando nuestra atención a los seres falsos, a las impresiones engañosas de
los sentidos y a las ideas que de ellos
derivan. Al mundo de la forma, a la ciencia y al arte mismo, hay que agregar.
Todo esto es del no ser, del de abajo, del que carece de esencia, del que es
vacío. Todo esto lo encierra la palabra
materia. Propiamente lo que en la actualidad llamamos no desear. Pero no puede ocultar que cuando te mira el color escolorido de su cara
se pone encarnado. Y su respiración se agita y sus pantaletas se inundan. Lo sé
porque soy mujer.
El
otro ya no contestó. Guardó silencio. Siguió comiendo. Por lo visto conocía a
Toci. Dice que recordó un diálogo que había tenido con la krisna el mes
anterior en la que Toci había estado presente.
-
Puede reírse - había dicho ella dirigiéndose a Cork -, pero quizá le interese
saber que mi viaje anterior fue a las Pléyades.
Lo
había tomado por sorpresa.
-
¿Las Pléyades?
-
Así es. Ni más ni menos. El paraíso de los mexicanos mesoamericanos.
-
Afortunada - había acertado a decir con
dificultad.
-
Si no lo cree tal vez le diga algo que en las Pléyades hay más oxígeno y hierro
que en otras estrellas.
-
¡Interesante! Eso quiere decir que son de formación más reciente con respecto
de otras estrellas...
Era
una píldora más difícil de tragar que un balón de futbol para Toci que no tardó
dos segundos en decir:
-Vergüenza
debería de darte. Creer en la reencarnación, como fin de purificación de
pasadas culpas, es como llevar un letrero colgado al cuello que diga:
“¡Cuidado, esta tipa es una malvada!”.
Clemencia,
que veía venir el golpe de “la salvaje”, hacia dos segundos se había
desconectado de este planeta y ya viajaba por la constelación Toro. Por mi parte recordé a Unamuno que
advierte, en su novela Dos Madres, que el hombre que tenga que ver con dos
mujeres será triturado como un haz de hierbas entre dos engranes de acero.
-Ni
siquiera Sócrates se salvó de esos dos engranes-comenté-. Uno se llamaba
Jantipa y el otro Diotima. Prefirió la cicuta. Una era filósofa y la otra mujer
de hogar que le gustaba ir de chisme con las del mercado. Pero para el maestro
fueron engranes de acero que lo trituraron como un haz de hierbas.
Manejo
del jumar. Curiosidad técnica que
ellos mismos rechazaban. En la pared de la base del Helero los otros han
instruido a Carmen en el sentido que
habían venido a escalar, no ha subir por cuerdas como si estuvieran en la pista
de un circo. Cuando Carmen llegaba a un estribo se tomaba un descanso y seguía
al otro estribo. La pared recubierta de hielo le helaba las manos y por la altitud sentía que se ahogaba. Benito
Ramírez, que se encontraba en la parte
superior, la guiaba cuidando el orden de las cuerdas. Juan Mereles desde abajo
le hacía indicaciones de las maniobras que debería ejecutar.
Cuando
la vi aparecer en el borde de la repisa me pareció estar asistiendo a algo
conmovedor. La perturbadora criatura que había conocido en el cálido mundo de
El Pinar ahora avanzaba hacia mí, en tanto jalaba su cuerda y se desplazaba por
la nieve al borde del precipicio. Estaba envuelta en su chamarra de plumas. La
pañoleta amarilla cubría la cabellera con algunos carámbanos de hielo que se
habían adherido en su caída de las partes superiores del Abanico. Cuando pudo
hacer alto me miró fijamente, en tanto exclamaba:
-
¡Oh, increíble! Creo que después de haber superado esa pared sobre el vacío,
podré seguirlo hasta el fin del mundo. Diez veces estuve a punto de soltarme…
Escuchamos
a Toci que le dijo a Cork:
- ¡Encantador! ¡Yo llevo años siguiéndote hasta el fin del mundo!
-Cuando
te busco andas en Patagonia o en Alaska…De vez en cuando María García, que como
tú es mujer de expediciones alpinas, me dice que te vio en alguna parte.
El
verano argentino anterior Cork había intentado una primera en la pared sur del monte Amehgino. Su compañero de cordada
era Antonio Buendía Sánchez. Un excelente escalador de alta montaña, sin doping, de la ciudad de Pachuca. En el
centro de la pared subieron las
pendientes nevadas de la base con la idea de trazar una directísima. Todavía avanzaron unos cien metros por la roca negra e
instalaron hacia los cinco mil el primer vivac.
Estaban en plena forma y resolvían sin mayor contratiempo lo que les iba
presentando la montaña. El tiempo se mantenía estable. El viento fuerte y
helado soplaba durante cortos intervalos y luego se suspendía. La temperatura
alcanzó, en la madrugada, debido al viento que les pegaba de lleno, treinta y
cinco grados por debajo del cero. Pero su equipo de pernoctar era excelente y
ligero. Ambos disponían de una tienda individual. Pudieron instalarse cerca uno
del otro y se cubrieron suficientemente con la misma manta delgada que hacía la
primera protección contra una eventual nevada. Y contra las ráfagas del viento.
Después estaba la tienda y luego la ropa de plumas. Al otro día siguieron subiendo por una especie de gran
diedro. La idea era desembocar en una enorme flecha nevada que iba a terminar
en la cumbre más alta de la montaña. Casi al final del día una piedra
desprendida por el viento aplastó dos dedos de la mano derecha de Antonio.
Realizaron el segundo vivac. El dolor era intenso y Cork decidió el regreso por
la mañana. Su compañero se resistía. Quería seguir a toda costa pero no sabían
qué les esperaba y Antonio no estaba en condiciones de seguir. Volverían para
el año siguiente. Todo el día lo emplearon en efectuar descensos por la cuerda
hasta alcanzar las grandes pendientes nevadas de la base. Hacia la noche
alcanzaron las tiendas del campamento base en los cuatro mil y cerca del arroyo
de deshielo que baja del Glaciar de los Ingleses, en el noroeste del Aconcagua.
Ya
desde lejos en el descenso pudieron ver
que ahora había cuatro tiendas, en lugar de las tres que habían dejado.
Disponían una para cada uno y la tienda - comedor de modestas dimensiones pero
suficiente para albergar enseres y a tres o cuatro individuos.
Era Toci que
había llegado el día que emprendieron los otros la ascensión. Salió un
día antes con retraso de la ciudad de México. Pero entonces estaban suspendidas
las relaciones diplomáticas entre México y Chile y eso la obligó ir hasta
Buenos Aires. De ahí emprendió el regreso hacia el este. En Córdoba no pudo
encontrar vuelo inmediatamente y se vio obligada a esperar al día siguiente.
Esto fue lo que la retrasó. Al verlos regresar preparó bebidas calientes y
dulces para cuando llegaran y una sabrosa comida.
Su
espíritu de escaladora se adaptó inmediatamente a la situación. Algo les había
obligado a que emprendieran el regreso. Con dos días que Cork descansara,
emprendería con él el segundo ataque a la formidable pared de nieve, roca y
hielo. Pero cuando estuvieron cerca y vio la mano herida y ya muy hinchada de
Antonio, entendió que al día siguiente debían emprender el largo regreso por la
cañada de los Guanacos y luego por la de las Vacas, hasta llegar a Punta de
Vacas. En este lugar los militares darían los primeros auxilios en tanto
lograban llegar a la ciudad de Mendoza.
Con
título de maestría en la Universidad
Nacional, y atenta a los cursos de actualización, Carmen seguía de cerca el
pensamiento moderno. Pero dos cuestiones me tendrían positivamente encadenado a
ella. Una era una especie de magia que rodeaba a su atmósfera personal y
familiar. La otra una devoción que profesaba a sus antepasados. A su cultura .Y
estaba atenta que su presente no se desviara del tiempo pretérito. El futuro empezó
ayer, solía decir. En el mundo de la causalidad no hay un primer golpe que eche
a andar todo, como sí lo hay en teología. Sólo que decir presente resultaba
complicado. Como en toda cultura que está enriquecida por el sincretismo. No es
sencillo descifrar a Teotihuacan y, de
manera un tanto imprecisa, por lejana, a la del continente negro, por la que
sentía un particular interés. Cuando fui a buscarla, la primera vez a su casa
de la isla, y en tanto esperaba en la sala instalada en el corredor abierto, observé
un nicho en la pared cercana. La oquedad había sido preparada para aquella
representación de unos treinta centímetros de alto. Se trataba de una
estatuilla Bena Lulua, de pie,
femenina, de ancestro. Toda negra, de madera preciosa, pulida, con escarificaciones
en la frente. Pequeños senos descubiertos, con solo un breve taparrabos y
cuello alargado. Y cuando di el primer trago a una bebida refrescante que ella
había ordenado que me llevaran, me percaté de lo singular del vaso. En realidad
se trataba de un tarro, de madera. Era una preciosa cabeza de un personaje
negro. Creí identificarla con la fabricación de los Ba- Kuba, que tenían su
ancestral fabricación en la región del Congo Belga.
Con
el tiempo quise saber el criterio de
Carmen respecto del matrimonio. Me
contestaría con una parábola: “Los castores ponen mucho afán por construir su
presa para hacer un estanque. Pero su trabajo debe ser mayor por conservar esa represa.
Esto cobra relevancia en estos tiempos donde cualquiera se puede divorciar
hasta por Internet: ”Deposite tal cantidad de dinero en la cuenta del despacho
de abogados tal y en tres días recibirá su certificado que está divorciada aun
sin que el cónyuge lo sospeche, cuando se le notifique ya no podrá recurrir a ningún recurso de apelación”.
Con
la pared del Abanico deshaciéndose por la erosión sobre nuestras cabezas, luego
de dos o tres sorbos a su café negro, Cork volvió a perderse en el fondo de su
bolsa y reemprendió la lectura de un libro que llevaba a todas partes.
- ¿Qué
le es-pregunto Carmen.
-Una
novela.
-¿Quién
es el autor?
-Faulkner
-¿De
qué trata?
-De
un abuelo y su nieto que llevan tres días buscando una vaca que se les perdió…
Carmen
se preparó una taza de café. Afuera la nieve azotaba con fuerza a la pared del
Abanico. Se puso cómoda entre las mochilas. Con un movimiento de las dos manos
se cubrió parte de la cara con la boina de lana. Guardó silencio. Después
levantó la vista hasta el sitio desde donde yo la miraba:
Pensaba
en Triest Island. Como algunos le dicen a La isla del Carmen. O Isla de Tris.
Isla de la Tristeza.
-
Es absurdo que a un lugar tan bello alguien pueda ponerle el adjetivo de
triste. Pienso que debió haber habido
una época en que en ese lugar se sufrió mucho...Pero no era eso... Dos días más
tarde, que cuando nos conocimos en El Pinar, volvió Alejandro Bautista Jiménez.
No
me era desconocido por completo el nombre pero no acertaba a identificarlo
-
¿Quién es?
-
El marinero que nos
contaba de la guerra de España. Siguió haciéndolo. Al final se quedaba
inconsciente de borracho sobre la mesa. Entonces le pedía a mi tío Juan que
ordenara lo llevaran a su hotel. Yo los acompañaba para que todo se realizara
en orden. Al salir seguía el ejemplo de usted. ¿Se acuerda? Ordenaba en la
administración del hotel le llevaran comida para las primeras horas de la
tarde. Volvió dos o tres veces. Después no apareció más por el lugar. La
segunda vez me dijo que la división interna, que caracterizó a las fuerzas
antifranquistas, fue tan profunda que ni antes ni después se pudo disfrazar
este hecho. Los socialistas estaban en contra de los comunistas, estos en
contra de los anarquistas y los libertarios en contra de los comunistas.
Ocasionalmente se unían para repeler otro ataque de Franco o para tomar la
iniciativa en el combate. Después se volvían a separar y atacar entre sí.
- En este punto el marinero
se quedaba inconsciente debido a la cantidad de ron que había bebido. De nueva
cuenta lo llevábamos a su hotel.
38
¿Había negros
africanos en Mesoamerica?, me había preguntado Carmen en una ocasión. Creo que más que indagar
sobre cuestiones históricas quiso
semblantear mi posición respecto del tema. Lo que sabía yo al respecto
era que algunos investigadores dicen que sí, que había negros. Sin embargo no
entran en detalles y difieren para otro trabajo el análisis detenido. Recordaba
que antes de llegar a Veracruz los españoles procedían del sureste mexicano.
Venían de las Antillas a donde los europeos ya para entonces habían llevado
algunos voluntarios y después esclavos negros capturados o comprados en la
Costa de Marfil. Creen en remotas
travesías originales emprendidas por los mismos negros. Se habrían
desprendido de las Islas Canarias, frente a la costa noroeste de África, para recorrer el Trópico
de Cáncer hacia el oeste y alcanzar las Antillas y de ahí introducirse al Golfo
de México hasta el actual Campeche. Agregué que las cabezas colosales de la
región Olmeca, en el sureste del país, han sido un argumento central en esta
polémica en busca del origen de la tercera raíz del mexicano. Controversia que
ha recorrido todos los niveles de nuestra sociedad con toda clase de criterios,
muchos carentes de fundamento. Pero que un estudio cuidadoso desacredita todos
esos supuestos de negros en Mesoamerica.
Ella me contó
entonces que el comercio con la artesanía de origen africano empezó a
proporcionar piezas de elevado valor artístico. Desde hacía varios siglos en
que las potencias europeas incursionaron en el continente negro encontraron
máscaras, piezas de marfil y obras realizada en oro. Desde luego que el valor
artístico era de calidad pero, ¿quiénes eran los autores? A los negros les pasó
lo que a los indios americanos en el sentido que eran unos salvajes. La
necesidad del invasor allá y aquí de justificar su proceder durante la guerra
les llevó a la actitud de subestimar y negar lo que iba hallando. En ninguna
parte abundaron los espíritus especiales de la talla de los españoles Fray
Bernardino de Sahagún y Fray Diego Durán. Así el conquistador se encontró en la
situación de aceptar grandes realizaciones en muchos órdenes como eran la
arquitectura, pintura, escultura, astronomía... Y después parar en seco y
preguntarse: ¿pero quién hizo todo esto? Y una vez que acabaron con los
artistas lo que quedó fueron generaciones de productores de objetos de arte
menor dedicados a satisfacer las necesidades del turismo. Con el tiempo, y como
contraste, la pregunta persistía: ¿entonces quién realizó aquellas obras de
arte negro? Empezaron las investigaciones serias. Gradualmente, con señalada
dificultad, comenzando por los prejuicios raciales que siempre estuvieron
presentes, fueron apareciendo testimonio de otra realidad. De un mundo que
había sido destruido por propios y extraños.
Se encontraron antecedentes que al menos desde hacía doce siglos había
empezado el tráfico de esclavos. Para tal efecto se armaron ejércitos de
grandes tribus negras. Su objetivo era agarrar prisioneros y venderlos a las
potencias extranjeras que necesitaban mano de obra esclava. Así fue como empezó
una destrucción sistemática de todo orden social y artístico. Más tarde,
investigando las cosas de África, los antropólogos europeos fueron encontrando
cráneos pequeños australopitecos en Sudáfrica hacia los límites con el desierto
del Kalahari. Se llegarían a considerar el verdadero eslabón perdido entre el
estado simiesco y el humano. Por lo que el continente negro muy probablemente
hasta haya sido, en efecto, nada menos
que la cuna de la humanidad. Es decir que los negros tendrían millones de años
para ir desarrollando su manera de representar las cosas y las ideas a partir
de la oscura animalidad. El desarrollo de la antropología que estudia los
orígenes del humano es igualmente interesante como la cuestión del desarrollo,
decadencia y desaparición del arte negro. Circunstancias externas, pero sobre
todo internas, fueron destruyendo lo que se ha considerado la cuna de una alta
cultura que supone fue no solamente original sino la original de aquellas latitudes. Y caminando a través de millones
de años, hacia el norte, un día llegó a lo que ahora se conoce como Europa
Central. Las máscaras, dijo, siguen confeccionándose en África. Son de orden
utilitario y en algunos casos de uso ritual. Pero son más bien para satisfacer
al turismo. Como sea, algo queda de lo original... A semejanza de las figurillas que venden en la Calzada de los
Muertos de Teotihuacán. Están hechas estas piezas con barro de Teotihuacán, en Teotihuacán y
por teotihuacanos…
En realidad era yo
quien quería seguir a Carmen hasta el fin del mundo. Por lo que ni con los
lentes oscuros para la nieve, estoy seguro, he de haber podido ocultar la
emoción que me produjeron las palabras que acababa de escuchar de aquella
mujer. Recordé a Cork cuando decía que el misoginismo es un fenómeno social
propio de las ciudades. Entre los irritilas, kikapúes, hopis, navajos y los del
Pueblo de la Lluvia, de Oaxaca, antiguos y actuales, el hombre de todas las
edades gira en derredor de la abuela, la madre, la novia y la esposa. En las
comunidades agrícolas el cordón umbilical es cortado al nacer pero sólo para
ser substituido por otro más fuerte de orden emocional. La figura de la tierra
como madre sigue vigente entre ellos. En cambio había observado, me decía una y
otra vez, tanto en la ciudad la economía
de mercado los había echado a pelear a todos. La explotan en la fábrica, en el
laboratorio y en la oficina, la prostituye y le hace hijos que después llenarán
las calles en el total desamparo, debajo de los puentes del metro Taxqueña. Nada
más en el país hay en la actualidad más de seiscientos mil niños que viven en
la calle. De esos pocos se salvarán
Me dije que Carmen
era la criatura con la que bien podía vivir
la cotidianidad diaria por los años que me restaran de existencia.
Siento que, aun después del brinco hormonal debido a la edad, suyo y mío, la
vería entonces como en este momento la veía en la pared de roca y hielo en la
cual nos encontrábamos. Tenía leves escarificaciones en relieve sobre las
sienes. Era la primera vez que las veía. Como su pelo era corto se le destacaban
bajo el borde de la pañoleta. De pronto eso le daba otra dimensión. Era como
algo o alguien que llegara de muy lejos en el tiempo y la distancia. Quizá era solo una idea mía
porque en realidad ella había nacido en la isla del Carmen. Su familia, originaria
de Campeche, al menos de los últimos quinientos años, se había establecido en
la ciudad de México en los últimos años con la idea que después Carmen se inscribiera en la Universidad.
En vacaciones
pasaba los días en alguno de los restaurantes que su familia poseía en la
carretera que va de la ciudad de Puebla hasta llegar al Puerto de Veracruz. No
más allá. La excepción era su tío Juan. Éste había recorrido muchos puertos del
mundo trabajando en los barcos de carga y durmiendo cada noche en los hoteluchos
de los puertos con tres mujeres en una misma cama. Cuando llegó a la edad de
cincuenta años decidió establecerse en la isla del Carmen. Se dedicó a lo que
más conocía en la vida, después de surcar los mares. Al año siguiente abrió el
centro nocturno de El Pinar. En solamente dos ocasiones yo había hablado con el viejo marinero cuando
estuve en la isla. Para la segunda velada me había dicho que su lugar contaba con las mujeres más
hermosas que pudiera alguien imaginar. Las mulatas rebasan cualquier idea que
los pintores, poetas y demás artistas pudieran tener de ellas.
Ya lo creo- dije
señalando a una que pasaba en ese momento de aquel lado de las hilera de las
mesas-. Podría asegurar que en el mundo no hay mejor trasero que ese-.Casi puso
el grito en el cielo:
- ¡Cuidado hijo,
esa es mi sobrina! Ella estudia en México y aprovecha algunas vacaciones para
convivir en este lugar. Toma notas y hace algunas preguntas discretas a las
muchachas. Después escribe y escribe...Olvídala. Voy a hacer cuenta que no te
escuché.
Por supuesto que la
olvidé. Cuatro o cinco días más tarde volvería a México. Sería hasta la noche
siguiente que conocería al otro marinero, al de la guerra de España. Entonces
la vida barajaría sus cartas de distinta manera...
De las escarificaciones y otros detalles de su
personalidad ella misma no tenía mucha claridad de su origen. Al menos eso
creía yo. Era un tiempo que en los círculos académicos del país se sabía el origen detallado del mestizaje del
mexicano. Pero la gente del pueblo lo ignoraba.
Por mi parte estaba
seguro que, en tanto pasara el tiempo, si le pedía que me leyera completas las
obras molierescas ella lo emprendería con gusto. Para Carmen sería la tercera
vez en su vida que leyera la obra completa de Poquelin. Después le pediría que
hiciera lo propio con Goethe. El francés y el alemán eran sus grandes amores.
Tanto que en algún momento sentía celos de ese par de viejos escritores. Pero
comprendí que los celos procedían de mi poco conocimiento que tenía de ellos.
El Tartufo y el Fausto era todo lo que a la sazón conocía...
La atraje suavemente por medio de la cuerda y
besé sus enormes y bien delineados
labios. Me acordé de Desmond
Morris. Y fueron suficientes dos segundos de esos
pensamientos para que la descarga eléctrica que nos sacudía derritiera la nieve que cubría nuestros
rostros.
Una
voz nos regresó al mundo vertical y helado en el que nos encontrábamos. Era
Benito Ramírez que nos aseguraba con la cuerda desde el fondo de la repisa
llena de nieve.
-¡Me
estoy congelando y ustedes diciéndose cosas encantadoras! ¡Avancen!
-¡Ya
vamos!
-
¡Hola Beni!- le dijo Carmen -. Qué gusto volver a verte! ¿Te encuentras bien?
-
¡Helado!
-
Perfectamente. En cuanto pueda instalar mi tienda les prepararé una taza de
café americano que esté humeando.
-
Café negro americano – dije sosteniendo la manía de decir café negro americano.
-
Entendido- contestó la muchacha que avanzaba sujetándose de la cuerda que le
ofrecía Benito Ramírez.
Para
más comodidad, Carmen dispondría de su tienda particular, como el resto del
grupo. Eso le dejaría libertad para su asepsia diaria. Carmen misma decía que
sólo los personajes del Quijote o de la Biblia no tienen necesidades
fisiológicas pero que el viejo y encantador Montaigne es diferente. Montaigne hasta
escribe la manera onomatopéyica de sus pedos. Lo hace con muchas pppprrrrrrr… Tampoco Virgilio, Dante, Catón. y Beatriz-
agregó-. En todo el tiempo que se la pasaron en el infierno y el purgatorio ni
una sola vez fue alguno de ellos al retrete.
Al
atardecer nos reuníamos en la tienda- comedor para cenar. En ocasiones les comentaba que nos es difícil imaginarnos lo
azul y bello que en realidad es el cielo visto desde la Tierra, como ahora lo
vemos desde los casi cinco mil.
- Hay siempre tantos volcanes activos en el
planeta que están arrojando hacia la troposfera cenizas y gases.
Nuestra despensa era sencilla. Leche en polvo.
Se componía básicamente de pescado seco y papas. Llevábamos algunos kilos de pescado fresco cada uno en su mochila.
Las temperaturas bajo quince lo conservaría todo el tiempo que permaneciéramos
en la pared. Y lo primero que hicimos fue enterrarlo entre un cúmulo de nieve.
También llevábamos atún en latas. Poca carne roja. Cuando las papas
cocidas se terminaron empezamos a freírlas. Toci era
capaz de comérselas crudas. Siempre llevaba en su mochila de excursión dos o
tres papas crudas. Decía que con esas podría alcanzar cualquier parte después
que se le hubieran terminado sus provisiones. Lo mismo hacía con la carne cruda
roja seca. ¡Sólo una mazahua podía hacer eso! Y nos advertía que en caso
necesario podría esperar a que declinara el Sol y practicar, sin el menor
remordimiento, en tanto miraba hacia el oeste, la casa de Tezcatlipoca -
Kitzigiata - Wakantanka, una especie de sacrificio ritual y saborearse alguno
de nuestros brazos o muslos.... ¡Carmen gritaba horrorizada! La otra se reía a
carcajada abierta y “la salvaje “agregaba que en el caso de los hombres había
más de donde cortar...
-
¡Cállate!- volvía a gritar Carmen.
Permanecer
semanas en un sitio que no tiene más de cien metros por diez requiere de
imaginación. Así fue como inventamos comentar sucintamente cada día una nota
sacada del celular. Empezamos por la mano derecha a como nos encontrábamos
después de la cena.
Mario
Campos: Hay en la Ciudad Universitaria una exposición impresionante de Gunther
von Hagens, sobre cuerpos plastinados. Es la singular experiencia de mirar
hacia el interior de uno mismo…
Juan
Mereles: Benita Ferrero Waldner, excomisaria europea, dice que Europa tendería
que ser más humilde con Latinoamérica…
Mario
Campos: Después de seis viajes a la zona y varios días de duras negociaciones,
John Kerry, secretario de estado, de Estados Unidos, logra que israelíes y
palestinos reanudarán en Washington negociaciones por la paz,
interrumpidas durante tres años…
Eulalio
Rivera: Al menos cincuenta muertos en
una nueva tragedia de inmigrantes, frente a Lampedusa, golpea a Europa, sobre todo al
conocerse que una docena de niños murieron, al naufragar, en el canal de
Sicilia, un barco carguero con doscientos cincuenta somalíes y otros de origen
eritreo.
Carmen:
Javier Gomá Lanzón se pregunta, en un diario español, ¿donde está la gran
filosofía? Dice que en los últimos treinta años la filosofía ha desertado de su
misión de proponer un relato a la
sociedad de su tiempo. Y que la Universidad se ha quedado sin iniciativa. La
orfandad teórica ha permitido en otras formas
como la historia o la crítica a la modernidad. Falta la construcción de
un ideal.
Cork:
Louise Erdrich, considerada como la voz literaria de los indios
norteamericanos, lanza, en su novela La
casa redonda, un alegato contra la injusticia. Vive en una reserva y desde
ahí escribe una obra literaria calificada como “deslumbrante”.
Yo:
Se exhibe en la National Gallery, de Londres,
una exposición de pinturas llamada Frente
a la modernidad: el retrato de la Viena de 1900.Contiene ochenta obras de
la época previa a la Primera Guerra Mundial.
Mario
Campos se revolcó en su sleeping. Pensamos que quería agregar algo a su
intervención pero lo que le escuchamos fue:
¡Dejen
dormir, ya no estén chingando con sus chingaderas.
En
ocasiones, por la noche, cuando subía un punto la temperatura o el viento
arreciaba más de lo habitual en esta pared norte que por otro nombre tiene “Ventorrillo”,
se oye un bloque, enorme, a juzgar por el ruido de su impacto contra las
repisas del sector del lado este, que va
rebotando hasta perderse en el abismo.
Carmen
observa que nuestra gran repisa del sector oeste está
más expuesta que ninguna otra parte a los desprendimientos.
-Nos
caerían directamente, sin tocar pared, sobre nuestras tiendas.
-Has
leído algo del novelista sueco Per Olov
Enquist-le pregunté.
-Sí.
¿Qué tiene que ver con los desprendimientos de rocas?
-En
alguna parte de su literatura, creo que fue en un entrevista que le hicieron,
dice algo que me gusta. Y no sólo eso, también me ayuda en las situaciones de tensión,
y es su frase: “llevo 25 años viviendo de propina.”
Ninguno
de nosotros pasa los 25 años de edad. Pero el escalador se asemeja, de alguna
manera, a esos animalitos que nace por la mañana y por la tarde ya son
ancianitos…En pocas horas viven intensamente.
-No
me parece convincente eso que dijiste. Una roca de tonelada sobre nuestra
tienda es una tonelada.
Luego
de varios días de preparar alimentos
empezamos a estar de acuerdo en que el hombre carece de la necesaria
fortaleza anímica para sacar adelante semejante rutina. “Sus mamis son las culpables, no los enseñan
desde chicos”, decía Carmen. Cocer las papas requería gastar mucho
combustible a esas alturas sobre el
nivel del mar. En espacios abiertos y tan fríos jamás lo hubiéramos logrado de
manera satisfactoria. Traemos también chocolate en polvo. En un lugar tan
helado, como la repisa occidental del Abanico, eran bien recibidas todas las
calorías posibles. Pan negro. Cada quien dispone de un frasco de solución madre
de espinacas. Con unas gotas en cada comida habremos logrado reponer el gasto
que hayamos hecho de hierro, silicio, yodo, sodio y potasio. Además tenemos alga
espirulina en pastillas. El mejor complemento alimenticio del mundo, aseguraba
Toci. La carne roja seca la comemos de vez
en cuando (no queremos saber nada del acido láctico y del estreñimiento) lo
menos posible, en el ánimo de obtener alguna variación del atún. Nuestra carta
fuerte es el pescado seco.
Carmen
saca sus brazos de la bolsa de plumas en la que se encuentra metida para
protegerse del frío intenso y en forma melodramática empieza a gesticular en
tanto dice: “me encuentro en el tercer círculo. En el de la lluvia eterna,
maldita, fría y densa, que cae siempre igualmente copiosa y con la misma
fuerza. Espesos granizos, agua negruzca y nieve descienden en turbiones a
través de las tinieblas”.Espera que alguien haga algún comentario. Le indica a
Cork que guarde silencio cuando éste hace el intento de hablar. Finalmente
comprende que la lectura de la Divina Comedia es en los tiempos mexicanos
actuales cada vez menos conocida. Después de esto habla Cork para decir
lacónicamente: - Canto Sexto.
De
vez en cuando, en algún momento de la charla de sobremesa, Cork nos pedía que
hiciéramos un ejercicio de concentración. Decía que la escasez de oxígeno de la
alta montaña, y el frío, hacen que la indolencia vaya posesionándose del estado
de ánimo de los individuos. A tal punto que algunos se abandonan y cesan de hacer
las cosas, aun las más necesarias. Y tenía razón. Era sencillo. Sólo nos pedía
que pronunciáramos algunas palabras. Una era Tlahuizcalpantecutli, el nombre de Quetzalcoatl en forma de lucero
de la mañana. La otra era rumpelstiltskin
que le había leído en alguna parte a Truman Capote. Decir Popocatepetl o
Iztaccíhuatl para un extranjero ya es un trabalenguas, lo mismo que para muchos
mexicanos del norte o del sureste. Pero Tlahuizcalpantecutli
ni siquiera los mexicanos del Altiplano, donde se habla el náhuatl, las tienen
todas consigo en cuanto a su pronunciación. En lo personal se me facilitaba.
Pero para la otra palabra tuve que descomponerla. Empecé con rumpel, luego stil
y lo último fue más difícil: tskin. Se me hubiere facilitado un tl, pero ese
ts... Después de dos horas de charla animada nos retirábamos a dormir. De esa
manera satisfacíamos nuestras necesidades de convivencia y de soledad.
-¿Y la vieja pregunta de si el escritor se
hace o nace. Usted que está en ese mundo de las letras, qué cree?-le pregunté a
Carmen.
-Creo
lo que se dice, que el individuo es como
es .Y desde esa hechura prenatal va ser
su modo de escribir. Por eso hay tantos estilos literarios como escritores y
subjetivismos hay en el mundo. Luego de eso me apresuro a decirle que todos aprendemos el cómo y el cuándo, de los filósofos y de
escritores que ha habido antes que nosotros. Son los mismos temas desde los
presocráticos pero eternamente reactualizados por las generaciones que viene
llegando, según vayan necesitando los tiempos. Lo irónico es que ocultamos el
nombre de esos maestros muertos. Me acuerdo de mi maestra que me enseñó a pegar las letras hasta lograr convertirlas
en una palabra. Se llamaba Genoveva Luisa Bracamontes Swan. Siempre que hay
ocasión lo digo como una especie de homenaje o reconocimiento a su empeño por
enseñarme a leer. También sé que Platón, Schopenhauer, Baltasar Gracián,
Santayana y Jean Wahl me familiarizaron con el devenir y la dialéctica. Y más
acá Homero, Virgilio, Santo Tomás de Aquino del brazo de Aristóteles, Goethe,
Thoreau, Faulkner, Bukouski, Tom Wolfe, Norman, Mailer…Pero de estos callo sus
nombres y hago como que soy original en esos terrenos. Me estoy refiriendo a la
novela porque en el ensayo es obligatorio nombrarlos. En muchas tabernas intelectuales
todo sucede en la generación espontánea. Y precisamente porque el individuo
escribe como siempre será es por lo que escribe con autenticidad.
-¿Pero
cómo se conoce a los autores que valgan la pena sentarse a leerlos sin importar
el tiempo que haya que emplear en ello?
-Que
valga la pena va en función de la inclinación existencial propia y los
intereses. Pero si se quiere conocer el todo, y no sólo la abstracción,
entonces hay que lanzarse al mar. Los
autores, de cualquier tema, se van refiriendo unos a otros. Hemingway se
refiere al escritor que en su fama le da por hacer loqueras pero
tiene que seguir escribiendo para mantener su posición, sus mujeres y demás, y
entonces escriben bazofia.Que
no hacen bazofia a propósito sino porque
tiene prisa. Porque escriben cuando no hay nada que decir o no hay agua
en el manantial. Porque son ambiciosos. Entonces, sigue diciendo, una vez que
se han traicionado a ellos mismos, se justifican, y producen más bazofia.
Desde el principio de nuestra relación Carmen
me exigió, con la manera de súplica, que nos escribiéramos al menos tres veces
por semana. Comentando cosas triviales o las que consideráramos importantes. No
se me escapó que era una manera sutil de hacer
que yo estuviera pensando en ella, o con relación a ella, de día y de
noche. Pero ella dijo que era una vieja práctica en su familia y con sus
amistades. Pero que a últimas fechas estas cartas físicas, o por Internet, se
iban haciendo cada vez más espaciadas, en la medida que la gente prefiere ver
televisión a la práctica de escribir.
Tres
días más tarde Cork sacó otra palabra
que recordaba del teatro plautino y era “terapontígonoplatagidoro”. Cuando
estábamos a punto de revelarnos nos dimos cuenta que esta palabra se nos
facilitaba de manera extraordinaria en comparación con la de “Tlahuizcalpantecutli”.¿Cómo era
posible que pudiéramos pronunciar una que pertenecía a un idioma extraño a otra
que era del náhuatl? Aun recordó otra palabra, también de Plauto:
“tesaurocrisonicocrisides”. Fue la última que le permitimos. Entonces recurrió
a otra manera de hacernos pensar. Recordando sus lecturas de los viejos
griegos, nos decía cosas sencillas para provocar alguna clase de reflexión,
como que en una época se llegó a creer que la existencia del tiempo se
comprobaba por el movimiento. Luego de un rato alguien opinaba:
-
¿Entonces mientras
dormimos no transcurre el tiempo?
- Juan Mereles
siguió:
- ¿Y si el tiempo
se midiera no por los ratos de movimiento si no por los intervalos de reposo?
-Y Toci les seguía
la corriente:
- ¿Y qué sucede si
uno está durmiendo en su tienda y el otro está en pleno movimiento preparando
la cena en la tienda- comedor?
Preferíamos escuchar a
Carmen cuando decía que, la presencia de la mujer en el mundo intelectual, no
empieza con Sor Juana. En el teatro griego de la antigüedad tuvo una actuación
central, como personaje, no como autor, en el teatro de Eurípides, Aristofanes,
Sófocles, Homero y Odiseo. Luego ya veríamos con Shakespeare e Ibsen. Con aquellos griegos era,
en realidad, un mundo femenino de mujeres y diosas. La
mujer griega está desde el principio en
el epicentro del torbellino de la vida. Su destacada actuación se halla en
relación con el cuadro familiar. Para bien o para mal: Ifigenia, Medea…
Mientras
Carmen habla de los griegos creo conocerla mejor. En cierta ocasión me habló de sus antecedentes familiares, cuando contó la ocasión que fue a escuchar jazz a la
ciudad de Luisiana. La familia de Carmen
vivía en Nueva Orleans desde siglos
atrás. Había participado en la American Civil War desde 1861. A finales del
siglo diecinueve sus bisabuelos se fueron a vivir a la Isla del Carmen. El
20 de agosto de hace siete años,
jovencita, Carmen fue a visitar a sus
tíos. Tenía tres días paseando con sus primos y amigas de estos. Una noche
fueron a bailar y escuchar jazz a un
centro nocturno de Nueva Orleans. Algo habían escuchado de una
tormenta que se formaba
sobre las Bahamas y cruzaba Florida ya como huracán de categoría 1. El
meteorológico le llamaba “Katrina. La gente siguió con su ritmo de vida de
siempre. Cuando las autoridades dieron la voz de abandonar Luisiana ya el
huracán tenía categoría 2. Los que pudieron abandonaron pero cien mil se quedaron. Después de todos los
diques que protegían a Nueva Orleans, de las aguas del mar, estaba diseñado
para categoría 3. Pero fue la máxima
categoría de los huracanes, 5, con la que Katrina hizo volar los diques y se metió a la ciudad. El
panorama durante horas fue destrucción y muerte. Carmen dice que se encontró dentro en un huracán verdaderamente infernal. Los techos
volaban, los árboles se quebraban, las personas se borraban de un segundo para
el otro bajo las inmensas olas del mar que
recorría las calles y el agua que caía del cielo, los vehículos desaparecían,
los comercios eran asaltados, llegó la tropa para detener el saqueo pero
alguien de las autoridades detuvo la acción de las fuerzas armadas diciendo que
los saqueadores no eran delincuentes sino que buscaban comida era para calmar el hambre de sus familiares.
Carmen y su familia fueron de los muchos que salvaron la vida refugiándose en
el superdomo de la ciudad. Al final se dijo la cifra de dos mil muertos (pero que la cantidad real
jamás se sabría) y una pérdida de doscientos mil millones de dólares.
Fue
cuando me hice la reflexión siguiente:
“La familia de Carmen luchó en la Guerra Civil de Estados Unidos bajo las
órdenes del general Robert E. Lee…”
Mario
Campos comentó, al oír el golpeteo de la nieve sobre las tiendas:
-Esta
nieve que cae…Qué condiciones atmosféricas… diez kilómetros arriba de nuestras
cabezas, qué concentración de humedad, qué temperaturas tan bajas, qué
velocidad de caída ya convertida en hielo, qué fuerza de impacto al chocar con
el doble techo de la tienda…
Toci se apresuró a fundir
más nieve para preparar otra olla de café.
Se acurruca junto a Cork y le dice en voz baja:
Se acurruca junto a Cork y le dice en voz baja:
-¿Lo has hecho a los
cinco mil?
-¿El qué, te
refieres a beber una taza de café?
-En serio.
- ¿A los cinco mil,
con menos quince y casi sin oxigeno? Creo que ni porque fuera pingüino del Ártico
lo haría.
39 Una noche Carmen
nos pidió que guardáramos un minuto de silencio. Eran las diez del 17. No
sabíamos de qué se trataba pero, alzando los hombros, lo hicimos por
solidaridad. Entendido que, lo que fuera, para ella resultaba importante.
Después nos explicó:
- En este momento
el mundo culto de todo el orbe está de pie y en silencio. El 17 de febrero de
1673 murió Juan Bautista Poquelin.
Toci habló en seguida. Cork temió que “la
salvaje” fuera áspera en alguno de sus comentarios. Era capaz de decir, por
ejemplo: “No guardamos silencio luctuosos por Nezahualcoyotl o por su
contemporánea de Moliere, Sor Juana Inés de la Cruz, pero sí lo hacemos por uno
de fuera”. Sin embargo hizo una observación que nos dio la medida de su
cultura:
- Un año antes, el
mismo 17 de febrero, había muerto Magdalena Béjart, ex mujer de Poquelin y
actriz de mucho talento en la compañía del gran escritor – y añadió: - De
Francisco Moliere, un escritor desconocido, y asesinado en 1625, fue que
Poquelin tomó su apellido...
Puedo jurar que en
ese momento Toci conquistó la simpatía de Carmen para siempre. Cosa que
desaprobaría, para siempre, se prima Clemencia.
Benito Ramírez
exclamó en tanto daba un sorbo a su café:
- Mujeres...
Media hora después,
Toci dijo a Cork:
- Bien, querido. He
terminado mi cena. Ahora quiero ir a tu tienda y que me leas un rato algo de tu
espantoso Milton, que ya ni los inglese
lo leen.
Ellos dos habían
pasado en la montaña semanas enteras, dentro de una pequeña tienda tipo iglú,
en tanto afuera caía con violencia la nieve. Pero también Toci, para enorme
desconcierto de su parte, y por indicaciones de Cork, había tenido que instalar
su tienda individual. Furiosa le había reclamado en un principio, pero el otro
fue directo:
- Es para que
tengas mayor libertad en el espacio de la tienda, de por si reducido.
En su réplica, que fue instantánea, pareció que tenía la intención de incluir a
Clemencia:”¡Tu entiendes que esas delicadezas no van conmigo! ¡Además ya sabes
que nosotras (se refería a las mujeres mazahuas) no tenemos halitosis!
Ante la inflexibilidad del otro, decía
iracunda, sin que en apariencia viniera al caso:
- Si hubiera venido
esa porcelanita, al primer descuido de ustedes...
- Lo creo – había
dicho Cork. Y añadió enseguida:- Dos mujeres celosas juntas... ni difuntas.
En ocasiones, al
salir de la tienda grande, la niebla lo había cubierto todo. Además junto con
la oscuridad no distinguíamos la ubicación de las tiendas. Ni veíamos tampoco
donde empezaba el abismo. Para solventar ese inconveniente tendimos, desde el
principio, un hilo conductor de plástico delgado que unía cada una de las
tiendas con el comedor.
Las lámparas de
mano solamente las usábamos en condiciones de niebla cerrada. Había el riesgo
que en noches despejadas pudiéramos ser vistos desde Tlamacazcalco y que,
tomándolo como señal de demanda de auxilio, se movilizaran los grupos de
rescate del albergue. Subirían directos a Teopixcalco, en los cinco mil. Una
vez ahí alcanzarían rápidamente la cumbre del Abanico, desde el sur, y quizá
harían algunos descensos de cuerda para buscarnos. En esas maniobras podrían
provocar desprendimientos de roca que de seguro caerían directas sobre nuestras
tiendas.
Con frecuencia la niebla
espesa (y helada) llegaba, por las tardes, del valle poblano y nos aislaba del
mundo. En dos ocasiones cayó nieve durante toda la noche. Pero las tiendas,
tipo iglú, estaban bien instaladas y cubiertas con plásticos delgados y
resistentes, aparte de su cubierta o doble techo original. Escuchábamos pasar
el poderoso viento de los cinco mil que se desgarraba en las aristas cercanas
de la pared de sector oeste del Abanico. Alguna noche, cuando la niebla se
mantenía lejos, podíamos ver al oeste el formidable espectáculo de la enorme
ciudad iluminada en el fondo del valle metafísico.
-Diez millones de
automóviles, cruzándola todo el día, despidiendo ingredientes químicos-
observaba Benito Ramírez.
Cork: - Partículas
diminutas de niebla y ozono que se meten en los pulmones. Asesinos silenciosos
de viejos y de niños. Además de la ceniza del Popocatepetl.
Benito Ramírez: -
Hace tiempo esa mezcla de niebla y humo costó cuatro mil vidas a los
londinenses en sólo cuatro días...
Toci:- Pocos han
encontrado la clave del misterio de convivir para sobrevivir. Si por lo menos
siguiéramos el sabio ejemplo de las caras pálidas que utilizan bicicletas en
sus ciudades.
Benito Ramírez:-
Para las caras rojas eso no da nivel social. Por eso buscamos tener automóvil.
Yo: -El mundo
necesita practicar la solidaridad. Pero para ser auténticamente sociable (como
una colonia de morsas) primero hay que vivir en la soledad. Nadie ama tanto a
la multitud que cuando se está de regreso de la soledad geográfica. Cuando
regresamos del desierto de Altar…
Cork:- Al día siguiente que regresemos de esta
escalada iré al primer cuadro de la ciudad de México y disfrutaré caminando
entre sus calles atestadas de gente. O
me tomaré dos cafés negros americanos en El “Jarocho” del centro de Coyoacán.
Mientras veré a la gente pasar. Y tal vez tenga suerte y descubra una buena
dosis de lo prosaico. ¿Quién se asusta de lo prosaico? Tengo un amigo que vive
en las calles y duerme en las bancas metálicas de la banqueta de El Jarocho. Carmen:-¡Es
el plancton social de donde extraen sus obras los poetas! ¡La naturaleza misma,
un paso antes de la sublimación! O del anfiteatro anónimo.
Cork dijo que la
apoyaba. Entonces Toci volteó hacia él y exclamó:
- ¡Loco! ¡Déjate de tonterías y vamos a escalar en las
montañas de la sierra norte del Valle de México. Después iremos una semana al
balneario de Amajac, en Hidalgo. ¡Te mostraré un bikini de nuevo estilo! Más audaz que el que me viste en Cabo
Rojo de Puerto Rico. Y ya que tendríamos
cerca los prismas rocosos para hacer algunas prácticas de escaladas. ¿Qué te parece?
- Veremos-
contestaba escuetamente el otro. Y agregaba: - Veremos, mujer audaz y sin
halitosis.
Yo: - El valle
metafísico es en donde cada individuo consume cuatrocientos litro cúbicos de
agua al día.
Carmen: - Veinte
millones estables de individuos. Ocho mil millones de litro cúbicos.
Juan Mereles: –
Cinco millones de individuos en tránsito cada día.
Benito Ramírez: – Consumiendo la mitad de agua
sin pagar ni un centavo. De todos modos son mil millones cúbicos más. Es decir,
nueve mil millones en total. Por ahora... Piensen en cuando aparezca la mega ciudad México -
Cuernavaca - Pachuca - Toluca...¡No quiero estar ahí!
Juan Mereles:- Antes
se colapsará por falta de agua y exceso de maleantes en todas las esferas de
nuestra sociedad. Espero no estar para ese día.
Toci: – En otros
países consumen cien litros por persona...
Yo: - Y lo que regresa a los acuíferos es
siempre menos después de haberse utilizado.
Juan Mereles: – Por
eso los edificios están perdiendo la vertical. Si no fuera por los gatos
hidráulicos. Y las once mil ochocientas toneladas de basura que salen cada día.
Toci: - En esa sima
llena de humo viven los poetas y los
pensadores...
Carmen:- Persiguen mundo ideales que jamás
serán alcanzados. En una novela de
Faulkner sus personajes se la pasan buscando
una vaca que alguien se había robado. Dos o tres poetas se la han pasado dando
coses contra el clavo de la repetición
del hombre que gusta y vive en lo cotidiano. También hay filósofos que
tienen lo suyo. No son pocos los que,
durante cuarenta años, han asistido
puntualmente a sentarse al escritorio de su biblioteca, a escribir contra la rutina.
-
¿Es cierto eso?- preguntó
Juan Mereles.
-
Tan cierto como que Aristóteles está en el Limbo, según refiere Dante.
Cork
volvió a acordarse de su amigo Salim, que soñaba con poder juntar un millón de
dólares para empezar el trabajo por la
democracia.
Nos
comentó que le había preguntado en cierta ocasión: “¿Cómo empezarías tu gran
trabajo por la democracia” ?
-
¡Con poesía!
-
¿Con poesía? ¿Cómo está eso? No entiendo.
Citaba
en seguida las palabras textuales de
William Carlos Williams donde dice que las artes por lo general no son un
escape ni es, esta escritura, una consoladora distracción. Es la guerra o parte
de ella, sólo que un sector diferente del campo de batalla.
- Los poetas escriben por inspiración, ¿para
qué quieres un millón de dólares?
-
Son unos verdaderos artistas, sin ellos este mundo estaría en el nivel de las
vacas. Pero, ¿sabes? Los poetas también necesitan comer.
Una
noche nos encontrábamos solos en la
tienda - comedor. Carmen me dijo que le
gustaría que conociera por sí misma su vida relacionada en El Pinar. Después de
todo – dijo -, esto se ha estilado desde la antigüedad. No es nada nuevo. Y las
más respetables religiones lo conservan como parte de su razón de ser. En el
terreno de la psicología también es un gran
recurso.
Buscaba
yo con la vista el plano de debilidad entre la lutita y la arenisca de la roca
sedimentaria que tenía en la mano. La había arrastrado en mi mochila hasta
aquel vivac en la pared del Abanico.
Comprendí en toda su intensidad el momento emocional por el que pasaba.
–
¿Es necesario?
-Sí. Quiero hacerlo.
Me
volví hacia ella. Con la lupa en una mano y el trozo de roca en la otra.
- ¿Para qué?...? “El
humano es definido por sus acciones, no por sus recuerdos” lo dijo el mutante a
Schwarzenegger en El Vengador del Futuro.
En lugar de recordar el pasado mejor hay que planear el futuro.
Miraba
yo en dirección de la Iztaccíhuatl en aquel momento. Cuando no le oí decir
más me volví para buscarla. Quizá había
sido demasiado duro con sus anhelos de intimidad. Ella veía también hacia el
norte, en silencio. Seguía observando la roca sedimentaria. Rascaba con mi
lápiz una línea por demás marcada. Ella seguía ahí. En el recuerdo de El Pinar
en tanto el viento azotaba la ropa ligera del vestido y lo hundía en su cuerpo.
-
Quiero explicarle. Durante millones de años el limo se fue depositando. Es este
lodo finísimo. Después, por varias probables causas violentas, un material más
grueso fue bruscamente arrastrado hasta ser depositado sobre...Las conchas,
plantas y semillas fósiles son testimonios de cuando los dioses del Popol Vuh
ensayaban a formar a la humanidad. Casi al final hicieron hombres de madera,
pero tampoco estaban satisfechos. Luego hicieron ozomatlis.
- ¿Ozomatlis?
-
¡Changos!
-
Eso es muy occidental.
-
El Popol Vuh se escribió antes que
Darwin naciera y como literatura oral es más antiguo.
Entendió
mi estrategia. El recuerdo de El Pinar no la abandonaría pero ya empezaba a
quedar atrás. Después de todo era el cofre de sus secretos. Con ellos viviría
hasta los últimos minutos cuerdos de su vida. Si le agradaban o no le agradaban
yo me encargaría de casi borrarlos. Fue una promesa que le hice en ese momento.
-Jean
Wahl dice que nuestros recuerdos nunca desaparecen-dijo ella-. Pero usted tiene
razón. Hay cosas en el pasado de cada
persona que le han proporcionado placer y felicidad. De hecho es lo que se
llama experiencia. De no haber tenido nuevos horizontes se volverían a hacer,
tal vez... Lo he conocido a usted... ¿Las rocas sedimentarias tienen sus leyes?
-
Necesariamente. Tan rigurosas como las estrellas mismas. Si no se
encontraran ciertas características
sería otro tipo de rocas. Pero no sedimentarias. Nahui Olin, la del Dr. Atl,
observaba determinadas reglas para poder ser una Nahui Olin. La Madre Teresa de
Calcuta respondía a otras.
Creía
que, con toda probabilidad, Carmen debería haberse encontrado bien en el
terreno de la filosofía, en lugar del de la psicología. A diferencia de otras
mujeres, preguntaba. Hablaba y hablaba. Pero también guardaba silencio. Y aquí
es donde era diferente de muchas mujeres. Sabía escuchar. En El Pinar Carmen
había interrumpido con frecuencia al marinero para preguntarle ¿por qué en la
guerra de España no habían hecho esto o aquello? ¿Para que la hicieron? ¿Por
qué la hicieron? ¿Por qué los del Eje actuaron de manera tan contraria a ellos.
¿O ellos, los españoles de la república, ¿por qué no instrumentaron una
política de convivencia con todas las posiciones si al final de todas maneras
buscarían hacerlo a toda costa pero cuando ya todo estaba perdido para ellos? Alejandro
Bautista Jiménez le explicaba y entonces ella escuchaba sin interrumpir.
Fue cuando le oí decir:
- ¿Por qué me invita a mí y no a una
chica diferente?
-
La invito a usted precisamente porque en mucho
no es diferente a las otras chicas. Pero también porque tiene mucho
de distinta a las demás.
-Me encuentro como Kayam
ante el acertijo. Mejor así – agregó -. Es una tarea donde hay que resolver
cómo es posible ser como las demás pero a la vez diferente.
-
O ser diferente sin apartarse de los otros.
-
Creo que lo voy conociendo más.
Se
acercó y me mordió la oreja derecha.
- ¿Participó en una
competencia de bebedores de cerveza en China?
- Bebe hasta que
los otros revientan, después cruza la calle y va a comer al restaurante de
enfrente. Pide una sabrosa comida y una garrafa de vino.
-¡Vaya noticia!
- Jamás apueste contra
un bebedor como él. Perderá.
Entonces le conté
el origen casi mítico de su disposición que tenía para beber cerveza. El mismo previene que
todo aquel que levante un vaso de vino con la intención de beberlo tendría que
saber que equivale a levantar un vaso lleno de nitroglicerina. Que debía de
contar con las circunstancias que tuvo él cuando su nacimiento. Que había
llegado al mundo bajo el signo de Ome Tochtli. Sus padres acudieron con el niño
a los sacerdotes para que cambiaran tal destino. Uno de ellos, por iniciativa
propia, no llevó a cabo el conjuro. Si no se cuenta con eso más le valdría no
levantar jamás su vaso. Pagará cara la intención si persiste en su empeño.
Conocerá de manera alternativa noches de exacerbada alegría y amaneceres de
maldita agonía. Lo inutilizarán los reumas a temprana edad. Finalmente acabará
en el manicomio.
- ¿A un escalador
se le puede llamar “el rutinario de la audacia?
- Supongo que
también a un torero, a un militar, al cirquero y al que limpia ventanas en los
altos edificios.. Así es un hombre rutinario.
El
tiempo tempestuoso prolongado ya había pasado y en la mañana volvía a salir el sol.
En las estancias prolongadas en la montaña es donde la reproducción de las
acciones humanas es de valor inapreciable. Todo alpinista que ha participado en
una expedición fuera de su país lo sabe. “El espíritu de grupo” es la garantía
de triunfo o de salvación. Algunos del grupo, y uno de ellos era Cork, habían
practicado la escalada solitaria. Eso los hacia apreciar aun más el valor de la
cotidianidad desarrollada por el grupo.
Juan Mereles: -. Por desgracia nunca falta
alguien que carezca de espíritu de equipo. Se aparta, se vuelve indolente e
irascible. Murmurador. Vive del trabajo del grupo expedicionario pero se rehúsa
a trabajar para el equipo. No ayuda a preparar la comida, no va por el agua.
Sigue murmurando. Si puede (lo que hará en cuanto vislumbre la posibilidad que
no hay peligro), abandona el grupo y regresa al valle, a la ciudad, al
aeropuerto y al país de origen.
En
el interior de nuestras tiendas, tipo iglú, encendíamos la lámpara o la vela y
por un rato leíamos cuando dejábamos la tienda - comedor y nos retirábamos a
dormir. Si la temperatura bajaba más de
quince grados encendíamos un minuto la pequeña estufa de alcohol. Eso
era suficiente para que caldeara el ambiente en tanto conciliábamos el sueño.
Las temperaturas mínimas que se han
registrado en esta montaña tienen un promedio de quince grados, pero el viento
en la pared las hacía considerablemente más frías. En un país tropical como
México eso es extraordinario.
-
Con dos zonas polares en los extremos de este planeta de forma de huevo - decía
Juan Mereles -, las otras dos zonas templadas de los Trópicos de Cáncer y
Capricornio y la zona tórrida del Ecuador, lo más normal es que los vientos
vayan y vengan. Recorran el Abanico y le
den su nombre, como si alguien, efectivamente, estuviera agitando
constantemente un abanico.
En cierta ocasión me levanté en la madrugada. No podía
conciliar el sueño. Fui a la tienda – comedor a prepararme un café. Vi luz en
la tienda grande. Era Cork que estaba sentado entre mochilas. La boina de lana
le cubría el rostro hasta los ojos. Al verme me recitó un parlamento y con ello describía lo largo que parece las
noches de los vivacs:
-Ni
las estrellas de la Osa cambian de sitio
en el cielo, ni la Luna se ha movido del sitio por donde salió, ni Orión, ni
Venus, ni las Pléyades caen sobre el horizonte. Todas las estrellas están
inmóviles, y la noche no deja paso al día y al final dijo: Plauto fue el
primero que dijo eso.
Juan
Mereles, que también estaba ahí, se afanaba en verter el agua en un recipiente.
-
Así es –dije -. ¿Me invitan una taza café? El frío está endemoniado. ¿Ya vieron
lo estrellado que está el cielo?
-
¿En Europa se toma más café que aquí?
-“Aquí”
un individuo toma el equivalente a cuatrocientos gramos de “café cultural” al
año, como promedio. En Europa quince kilos.
-
¡Romántico que está tu cielo estrellado - dijo Juan Mereles dirigiéndose a mi -.
Y entre los espacios de estrellas y estrellas viajan diminutas bolsitas de
plástico.
-
¿Qué bolsitas de plástico?- preguntó Toci que también se había levantado al
escuchar la cháchara.
-
Bolsas especiales en las que los astronautas defecan y luego las lanzan fuera
de sus naves.
-¡Espero
que, al menos, estén desparasitados!. ¡Con tanto polvo de excremento de perro,
que vuela por nuestras calles, ya tenemos suficiente para estar con amibas todo
el año!
Juan
Mereles preguntó cuándo deberemos dirigirnos a Río Frío, para subir al monte
Tlaloc, y empezar la travesía hacia el Teocuicani.
- Tres semanas después que hayamos bajado de
esta pared - dije.
- ¿Por qué?
Bajando
de este lugar debo ir a Zacatecas. Luego viajaré a Hermosillo.
-
¿Qué vas a hacer en el norte?
-
Ver lo del traslado de material tóxico que traen de Baja California. Desechos
de plomo y cadmio. Se ha hecho un gran revuelo por esto y le han entrado al
baile organizaciones políticas de todo tipo. Unos quieren el cierre definitivo
de cierta empresa. Para poner en práctica su idea han puesto a la entrada de
esta factoría más de cincuenta camiones repletos de escoria tóxica. Expedientes
van y expedientes vienen por los escritorios de veinte oficinas. Los políticos
andan muy activos. Han llamado el concurso de un Comité Técnico Internacional.
Ahora llegó yo.
-
¿Si tampoco te hacen caso?
-
Si me ponen trabas que se vayan al
infierno.
-
Pasaron las épocas en que se personalizaba a las cosas - dijo Toci -. Cuando la Tierra dejó de ser
nuestra madre todos la convertimos en un gran basurero. ¿Saben que los selenitas se quedaron con la
boca abierta debido a la sorpresa que les causó el que Cavor (el inventor de la
caborita), les contara que en la Tierra sus habitantes casi no conocemos el
interior de su planeta?
Carmen:
-. Wells.
Benito
Ramírez se baja la boina hasta taparse las orejas.
Juan
Mereles, que lo ha visto hacer ese movimiento, observa que en tanto nosotros nos
congelamos en el Abanico, en una parte de Estados Unidos veinte mil individuos
se afanan desde hace varias semanas en extinguir el fuego que hasta ahora ha
devorado miles de hectáreas de bosques.
-
Se necesitará un siglo para volver a restablecer los actuales niveles de flora
y fauna- dice Toci. Carmen agrega:
-
Algunas especies de animales se extinguirán... ¡Ya se extinguieron!
40
La
mañana que dejamos Amecameca, para internarnos hacia los bosques altos del Popocatepetl, Cork había ido al
establecimiento comercial. Lo acompañé en tanto los otros arreglaban sus
mochilas en el hotel después del desayuno. Escribió en la computadora
autorizando al coordinador del grupo irritila en la ciudad de México para que
sacara dinero de su cuenta en el banco: “...la mitad de esa cantidad es para el
grupo metropolitano. Favor de enviar el resto a Tlamatzinco”. Después en un
local, en la primera calle del mercado, envió un fax hasta Tlamatzinco, su comunidad del desierto.
De regreso al hotel
caminábamos por la banqueta, enfrente de la plaza principal de la población. Le
oí decir que Tlamatzinco es una comunidad donde todos se conocen. Sus
cualidades y sus defectos. Coinciden en sus creencias. Se sabe quiénes son.
Muchos de ellos tienen parentescos comunes, hasta hay poco apellidos, aunque
sean familiares lejanos...Luego de un silencio preguntó si valía la pena vivir
en una ciudad de veinticinco millones de habitantes en la que sólo se conocen a
no más de treinta personas. En estas no hay identidad de costumbres. En
Tlamatzinco se casa una pareja y es un acontecimiento que abarca a todos.
Porque lo que haga esa pareja puede impactar a todos. Aquí eso puede ser ajeno
hasta para los vecinos de la misma calle. Con los treinta de una comunidad hay
afinidad de muchas cosas. Con los treinta, de entre veinticinco millones, no.
Cuando se dice el bien o los males todos coinciden en las definiciones y esto
se materializa por medio de las tradiciones comunitarias. En las calles de la
ciudad ya no hay fiestas comunitarias. Solamente las del calendario oficial que
conmemora acontecimientos históricos respecto de los cuales hay un centenar de diferentes
puntos de vista. Hay afán por cubrir las necesidades materiales y no queda
tiempo para desarrollar una vida de valores esenciales. La existencia va
simplificando sus satisfactores que son comida, sexo y descanso. Un capitán de
la industria puede sentirse realizado con esto. Un obrero se pasará abrigando
sueños de llegar algún día a ser como aquel. Pero vivir en una especie de etnia
no quiere decir que se haya apartado de las corrientes exploradoras de la
sociedad. En la ciudad el orden moral religioso se hace de lado en la carrera
por el desarrollo técnico, que es el que garantiza cierta ventaja para la
adquisición de un empleo. Al final del callejón se topan con las implacables
leyes de la oferta y la demanda de cuyo manejo ellos están totalmente ajenos.
Las calles están llenas de gente que descuidó su formación cívica y que hace años no encuentra un trabajo remunerador. Dejaron
que el individualismo penetrara en sus vidas. “La vida es un deporte en equipo”
dijo una vez Sabrina en uno de sus programas de televisión de la Bruja Adolescente. Después se acaba
extraviado en el laberinto tecnológico. Tanta tecnología arroja su dosis de
angustia en el humano. Cada campo se ha desarrollado enormemente a la vez que
especializado. ¿Por dónde caminar? La sobada pregunta es si acabará la
tecnología por dominar al hombre. Pregunta ociosa. Como si todas las
tecnologías no fueran otra cosa que
medios de expresión del humano, no sus capataces. Sin embargo ahí está la
inquietud. Esta angustia golpea al que no tiene ideas claras acerca del estilo
de vida que quiere vivir. Cuando se tiene un camino, esta diversidad
tecnológica es un cúmulo de
posibilidades para realizar las ideas. ¿Víctimas del desarrollo tecnológico o
administradores de ese desarrollo para conseguir los cambios que queremos hacer
en nuestra vida y en la sociedad? Ese es el asunto. O la pregunta. Pero esto va
a depender de cada individuo. Si los avances tecnológicos se toman como
auxiliares para el bienestar de la sociedad o como fines para una especie de
exposición del ego. Resistirse a los cambios técnicos se considera una actitud
senil. Mucha gente que venía del México rural
jamás aprendió a manejar cuando llegaron los automóviles. No fueron
raros los casos en que alguien era dueño de tres automóviles pero era el chofer
o los familiares los que lo llevaban y lo traían. Era un mundo nuevo que
avasallaba a su mundo. Y él ya no se identificaba con ese cambio. Lo aceptaba
pero no formaba parte de él. Hacia los años cincuenta del siglo veinte había
quien utilizaba el ábaco en lugar de las ya populares calculadoras de palanca
de vuelta y vuelta. Después vinieron las indescifrables calculadoras eléctricas
del tamaño de una cajetilla de cerillos. Los teléfonos celulares. Cuando
llegaron las computadoras se les vio como una cosa extraña y de la cual se
podía prescindir. En la actualidad hay investigadores en el terreno de la
ciencia y académicos que se resisten a acercarse a ese misterioso tablero
enfrente de la también misteriosa pantalla. Siguen escribiendo en la
tradicional maquina mecánica. Pero dejarse arrastrar por cualquier cosa que
sale al mercado con la idea que debe ser realizada de inmediato es visto como
algo infantil. ¡Llegó la telefonía celular y de pronto muchos, por negocio o
por la urgencia que fuera, tuvieron necesidad de hablar por teléfono
inalámbrico. Estar en el sitio o en la situación en que nos encontremos, los
teléfonos se hace presente. En las salas de conciertos y en los templos
religiosos tuvieron que ser fijados letreros tales como “favor de cerrar su
celular”. Muchos chocaron por ir hablando por teléfono en tanto manejaban. La
abundancia de tecnología puede, en efecto, llevar al terreno de la angustia.
Esto en el caso que no sepa qué meta
perseguir. Ser parte del “mercado cautivo” de todo lo que se le ocurra a la
tecnología o quedarse en la obsolencia por temor a cambios.
-
Sería interesante saber si con la aparición de la telefonía celular disminuyó
la cantidad de suicidios- dijo Carmen-.Es una especie de sucedáneo contra la
soledad patológica.
En
algunas ocasiones Toci se refería a México como un lugar que difería en algunos
aspectos de su pueblecillo en la sierra. En “Mazahualandia” (solía decir en
broma) el Estatuto comunal contenía derechos y obligaciones que era preciso que
el individuo observara con puntualidad y celo. En México, en cambio, le parecía
que se ponía énfasis en los derechos y había cierta dejadez en las
obligaciones. Y hacía notar que el parricidio estatal, al menos en la modalidad
de reclamo, estaba presente en todo momento. Se aborrece la figura gubernamental
pero se protesta cuando se anuncia que se van a suprimir los subsidios...
Creo
que sientes nostalgia por tu sierra, ¿no?
-
Tienes razón. Stackpole, la periodista norteamericana, personaje de Henry
James, dijo cuando se encontraba en Inglaterra, que uno no abandona a su país
como tampoco abandona a su abuela. El uno y la otra son anteriores a la posible
elección de uno.
-
¿Y en Tlamatzinco todo es belleza y alegría, ayuda mutua y conciencia colectiva?
¿El Paraiso sin árboles?- le preguntó a Cork.
-
No. También hay quien transgrede el Estatuto Comunal. Se vuelven malhechores.
Roban a la comunidad. No trabajan como los otros. No aportan sus fuerzas de
trabajo colectivo y se desentienden de la ayuda mutua. Se hacen los enfermos
para no acudir al trabajo y exigen que la comunidad los saque a flote.
-
¿Qué sucede en ese caso?
Los
viejos lo llaman varias veces a que se reintegre al régimen comunal y a la
conciencia general.
-
¿Si no hace caso?
Un
día, a las cinco de la mañana, es llevado al lindero del pueblo. Uno de los
ancianos le dice que de ahí en adelante pertenece al mundo, pero ya no a
Tlamatzinco. Si tiene familia y ésta decide quedarse en el pueblo, serás
respetada y protegida y ayudada como al resto de la comunidad. Pero que si él
vuelve, antes que se cumplan las siguientes veinticuatro horas habrá perdido la
vida. El malhechor lo sabe, pero de todas maneras los ancianos se lo dicen. La
sola idea de ya no pertenecer a al comunidad significa lo más grave que le
pueda suceder, aparte de la muerte física. Antes se pitorreaba de cómo se
llevaban las cosas en Tlamatzinco. Pero ahora que ya no puede volver siente que
ha perdido a su madre nutricia. De todas maneras sus días están contados. Con
anticipación los ancianos de Tlamatzinco avisarán a los consejos de ancianos de
los pueblos, por donde tendrá que pasar
a partir del día que se le expulse. Difícilmente llega al último pueblo.
Por lo general los de Tlamatzinco no
tardan en recibir el siguiente comunicado: “Fulano fue encontrado muerto en tal
parte”. Si quiere evitar ese tipo de muerte, puede optar por cruzar el
desierto. Pero éste está tan lleno de peligros naturales, como víboras
venenosas, el monstruo de Gila, escorpiones, falta de agua...Era más factible
alcanzar San Francisco, escapándose de Alcatraz, que escapar a la fauna del
desierto. Muy pocos son los que han salvado la vida y llegado a un pueblo
grande donde nadie los conoce.
En la
tienda-comedor había una bolsa grande de bicarbonato para uso comunitario que
utilizábamos en la asepsia personal. También un paquete de algodón. A falta de
regadera para el baño con un poco de agua ligeramente carbonatada obteníamos la
mínima necesaria limpieza en nuestro organismo. Prevenía el desarrollo de
enfermedades y nos daba sensación de limpieza. Las tiendas individuales y el
comedor gozaban de ausencia de olores fétidos. De todas maneras los alpinistas
no son muy exigentes en ese sentido. La atención se concentra en los problemas
de la ascensión, y cómo ganarle a los dados a la dueña de la casa, y no estar
más o menos limpio. La bolsa de plástico negra donde arrojábamos los algodones,
y papeles y toallas higiénicas, al final
le prenderíamos fuego.
-Plotino-dijo
Carmen-, el filósofo neoplatónico romano- egipcio de principios del siglo
segundo de nuestra era, es fama que no
se bañaba, se habría quedado altamente sorprendido de los baños diarios de
Cork. Y también de Toci. Como todos los de sus respectivas etnias, para los que la limpieza corporal no
es sólo una necesidad si no también parte del
ritual de vida diaria, llevan consigo una botella de plástico de
alcohol. Diluido con agua para el aseo
de la mañana y el de la noche. Nosotros, mestizos habitantes de la ciudad de México, solamente lo hacíamos una vez al
día. Sólo si nos trasladábamos a poblaciones de altitudes de apenas quinientos metros sobre el mar, o casi en el
nivel del mar, se nos hacía urgente bañarnos dos veces, como ellos.
De
la misma manera haríamos con la bolsa negra de la letrina. Una de las grandes incongruencias del pueblo
mexicano estriba en que es muy limpio en lo individual pero sus calles están
cubiertas de basura. Al final la sacaríamos de la repisa para enterrar su
contenido, todo degradable, en la ladera arenosa noroeste del volcán. De no
hacerlo así, con aquellas temperaturas tan bajas, nuestro excremento en la
pared podría durar tanto tiempo que bien
se convertiría en materia de estudio para los antropólogos del futuro. ¿Qué
comían, qué enfermedades tenían, en que parte de la ciudad comieron la semana anterior?
-
No es mala idea- dijo Toci-. Así se harían estudios de qué cosas comíamos en el
siglo veintiuno. Tendrían una idea de la agricultura, la flora y la fauna..
Cifras de colesterol, ácido úrico, descalcificaciones... Sabrían por qué el
mexicano de nuestro tiempo alcanzó el primer lugar mundial en obesidad,
diabetes e hipertensión. Se preguntarían cual fue la razón de que consumiéramos
tanto refresco dulce, tanta harina, tanta sal y tanta grasa en las comidas.
-¡Basta
-dijo Benito Ramírez-no hay que exagerar.
- Una
pared tan bella de roca – dije -, nieve y hielo con esta huella humana...Muchos alpinistas son sensibles a la belleza de la
montaña que suben y le cantan en verso y en prosa. Pero cuando se retiran dejan tras de sí montones de basura.
Hasta ahora se han organizado cuarenta y
seis expediciones a los Himalayas con el único objeto de sacar basura de sus
laderas. Veinte de ellas han sido nada
más para la cañada central del Everest.
El refugio del Teyotl, en el lado norte de la Cabeza de la Iztaccíhuatl, está,
de la misma manera, rodeada de abundantes botes viejos y bolsas de plástico. Un
auténtico basurero.
De Benito Ramírez
había sido la idea de que, cada componente del grupo, llevara consigo una buena
dosis de avena, que podríamos tomar hasta en agua simple, para prevenir el temible estreñimiento que
suele hacerse presente en los alpinistas. También podrían ser jícamas y
manzanas, para ese efecto, pero estas pesan demasiado para ser llevadas a
través de la escalada. Como en las salidas prolongadas no se puede llevar todo
lo necesario para una dieta balanceada, por comodidad se carga en las mochilas
con víveres a base de carnes secas. Eso, y la poca movilidad obligada de los vivacs,
arrojan resultados dramáticos. En otras mortales. Con la avena cruda,
bebida ésta como agua de uso, se
conjuraba en parte el peligro.
-
La tarjeta postal que pusiste en el buzón de Amecameca, ¿cuánto tarda en llegar
a Tlamatzinco?
-
Dos semanas. Es decir que debe estar por llegar.
En realidad mi intención era indagar otra cosa
pero la formulé de manera indirecta. El otro me
entendió:
-
En la próxima reunión de la comunidad esa tarjeta paradigmática se pondrá,
junto con otras, enviadas por los que andamos fuera, en el centro de la
ceremonia –asamblea, cerca del fuego. Se considerará como si estuviéramos de
cuerpo presente. Los niños y las niñas se fijarán en ellas y desde ese momento
se empezará a anidar en su espíritu el anhelo de ser como nosotros. Salir al
mundo, conocerlo, estudiar. Pero, sobre todo, que vivamos donde vivamos y como
vivamos, estaremos pensando en el regreso. Tarde o temprano regresaremos. Como
dijo Toci: la tierra y las abuelas es algo querido que nos fue dado sin contar
con nuestra elección.
-
¿Y lo sientes en verdad
- Nuestro Estatuto
Comunal se escribió hace tres mil quinientos años. En ideográfica, sobre
pieles. Mucho antes que el Popol Vuh y que la Biblia. Cuando los arios todavía
andaban en la India, en el desierto ya teníamos ese documento. Tiene derechos y obligaciones. Aquí, como en el Contrato Colectivo de Trabajo de
la fábrica, no hay cómodas exquisiteces individuales. El espíritu de ese
documento es la ayuda mutua. Si me encuentro en el Ártico o en Tombuctú, en la
Iglesia o en un burdel, yo debo enviar mi solidaridad en dinero, no en
palabras. Así como hace los feligreses en la Iglesia Católica, y en la Protestante, en Europa, que rinden su
impuesto. Allá es “impuesto” no es “limosna”, como en México y en general en
América de habla española. Con el dinero a la vista sobran las palabras. El
dinero aportado es la comunicación más perfecta que se ha encontrado hasta la
fecha a través de los siglos. Lo descubrió la Iglesia católica y le siguieron
las protestantes y las extra bíblicas. Por eso Jesús le dijo al rico que quería
seguirlo: regala tu fortuna a los pobres...
no necesitaba decir más.
- ¿Si no tienes
dinero?
- Si no tengo
dinero ellos en Tlamatzinco acudirán a
mi llamada de auxilio. Saben que hay tiempos de recibir y tiempos de erogar. Si
no hay correo o manera de hacérmelo llegar, ellos enviarán a alguien y me lo
entregará personalmente. Donde sea. Si tiene que cruzar nadando el río
Aqueronte enviarán a alguien que sea capaz de cruzar el Aqueronte. Si me
encuentro del otro lado de una alta cordillera de montañas cubiertas de hielo y
nieve, enviarán a uno que sea capaz de cruzar montañas altas y nevadas.
- ¿Cómo unos
sencillos habitantes del desierto mexicano podrían llegar a Lasha?
- No enviarían a
uno de Tlamatzinco. Escribirían por computadora al que se encontrara estudiando
en el país más cercano a Lasha. Con estudios superiores y con el apoyo
económico de la comunidad, lo sacarían de cualquier situación, en sólo
veinticuatro horas, si esto fuera necesario.
- Aparte de estas
situaciones especiales, ¿ellos que te dan a cambio?
-
El derecho de pertenencia.
No es que esté comprando pertenencia. Soy de ahí. Lo que hago es refrendarla. Cualquiera
puede decir soy de Paris pero sino contribuyo de manera práctica…El dinero
sirve para dar idea de la medida de mi solidaridad. Mil palabras de solidaridad
no compran una sóla pieza de pan. En Tlamatzinco se utilizará ese dinero para mejoras del pueblo, muebles de la
escuela, del templo y de su dispensario. También de la biblioteca, sueldos de
los maestros, uniformes de niñas y niños que están estudiando. Fiestas
rituales... El grupo matriz fortalecerá el fondo para los jóvenes que decidan
venir a estudiar. Así fue como llegué yo a México. Pero pude ir a otro
país....Hay grupos irritilas-hopis-hohokams establecidos en varios lugares de México, dos
en el sur de América, tres en Estados Unidos y uno en el centro de Europa. Al
que llegues, aunque no te hayan visto nunca, luego de identificarte, será como
si llegaras a Tlamatzinco. Desde el momento que pones un pie en ese
establecimiento... sientes la fuerza de su conciencia colectiva. No importa
donde se encuentre un irritila solo, jamás estará solo. Los grupos de los
países en los que el precio de la moneda es alta, envían su ayuda al grupo de
la ciudad de México. De aquí, a su vez, se proporcionan ayuda a los grupos del
extranjero donde la moneda está más baja...Paralelo a mi tarjeta postal, les
envié mi aportación. Y algo extra para que esta navidad los niños tengan un
guajolote más para comer, y los grandes una botella más de tequila para brindar,
y gritar ¡Viva Pancho Villa, hijos de la…”
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