46
El día anterior habíamos acampado en Llano Chico. Ahí donde
las estribaciones nornoroeste de la
Iztaccíhuatl y una cumbre secundaria del cerro Chalchimilpas casi cierran la
entrada a Llano Grande. Estábamos en los
tres mil seiscientos. Nuestro organismo se encontraba tan bien adaptado a las
cotas elevadas que nos desplazábamos como si estuviéramos en la ciudad de
México. El Sol era intenso y el cielo mostraba un azul impresionante haciendo
contraste con los bosques muy verdes. Después de lo que vivimos en las semanas
anteriores aquellas condiciones
atmosféricas las apreciábamos en toda su intensidad. Cada quien tenía su tienda
y en el centro habíamos colocado la tienda comedor. Cerca de ella, se procuraba mantener viva una buena
fogata. La nieve cubría las montañas y parte de nuestro valle. Caminábamos solamente cincuenta metros para
tener nieve en abundancia y fundir y preparar los alimentos.
A petición nuestra, en tanto veíamos como se fundía la nieve
en la olla para luego preparar el café, Carmen nos platicaba de Jasper.
Considerado, junto con Heidegger, su contemporáneo, de los filósofos alemanes destacados de mediados del
siglo veinte:
- Se le tiene como uno de los inspiradores de los movimientos
existencialistas de la época. Los tirajes de sus libros rebasaban el millón de
ejemplares. Sus obras se han traducido a más de 20 idiomas. Varias Fundaciones
culturales en el planeta llevan su nombre.
Fue psiquiatra de profesión y en
ese terreno tiene un lugar reconocido. Sin embargo es incoherente en su
filosofía. Contiene hipótesis que con frecuencia se contradicen. Al leer
su obra podría uno asegurar que es un libertario y, sin embargo tiene
influencias fuertes de Plotino, el último neoplatónico pagano. En todo este
abanico, tan amplio de temas y puntos de vista de cada tema, Jasper necesita un
criterio dialéctico, pero sigue sin encontrarlo. Bajo la influencia de tan
importantes pensadores sus temas van a ser necesariamente de calidad, pero
irreconciliables.
Más tarde Cork está casi perdido leyendo un libro, tirado en
la hamaca que ha amarrado de los arboles, bajo los tiernos rayos del sol,
teniendo como fondo la Cabeza nevada de la Iztaccihuatl, en dirección al
adoratorio tolteca de El Solitario, bajo la aguja del mismo nombre. En la rama
de más allá ha puesto su sleeping bajo el sol.
-¿Qué lees-le preguntó Carmen.
-Una novela.
-¿Quién es el autor?
-Faulkner.
-¿De qué trata?
-De unos que van a emprender un viaje por barco pero no
pueden empezar porque a la maquina se le perdió un tornillo…
-¿Y?
-Al final desisten porque no encontraron el tornillo…
Permanecer una noche dentro de una tienda de campaña, es
cierto, requiere cierta voluntad y costumbre y fe en que habrá un nuevo
amanecer. Permanecer días y semanas, ni siquiera un monje tibetano lo lograría.
Aun durmiendo varios en la
tienda-comedor, el amodorramiento es el que predomina. Alguien contará algo o
dirá un chiste, pero luego vuelve el silencio. En el valle no se puede tener
idea de esta situación tan especial. Se encontraría que no es extraño que
cualquier cosa que ahí se diga ayuda. La bobería más boba llena un minuto que
de otra manera parecería una hora. Solamente una situación obligada, como estar
preso en una celda, o postrado en la cama del hospital, puede dar idea de lo
inmensurablemente lento que pasa el tiempo y con frecuencia uno se pregunta si
el tiempo se habrá detenido.
Escuchamos a Carmen que buscaba en su mini pantalla. Después
la pasaría y uno a uno iría buscando algo que comentar:
-Empiezo: La canciller alemán Ángela Merkel, examina su
teléfono celular, en una reunión con otros políticos, en Bruselas, donde se
discutirá la labor de espionaje que se
realiza en prácticamente todos los países del mundo.
Toci: Brasil pretende proteger los datos de ciudadanos y
empresas y Dilma Rousseff, su
presidenta, propone un foro mundial para reglamentar Internet ante el
espionaje.
Mario Campos: Por medio de la química orgánica científicos de
la Universidad Nacional analizaron el barro del sitio arqueológico La Joya de
San Martín Garabato, en el Municipio de Medellín de Bravo, cerca del Puerto de
Veracruz, y pudieron identificar las sustancias que hace más de mil años usaron
sus habitantes para construir sus
pirámides. Lo que les llama la atención es que durante este largo tiempo
las lluvias no destruyeron el barro.
José Méndez- Paso.
Eulalio Rivera: La economía china da señales de renovada vitalidad al alzar el
consumo al 7,8%...
Cork: En estos tiempos de penuria se pregunta medio mundo qué
podría enseñar Santayana con su escepticismo y su amable ironía. Hay penuria y
relajación precisamente porque falta Santayana. En estos tiempos en los cuales
escritores y filósofos andar trepados en el “carro de la institucionalidad”,
que se tiene más a la mano…”vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”,
dice un viejo refrán mexicano…Deberían estar ocupados en buscar la verdad.
Carmen:-Fue el pleito entre Sócrates y los sofistas. Y más
acá entre Schopenhauer y Hegel. El filósofo que cobra ya no se dedica a buscar
la verdad sino en pensar cuantos días falta para que llegue la nómina. Claro
que en tiempos de Sócrates no había que pagar el predial ni llenar el tanque
del automóvil de gasolina. De lo que dices de Santayana su nombre completo es
Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana y Borrás, más conocido como George
Santayana. Nació en Madrid el 16 de diciembre de 1863. Fue un filósofo, ensayista, poeta y novelista
hispano-estadounidense. Con ser
ciudadano español, Santayana creció y se formó en Estados Unidos. A los 48 años
dejó de enseñar en la universidad de Harvard. Escribió sus obras en inglés, y
es considerado un hombre de letras estadounidense. Está enterrado en el panteón
de Roma. A él pertenece la cita: «Aquellos que no recuerdan el pasado, están
condenados a repetirlo».
Yo: La canela ayuda a metabolizar el azúcar y asimilar los
triglicéridos y el colesterol y favorece
la correcta digestión de los alimentos…
Más tarde, durante la cena, Carmen nos contó una de misterio: Recientemente
Jack Nicholson protagonizó el film “Lobo”. Se mueve en el mundo moderno de
Estados unidos. Actuación que corresponde a este destacado artista. Todos
recordamos el montón de filmes que se han rodado y exhibido con ese tema desde
hace mucho tiempo. Algunos logrados, que se podían ver, otros, de plano
“churros” insufribles. Hasta el cine mexicano le ha entrado al tema. Pero no se trata de ninguna puntada que haya
inventado la industria cinematográfica.
Lo que quiero comentarles es que ya en
El Satiricón, de Petronio, aparece el tema del Hombre Lobo con todos los
elementos de las películas mencionadas. Sería más preciso decir que el trabajo
de Petronio ha servido de base a la industria cinematográfica. Petronio, se
recordará, fue contemporáneo de Nerón, el famoso emperador romano. Estamos
hablando, entonces, de 2 mil años. Se trata de un relato acabado. Tiene todos
los visos de cosa verdadera. Esto hace pensar que el origen de tal leyenda se
pierde en la historia. Y no sería exagerado
creer que arranca del mismo panorama paleontológico.
Cayo Petronio,
elegante poeta del estoicismo, ofrece el siguiente relato: dos amigos se
dirigen a la casa de una familia conocida. El camino los lleva a tener que
atravesar por un cementerio. Uno de ellos, se detiene un poco. Cuando el otro
voltea ve que su compañero ...formó un círculo de orina en derredor de su ropa
y al instante se convirtió en lobo. No crean que les gasto una broma, diría más
tarde; yo no diría una mentira por todo el oro del mundo...Cuando se hubo
transformado en lobo empezó a aullar y desapareció en el bosque. Más adelante
llega al lugar que ambos se dirigían, le dicen que un lobo había atacado la
noche anterior a los animales del corral de la casa, alguien lo enfrenta y el amigo apareció herido, el médico lo
atiende y el otro concluye que se trataba de la transformación que él había
presenciado...
-¿Santayana?-pregunto Mario Campos y agregó:-Me suena como a
alguien del ambiente rocanrolero.
-Nada de eso-dijo Toci-.Se trata de uno de los grandes
pensadores españoles del siglo veinte. Para ser preciso es español, nació en
Estados Unidos, se formó en las
universidades de este país y enseñó filosofía en ellas.
47
Al
día siguiente adelantamos nuestro campamento y lo instalamos arriba de Láminas.
El albergue de piedra ahora es una ruina y hemos seguido un poco rodeando la
eminencia de enfrente, hasta quedar situados en el llano, al pie de la roca Los
Yautepemes.
Por
la tarde hemos arribado al refugio Chalchoapan, en la vertiente oeste de la
Iztaccíhuatl, cerca de los cuatro mil
seiscientos metros. La marcha de aproximación, nuestro bagaje y el fuerte desnivel que hemos superado, nos ha dejado cansados. Nuestra buena
condición permite que nos repongamos en poco tiempo pero sentimos la necesidad
de comer algo bueno y abundante. Aquello nos parece afortunado y es señal de
que las cosas están bien. En estas alturas por lo general no resulta muy
atractiva la idea de comer. Pero ya la tropilla se ha movilizado y saca los
víveres de sus mochilas. Otros van por nieve.
Carmen y Cork encienden las pequeñas estufas. Entre tanto Benito Ramírez
y Eulalio Rivera amarran plásticos en algunos sitios del refugio que han sido
destruidos
Benito
Ramírez abandonó el refugio a las cinco de la mañana. Era de noche y puso
atención en la maniobra de cerrar con cuidado el pasador de la puerta. El frío
nos envolvió. Tal vez unos veinte grados bajo cero. Los primeros pasos en el
exterior fueron sobre la nieve de la pequeña rampa que deposita ya directamente
entre el dédalo de bloques erráticos de roca.
El
campamento estaba en el lindero del bosque, hacia los 4 mil metros, pero la tarde
del día anterior habíamos subido al refugio de Chalchoapan, para quedar
situados en el principio de la ladera nevada y no consumir tiempo en la marcha
de aproximación.
Tardé
media hora en alcanzar a Cork y a Mario Campos. Daban vuelta tratando de evitar
una línea oscurecida entre la nieve que era una somera línea negra producida
por rocas caídas desde la pared. Del
radio receptor de bolsillo salía la vieja melodía “Luna de Papel”, de
Ernesto Riestra. En esta hora todo se encontraba perfectamente soldado por el
hielo pero era mejor tomar sus precauciones. No era noche de luna pero no fue
necesario aluzarnos con las lámparas de mano porque la luz de las estrellas, y la
blanca superficie de la nieve, nos permitían ver los detalles del flanco
helado.
Brillaba
un conjunto impresionante de estrellas en un cielo oscuro y limpio de nubes.
El espectáculo maravilloso
entraba por los ojos para quedar grabado en el alma de los montañistas.
Pero a la vez dejaba la impresión de un frío que se metía hasta los mismos
huesos no obstante su excelente ropa de plumas.
Caminar en la alta montaña requiere toda una
coordinación de movimientos alternados con descansos que se vuelven más
frecuentes de lo que alguien se imaginara. Sobre todo la respiración agitada
produce el efecto de llevar en el pecho una fragua que debe convertir el aire
helado de la respiración en algo que los pulmones tienen que aprovechar
manifiestamente caliente sobre aquella helada montaña.
Las tormentas de los días que acababa de pasar
habían dejado todo ese flanco cubierto por completo de nieve hasta abajo, aun
en los bosques de los 3 mil metros.
-
Seguramente el estanque de Nexcoalango estará también lleno de nieve - dijo
Eulalio Rivera.
-
Ya normalmente su agua se congela casi todas las noches del año - apuntó Salvador
Alonso Medina, que en ese momento caminaba por delante de la primera cordada.
Aunque la pendiente se elevaba desde el
principio, aun no era preciso tallar escalones y avanzábamos con facilidad y
sin crampones.
-
Habrá que marcar la huella para facilitarles la tarea a los otros que en un
rato más abandonarán también el refugio y nos seguirán – José Méndez.
La
ascensión a los Corredores Oeste del Pecho de la Iztaccíhuatl había sido
trazada por primera vez por Ubaldo Martínez, Jorge Rivera y Felipe Sosa, tres
escaladores de México - Tenochtitlán, veinte años antes. Es la misma ruta a la
que posteriormente se le llamaría “Rampa de Oñate”. Fue intentada durante un
lustro por los alpinistas de todo el país y siempre de manera infructuosa.
Todos fueron rechazados cuando se
encontraban al pie de la primera pared. Entonces era cuando de lo alto
empezaba a caer una fina lluvia de nieve que, desprendiéndose de la cima misma,
recorría todo ese flanco nevado y les caía encima. Así, aun antes de vérselas con
los problemas propiamente de la roca y el hielo,debían dar media vuelta y
empezar a descender.
Toda
la historia de intentos, comentada más tarde en los cafés y cervecerías de
México - Tenochtitlán, en los que acostumbraban reunirse los alpinistas, dieron
una pista valiosa a la cordada de Ubaldo Martínez. Considerada la orientación
de la montaña, la helada Rampa de Oñate que da hacia el oeste, por lo que en
las primeras horas de la mañana permanece en la sombra. La nieve de su
superficie se mantiene entonces con la dureza ideal para poder avanzar sobre
ella en la seguridad que las puntas de los crampones encontrarán sólidos
apoyos. Pero que esto mismo, unas horas más tarde, cuando el sol empieza a
bañar el blanquísimo flanco, reblandece la nieve y comienza su caída. Si para
entonces los hombres han superado los primeros dos tercios de la ascensión,
todo irá perfectamente. De otra manera estarán situados en medio de una trampa
de sol y de nieve. Para ganarle la partida al sol deberían salir a las cinco de
la mañana, de mediados del mes de aquel diciembre de 1957, en que tuvo lugar la
primera al flanco oeste.
En
principio esa fue la clave de su éxito. Resuelto ese primer obstáculo de
estrategia, pudieron disponer de un buen margen de tiempo para enfrentar los
problemas propiamente de la montaña.
La empresa fue un sonado éxito entre los
montañistas de los valles de México y de Puebla. Hasta una estación radiofónica
de la hermosa ciudad de Orizaba, situada en medio del talud este del Altiplano,
dedicó una serie de programas en el que se desglosaban los detalles de esta
conquista.
Sin
embargo la experiencia de Ubaldo Martínez, Felipe Sosa y Jorge Rivera, no fue
de pronto aprovechada y los alpinistas seguían siendo rechazados. Solamente
hasta que esta cordada volvió a ascenderla, en dos ocasiones más, empezaron a
conseguirla algunos grupos de México. Finalmente el reto que presentaba esta
ruta acabó por atraer la atención del montañismo. Empero, si pudiéramos
personalizar una ascensión, diríamos que la Rampa de Oñate se tomó su desquite.
Con el tiempo volvió a cerrar toda posibilidad de ascensión.
Esto sucedió a partir de aquella tragedia en
que seis montañistas se precipitaron en caída mortal en algún lugar de la
subida, al principio del invierno de 1975. Guiaba Juan José Oñate, experimentado alpinista.Nadie supo en cuál lugar exactamente
había tenido lugar la tragedia ni qué fue lo que la ocasionó. Avanzaban en dos
cordadas compuestas de tres elementos cada una. Así encontrarían los cadáveres más tarde las
partidas de rescate, amontonados al pie de la pared. Habían partido, como todos
los grupos, del refugio de Chalchoapan. Seguramente su idea era ganar la cumbre
más elevada de la montaña, que es el Pecho,
y descender por la línea de refugios del lado sur: “Luis Méndez”, “Esperanza
López Mateos”,” República de Chile” y finalmente llegar al paraje de La Joya.
En
Chalchoapan no había alguien esperando su regreso por lo que no ha quedado
testimonio de cómo pudo haberse originado
el accidente. La versión más aceptada que cundió entonces, en el mundo
alpino de las ciudades mexicanas de importancia alpina, es que la cordada que
avanzaba más arriba, por alguna causa desconocida, se vino abajo y en la caída
haya arrastrado a la otra que avanzaba siguiendo sus pisadas en la nieve. Luego
de caer, tal vez cuatrocientos metros, los seis alpinistas quedaron muertos
entre los grandes bloques de roca de desprendimiento que hay en la base. En
esta ocasión habían perdido la vida tres amigos nuestros que eran precisamente Juan José
Oñate, de cuarenta y siete años (por quien ese flanco lleva su nombre Rampa de Oñate), su hijo Juan José Oñate, de dieciséis años y
Senen Martínez, de cincuenta años.
Exactamente
un año después, el 2 de noviembre, otros dos escaladores de la ciudad de México, también como los anteriores, abordaron esta ruta pero ahora con la idea
central de colocar una cruz conmemorativa en el lugar donde supuestamente había
ocurrido el accidente.
Sus nombres, muy conocidos entre los guías de mucha experiencia, Juan Medina y Miguel Ángel Chacón Gutiérrez.
Sus nombres, muy conocidos entre los guías de mucha experiencia, Juan Medina y Miguel Ángel Chacón Gutiérrez.
Corrieron
la misma suerte. Se precipitaron y acabaron muertos entre las mismas piedras de
la base en la que habían quedado el año anterior sus compañeros. Tampoco en
esta ocasión se supo qué fue lo que había ocasionado la tragedia.
Lo
cierto es que en los siguientes tres años a las tragedias, la Rampa
de Oñate había sido objeto de cinco intentos por alpinistas procedentes de la
Ciudad de México, Puebla, Hidalgo y Nuevo León. Pero por una razón o por otra
todos habían tenido que dar media vuelta y retirarse definitivamente. Después
ha quedado desierta esa ascensión en los últimos años. En los círculos alpinos
de México fue desgastándose el tema hasta que finalmente dejó de mencionársele.
Y
esa fue, a iniciativa de Cork, la idea de esta ascensión. Abrirla de nuevo al
alpinismo. Nos dábamos cuenta que el obstáculo que la hacía inalcanzable era de
orden subjetivo. Es precisamente el aspecto que más dificultades presenta
cualquier montaña virgen o bien toda posible ruta virgen. El reto técnico
siempre se enfrenta con interés y entusiasmo hasta que acaba por ser superado.
Sin embargo lo subjetivo es una verdadera muralla frente a la cual pocos tienen
la presencia de ánimo necesaria para abordarla. Y de manera particular esa
dificultad se deja sentir en una ruta que se ha vuelto a cerrar a los
alpinistas por las sombras de las tragedias.
Es
la mañana del 2 de noviembre. A Cork se le ha metido en la cabeza que, para que
el conjuro trabaje en toda su plenitud, tiene que ser intentado precisamente en
la fecha fatídica.
También
vamos seis individuos distribuidos en dos cordadas de tres elementos cada una.
El prefiere las cordadas cortas, de no más de dos elementos, pero ahora tiene
que ser así. ¿Por qué empeñarse en repetir el esquema con tanta exactitud?, le
habíamos dicho. Bastaba, para el efecto de romper el hechizo, que una cordada
de dos emprendieran la ascensión. Su rapidez en las maniobras de escalada para
ganar el Corredor Superior y el trabajo de talla de escalones en la nieve, en
los tramos que lo requiriera el terreno, aumentaría posibilidades de éxito a la
empresa. Más tarde el resto del equipo se reuniría con la cordada en La Joya.
Sin
embargo, la verdad era que cualquier argumento que él esgrimiera, terminaría
por convencernos dado que todos habíamos acabado sintiendo el reto de la
difícil reconquista, de aquel flanco de los Corredores Occidentales, rematados
por su magnífica Rampa de Oñate.
-
Y aquí vamos - dijo Carmen -, movidos por invisibles hilos, como en el teatro
de Sófocles.
-
Noto con alegría que has dicho “teatro”, en lugar de “tragedia”- observó José
Méndez.
- Sí. Para no complicarse la vida.
Para
cuando llegamos al pie de la pequeña pared de roca, en el lado norte del
Corredor Superior, ahora completamente recubierto de hielo, ya los de la otra
cordada han abandonado el refugio de Chalchoapan. Sirviéndose de la huella que
hemos dejado trazada en la nieve, avanzan con celeridad por la fuerte pendiente
bajo nuestras botas.
Cork estuvo entregado a la tarea de tallar
escalones en la nieve durante media hora... Estaba demasiado endurecida y
pronto apareció el hielo. Luego de hacer varias oquedades, y una vez que se
hubo encaramado unos cinco metros, colocó una clavija en un tramo de roca que
había quedado al descubierto entre el hielo. Un hielo negro, quebradizo, como
vidrio de botella. Más abajo yo lo aseguraba con la cuerda pasada por los
hombros previniendo una contingencia. Sabía que no se soltaría por nada de
aquella helada pendiente y fue precisamente cuando tuve esta certeza, que
dediqué la máxima atención al sistema de seguro y a mi propia situación. Entre
tanto el otro había logrado introducir de manera satisfactoria una clavija para hielo.
El
hielo de las montañas de México no es, desde luego, el delicioso turrón de
hielo de las montañas europeas que permite hacer maravillas en la ascensión. En
estas montañas del paralelo diecinueve la nieve en su proceso de compactación
ha expulsado tantas burbujas de aire que finalmente ha adquirido la
consistencia del vidrio. Cualquier golpe le hace estallar en cien pedazos por
lo que lograr escalones en él es una tarea agotadora y casi inútil. Tampoco
cualquier tipo de clavo para hielo podría servir con eficacia. Pero conocedores
de esta circunstancia, habíamos puesto cuidado de llevar clavijas de cuerda, como si fuera una pija, o
tornillo.
Para
entonces los de la otra cordada, nos habían alcanzado. Esperaban a que el otro
terminara su trabajo en el hielo.
Finalmente
escucharon cuando dijo “¡cuerda!” y se fue elevando primero en dirección
vertical y en seguida dobló hacia la derecha. La cuerda suspendió por un
momento su movimiento. Era señal que otra dificultad había aparecido pero
que ya no podíamos ver desde el lugar en
el que nos encontrábamos.
Efectivamente,
una acumulación considerable de nieve, demasiado endurecida, impedía el acceso
a la repisa. Pero Cork había ganado para entonces la altura dominante del lugar
y se encontraba en una posición de cierta seguridad. Desde ahí podía emprender la tarea de despejar,
sirviéndose de su piolet, toda aquel obstáculo. Podía desalojarla o bien optar
por tallar escalones y bordearla. Se decidió por este recurso. Cuando se encontró
por fin del otro lado, vio ante sí el Corredor Superior casi en toda su
extensión, que serían cerca de doscientos metros, lleno de hielo, pero su
inclinación hacia afuera no era muy comprometida. Consideró que todos se
encontrarían seguros en el lugar. Introdujo una clavija plana en la roca. Luego
de asegurarse y pasar la cuerda por su hombro izquierdo y sujetar con la mano
derecha la cuerda que se perdía en el vacío de la noche, gritó: “¡El que sigue”.
En estas condiciones prefería ese modo de asegurar que desde la cintura. En
último caso parar la caída de dos, de nuestras cordada, era más seguro que sólo
de la cintura.
José Méndez llegó hasta él, desarrollando unos
movimientos insospechadamente ágiles. Se recorrió más a la derecha y pudo por
fin frotarse las manos que, pese a los guantes de plumas, se le habían enfriado
hasta el grado de no sentirlas. Se quitó los mitones y empezó la tarea de
masaje vigoroso de una mano contra la otra. En el momento que tuvo necesidad de
agarrar uno de los mosquetones que pendían de su cordeleta del material, se le
quedó pegado a los dedos, debido a la baja temperatura de la que todo el lugar
se encontraba envuelto. Fue hasta un rato después que un dolor intenso empezó a aparecer en sus dedos
que, aunque no podía verlo, un color rojizo empezó de nuevo a parecer en las
manos.
Por
turnos, cada uno del grupo, conforme iban arribando a ese elevado y desolado
nicho de nieve y hielo, debían de dedicarse a la tarea de sensibilizar sus manos imprimiendo enérgicos
movimientos de frotación.
-
Sólo el hombre intenta traspasar los límites que le impuso la naturaleza- dijo
Toci cuando pidió a Cork restablecer el
color rojo de sus manos a base de frotarselas enérgicamente.
Carmen,
aunque helada en la pequeña plataforma que había tallado en el hielo para sentarse, acertó a decir:
Tenía
razón Erasmo de Rotterdam cuando se
pregunta a ¿quién se le ocurre escalar una pared de roca y nieve?
-
¿De veras lo dijo?
-
Si.
-
A los alpinistas- dijo Benito Ramírez que seguía frotándose las manos-. Antes
se pensaba que el conflicto nos hace madurar.
Hacer
aquella maniobra los tres de la segunda cordada les llevó un buen rato. En
tanto los rasgos de las montañas de los planos lejanos habían ido brotando de
la oscuridad y los bosques empezaban a dejar ver los detalles de su
configuración.
Mientras
esperaba que los otros ejecutaran las maniobras que iban dando acceso a los
escaladores al Corredor Superior, Cork
comentó que, haciendo un buen trabajo de “barrido” de nieve y hielo, en un
área suficiente, podría levantar su tienda de campaña e instalarse ahí por
varios días, en plan de vacaciones. ¿Por qué
pensar nada más en los lugares del turismo tradicional para vacacionar? Después bajaría las cosas por cuerda y él
descendería en rappel para finalmente
ganar el bosque camino del valle. En caso de alud, la pared de roca estaba de
tal modo cortada a tajo que tanto el soplo de la nieve fina granulosa,
constante de la tarde, en plena caída, como las masas de nieve de los aludes,
pasarían volando sobre su cabeza sin peligro serio más allá de una buena
rociada de finos cristales de hielo. Y en cuanto prevenir la nieve que solía
caer por la tarde procedente del enorme flanco de la Rampa de Oñate, sería suficiente
con la protección del doble techo de la tienda. El agua para beber no sería
problema pues dispondría de nieve en abundancia en ese corredor para fundir y
preparar la comida y el café.
-No
te atrevas a “veranear” aquí si mí, te lo advierto-dijo Toci en plan verdaderamente
amenazador.
Tenía
años Cork pasándose esa clase de “vacaciones”. Solo o con algunos compañeros de
cordada en “El balcón de Zaratustra”, como se le llamaba a la repisa de la
pared norte de la norte Rosendo de la Peña: tres metros por uno y medio y a más de cien de la
base. También en el corredor cimero norte de la Pezuña, ambas en el Circo del
Crestón, del macizo de las Monjas, arriba de Chico, Hidalgo.
Su lugar preferido para “vacacionar” era la
gran repisa llena de nieve y hielo del sector occidental de la norte del
Abanico, cerca de los 5 mil metros de altitud, en el Popocatepetl, en el que
acabábamos de pasar tres semanas. Pero ahí mismo habían vivaqueado él y Toci varios días el invierno anterior. Fue cuando
tuvo la idea de volver con un equipo de seis y reconquistar el flanco occidental
de la Iztaccihuatl.
Continuamos
el avance en la dirección que nos indicaba el alargado corredor, que era hacia
el sur. Franqueamos una enorme roca, que
apenas nos dejaba un escaso metro lleno de nieve, con pendiente comprometedora,
en la que Cork se vio precisado a tallar grandes escalones para facilitar el
avance. Después nosotros pasaríamos por
el lugar hasta desembocar en unos feos
rebordes. Eran algo incómodos de roca recubierta con una delgada pero peligrosa
capa de hielo. Sin embargo la pendiente se suavizaba. No muy lejos de ahí
empezaban los grandes mantos de nieve por los que, esperábamos, podríamos
avanzar con más comodidad. En este lugar fue cuando lo escuché decir:
- Aquí empieza propiamente el enigma…- suspiró
-. Pero la belleza de lo que sigue no me engaña - se quitó la chamarra de
plumas para tener más libertad en los movimientos con el piolet, la guardó en
la mochila de ataque y, dejándose su suéter negro, agregó:- Hay que cerrar los
oídos al canto de las sirenas de la facilidad y la hermosura de la
montaña… En adelante habrá que poner
toda la atención, sino…
- Tendrías que olvidarte del Desierto Navajo -
agregué.
-
¡Fuera sentimentalismos...!- dijo y levantando su martillo - piolet se metió
decidido reabriendo la huella entre el misterio de la nieve de la bella Mujer Blanca.
Una
extensa llanura casi vertical se elevaba por encima de nuestras cabezas,
blanca, fría, desnuda. Por un momento no pude evitar el pensamiento que por
aquel mismo lugar, exactamente en el que nos encontrábamos parados, habían
pasado volando, en caída mortal, los cuerpos de ocho alpinistas. Estos pensamientos
no se pueden evitar en montaña, pero tampoco es conveniente retenerlos más allá
de un segundo.
-¡Vamos!-
apuró Eulalio Rivera que se nos había reunido. A su vez éste aseguró la cuerda
de Benito Ramírez que tampoco tardó en llegar al lomo rocoso, un tanto
incómodo, recubierto de nieve y hielo. En algunos lugares las puntas de los
crampones mordían poco y Cork debió desplazarse un largo de cuerda más allá, en
sentido transversal ascendente hacia la derecha, para ofrecer un seguro eficaz.
No esperamos a que los otros aparecieran y abordamos con decisión la Rampa
tallando escalones. Más adelante la nieve permitió un avance más rápido y seguro. Cuando los
tres, de la otra cordada llegaron, ya habíamos ganado unos cincuenta metros.
Hasta
ahí no veíamos que algo especial estuviera esperándonos. Nada de grietas ni
algún problema de roca que nos impidiera la vista hasta la cima, la cual dejaba
ver una ante cima debido a la curva que muy en alto efectuaba la pendiente. La
otra cordada también se desplazaba con normalidad. Un exceso de precaución nos
obligaba a subir en fila india. Sin embargo las condiciones del piso eran tan
buenas que los de abajo siguieron exactamente nuestras pisadas. Así debieron ir
evolucionando las cordadas cuando el accidente de Juan José Oñate.
Para
entonces el sol había tenido tiempo para desplazarse y los bosques que quedaban
situados debajo de nuestras botas habían recuperado todos sus detalles. La
sombra de la Iztaccíhuatl, que en el amanecer es proyectada hasta el otro lado
de la cordillera oeste del Valle de México, se había retraído con celeridad
hacia nosotros. Y en nuestra misma Rampa empezaban a aparecer los primeros
reflejos que daban un tinte dorado a la frialdad del flanco oeste.
Fue
cuando todos habíamos recorrido la mitad de la ascensión, que empezamos a ver
mil partículas que pasaban a enorme velocidad. Después de golpearnos todo el
cuerpo seguían su camino y se perdían en el vacío de donde acabábamos de
emerger. De pronto todo aquel flanco se volvió impreciso, como fuera de
enfoque, como si se estuviera moviendo.
¿Qué
haríamos si nos encontráramos ante la situación que todo aquello se viniera
abajo?, ¿qué las grandes planchas de nieve se removieran arrastrándonos hacia
el abismo como simples granos de tierra, nos habíamos cuestionado con
frecuencia tratando de descubrir la causa de las tragedias anteriores. La
primera consideración era que la temporada no permitía que aquella masa de
nieve se desprendiera llevándose hacia el fondo
lo que en ella se encontrara. La consistencia era de tal índole que la
nieve, bastante endurecida, se adhería muy bien al hielo de más abajo. Pero
eran dos cosas las que nosotros podíamos intentar. Una tratar de ganar el accidente rocoso que por
un buen tramo sube paralelo a la dirección que
llevábamos. Una vez ahí hundir
clavos y de seguro que nada podría arrancarnos de aquel flanco. Sin
embargo este recurso estaba por descartarse debido que habíamos subido tanto
que ya casi lo dejábamos por debajo.
El
otro recurso del que podíamos echar mano, en la emergencia, era desplazarnos en
línea horizontal y en lo sucesivo avanzáramos en “V”. De tal manera que cuando
los dos extremos estuvieran arriba, colocaran cada uno su clavo para hielo y de
esa manera, entre los dos, aseguraran el avance del tercero. Luego éste
avanzaría hasta invertir la “V” y convertirla en una especie de “A”, para en
seguida él asegurar mediante otra clavija para hielo, el ascenso de uno de los
extremos. En tanto el extremo opuesto, inferior, sin moverse, también
aseguraría al que en ese momento se encontrara subiendo. Con esta solución, dos
aseguraban siempre a uno. Tal manera de subir nos llevaría mucho tiempo
pero…Llegaríamos. La seguridad estaría garantizada casi por completo. El micro
radio de Mario Campos Borges reproducía las notas del danzón “A las alturas del
Simpson” .No había viento más allá de una suave corriente que llegaba del lado
poblano y lo escuchábamos con nitidez.
El
hielo fino seguía barriendo la amplia superficie. Observamos que los de abajo
se desplazaban en línea recta horizontal y, efectivamente, empezaban a subir en
“V”. También nosotros lo hicimos, sin embargo no fue necesario echar mano del
recurso de las clavijas pues la nieve seguía manteniéndose en magníficas
condiciones para un avance seguro y rápido, tan rápido como nuestros crampones
y nuestros pulmones lo permitían.
Nos
faltaban dos largos de cuerda para la cumbre cuando el sol nos iluminó de
lleno. Era la hora en que todo aquello podría volverse inseguro. Pero ya para
entonces nuestras dos cordadas se encontraban tan arriba que la pendiente hacia
rato que había empezado a perder verticalidad. Volvimos a avanzar en fila india
y continuamos subiendo sin contratiempos.
A
las diez de la mañana con treinta minutos habíamos alcanzado el Pecho, que es
la parte más elevada de la montaña, algo así como doscientos metros arriba de
los cinco mil.
El
Valle de Puebla dejaba ver su panorama conformado por las altas cumbres de la
Matlalcueye.
Todo
estaba radiante. En el cielo se desplazaban perezosas nubes blancas
algodonosas. Al sur el Popocatepetl y menos de cien kilómetros hacia el este,
el Citlaltepetl brillaba a la distancia, todo cubierto de nieve, como un
auténtico diamante entre el cielo azul
profundo. Cork nunca le decía “Pico de Orizaba” y ni siquiera “Citaltepetl”.
Gustaba de llamarlo por su nombre original que es “Poyahutecatl”.
-
¡Está bien- dijo cuando los de las dos
cordadas estuvimos reunidos.
Y
eso fue todo. Sacamos de las mochilas de
ataque algo para beber. Algunos llevaban te endulzado, otros limonada. Toci y
Cork vino tinto. Decían que sus flavonoides protegían a los bronquios, buenos
para la digestión, la circulación sanguínea y…
Cork
además acostumbraba llevar un litro de agua en la que había vertido, desde el
principio de la ascensión, leche en polvo con una porción de miel. El
movimiento de la subida se encargaba de licuarlo satisfactoriamente. Era la
única ocasión en que consumía algo dulce.
Su gente de Tlamatzinco lo acostumbró desde
niño a comer los alimentos sin azúcar ni sal. Para que no se le olvidara, se le
decía que su consumo es una costumbre degenerada de la gente que habita las ciudades. Que su uso ayuda a que aparezcan enfermedades y
su abuso acaba por destruir a quien tan de manera irresponsable los busca.
Pero en las grandes marchas, no obstante, durante
días en la media montaña, que en México se le llama así a las travesías entre
los 3 mil y los 4 mil metros de altitud, su bebida favorita era agua en la que
previamente había mezclado leche con miel
Mario
Campos Borges señaló hacia una ligera depresión que se encontraba a unos
cincuenta metros de nosotros.
-
En ese lugar dos amigos míos, Francisco Vázquez F. y Efrén Hernández A.
permanecieron treinta días y sus noches, en abril de 1988. Toda una marca entre
la nieve arriba de los 5 mil metros sobre el mar. En otros países ese hecho de seguro hubiera llenado volúmenes
de observaciones médica y psiquiátrica
que serían tesoros para el alpinismo y en general para la conducta humana.
Aquí, empero, ni siquiera los nombres de estos alpinistas se conocen.
Fuimos
abandonando la cumbre, entre pendientes verticales nevadas, marchando en fila india en dirección al sur.
En
la somera depresión de la superficie nevada, que se localiza un poco antes de la cabecera del glaciar Ayoloco,
todavía arriba en los cinco mil, hicimos nuestras necesidades fisiológicas. Con
la tensión de la subida el proceso intestinal había quedado como en suspenso,
fenómeno muy conocido por los escaladores. Pero ahora todo apuntaba a
movilizarse.
Para
Toci aquello era rutina. La que se desconcertó al principio fue Carmen. Pero al
ver que nos bajábamos los pantalones, con la actitud de ángeles
asexuados, y la indiferencia de los sordos a todo ruido, también se bajó los
pantalones.
Más adelante dejamos la senda bien trazada en
el hielo, por las cordadas procedentes del
Pecho, que se dirigen descendiendo hacia La Joya, que hasta entonces
habíamos seguido. Abriéndonos paso entre una pendiente de nieve, un tanto
blanda, empezamos a bajar por el lado norte del glaciar de Ayoloco, evitando
las partes centrales de las grietas. En dos ocasiones Toci nos señaló grietas
amplias muy a doc para vivaquearen
ellas. Casi era rutina para ella. “Levantas tu tienda-dijo- y estas a salvo de
las corrientes de viento. Si cae un alud estarás en la orilla y casi fuera de
todo peligro serio”.
Las condiciones del terreno permitían un
avance rápido. Pocas horas más tarde los
seis nos quitábamos los crampones entre los bloques erráticos de la morrena.
Evitamos el refugio Ayoloco que quedaba un poco al sur. Luego de descansar un
rato emprendimos la marcha hacia el
norte, a través de aquella ladera desnuda e inestable, en dirección del refugio
de Chalchoapan. Después bajamos hacia el
lindero del bosque, en los cuatro mil, donde teníamos las tiendas de nuestro
campamento, al abrigo confortable del bosque alto.
48
Al día siguiente nuestros amigos descendieron
al valle. Habían agotado su tiempo desde varios días atrás. Ya sólo esperaban tomar
parte en la ascensión al Corredor Occidental Superior para decirnos adiós.
Solamente quedamos Carmen, Cork y yo. Toci debía volar en dos días para Mendoza, en la Cordillera Central de los Andes.
Por
la mañana los vimos internarse en el bosque en la rápida pendiente todavía
nevada, de los cuatro mil.
Una mañana azul, con bosques verdes intensos y
nubes ralas algodonosas flotando lentamente en el fondo de los valles, dejamos
a Cork en el refugio Ayoloco, al que habíamos
llegado tres días antes, y bajamos
hacia Amecameca a comprar víveres.
Terreno escabroso de descenso rápido
en las primeras dos horas, a lo largo de la cabecera común de las
cañadas Alcalican y Milpulco.
En los días siguientes él se movería hacia el
sur caminando en dirección al Popocatepetl. Al final nos esperaría en el
albergue de Tlamacazcalco. La caminata
que tenía que efectuar era en los cuatro mil después de salvar la zona
accidentada del sector suroeste de la Iztaccíhuatl, con profundas cañadas
llenas de nieve fresca.
Carmen
y yo llegaríamos este día hacia el anochecer al pueblo. Dormiríamos ahí y, al
día siguiente, ya descansados, iríamos de compras. Por la mañana del tercer día
nos procuraríamos un transporte y en dos horas alcanzaríamos también
Tlamacazcalco. Cork lo decidió así. Pensó que Carmen necesitaba recuperar
fuerzas. Hasta entonces el método de aclimatación a la altura y a las bajas
temperaturas, seguido por el grupo, había
dado buenos resultados. No obstante, el sólo permanecer en esa altura puede
resultar agotador para alguien que no está acostumbrado al mundo alpino.
Después de todo ella no pertenecía a la
montaña y era tiempo que tuviera un buen descanso dentro de las comodidades
que ofrecen las poblaciones del valle. Desde luego yo estuve de acuerdo. Me
entregó un arma de fuego.
- En estas montañas no hay seguridad en los
tiempos que corren. Ha habido hechos violentos que han quedado impunes. Los
pueblos serranos en derredor de la Iztaccihuatl se han llenado de inseguridad
en lo que respecta a los alpinistas. Eso ha alentado a los maleantes a seguir
sus fechorías. Sobre todo si vas
acompañado con una mujer… como Carmen... Por fortuna los escaladores siempre podrán
evitar ser sorprendidos en tanto duermen. Les basta escoger, como sus ancestros
de hace un millón de años hacían para
evitar a los depredadores, pernoctar en las partes altas. Al caer la tarde
buscarán con tiempo un lugar para su tienda de vivac a diez metros apenas de
escalada del piso. En esta época oscurece a las seis de la tarde. Si para las
cinco aun se encuentran lejos de Amecameca, busca la repisa de una roca a
varios metros del piso para pasar en ella la noche. Llevas una cuerda de
treinta metros de longitud. Con eso será suficiente. En todo caso no dudes de
rociar el bosque nocturno de plomo…
Pero nada de eso sucedió. Casi todo el día
lo pasamos bajando por cañadas, cruzando riachuelos y atravesando los bosques
de diferentes alturas. Cuando el silencio llenaba nuestra marcha descendente
era señal que el cansancio de la caminata y el peso de la mochila empezaba a
hacer estragos en nuestro organismo.
- ¿Quién le dio ese poder a Abraham para
detener o provocar la tormenta- preguntó Carmen.
- Los “ancianos” encargados de la
tradición.
- ¿Y, a ellos?
- No sé. Eso se pierde en el tiempo. Pero
entre los graniceros es como con los sacerdotes. Nadie lo es hasta que otros
sacerdotes le imponen las manos. Igual sucede en la Academia. Nadie es
ingeniero, maestro o doctor, hasta que los “ancianos” de la Academia les
imponen las manos mediante el examen profesional. El individuo podrá ser el más
sabio de la galaxia, pero mientras no le den luz verde, no será ingeniero
oficialmente.
Del
refugio de Ayoloco a Amecameca son veinte kilómetros con un desnivel de dos mil
metros. Los más duros andarines acaban por resentir semejante esfuerzo.
Era
el último valle antes de llegar a Amecameca. El mundo era verde y por el
centro corría, en el fondo de ligero declive, una excesiva humedad que se había
convertido en terreno fangoso guardado por los altos pastizales de arriba de
los cuatro mil. Pero cincuenta metros más allá, al llegar al lomo rocoso que
era necesario cruzar dado que constituía parte del sendero, el panorama era
desolador. Un enorme incendio había quemado el bosque al pie de ese dédalo de
cumbres y aun las paredes rocosas estaban ennegrecidas por el tizne de las
llamas que apenas hacía un mes acababa de extinguirse. Se veían sin dificultad
las laderas de la irregular topografía. En otras circunstancias estas no se descubrían debido al follaje tan
espeso por la humedad de las diversas hondonadas.
Llevábamos a la sazón varias semanas de
vivir en las montañas. La naturaleza del bosque se nos había metido en el alma.
Pero también añorábamos la vida del valle.
Al atardecer llegamos a Amecameca. Cruzamos
frente a la pulquería “Los amores de Peleo y Tetis” al alcanzar las primeras calles de la población.
- En Amecameca todavía hay pulquerías- dijo
Carmen a pesar del gran cansancio que
desde hacía un buen rato habíamos empezado a experimentar.
Esa
noche, ya instalados cómodamente en nuestro hotel y aun con los estragos de tan
prolongado descenso, asistimos, a través de los grandes ventanales de nuestra
habitación que daban hacia el oriente, en dirección de los volcanes nevados que
acabábamos de dejar, al espectáculo de la nieve que había regresado y cubría
los mismos aleros de las casas hasta el mercado.
La manera en que nos pusimos de acuerdo en
vivir juntos, de ahí en adelante, Carmen y yo, a reserva de formalizar todo,
fue mediante una pregunta que le hice:
- Dentro de algún tiempo, en cuanto ponga
en orden mis cosas en la compañía en la
que trabajo, emprenderé un viaje de vacaciones en tren. Cork me influyó en su
estilo de viajar de esa manera. Será de
Leningrado a Vladivostok. Nada menos que siete mil kilómetros de vías férreas.
Precisamente de Asia hasta Europa.
- La epopeya de los zares - observó Carmen
con cierta tristeza.
- Nadie debía morir sin haberla conocido a
través de sus mil estaciones a lo largo de Siberia y Rusia.
-
Más grande que la Orient Express de los europeos.
- ¿Quiere acompañarme en ese viaje?- dije a
boca de jarro.
- Desde luego - dijo enseguida y la sonrisa
regresó a su vida -. ¿Pero cual de los dos itinerarios que hemos mencionado? ¿Vladivostok o la Orient Express?
-Usted decida.
-¡Los dos!
- ¡Convenido! Pero antes he de ir en tren
de México a Ciudad Juárez. Apenas dos mil kilómetros...Era la manera en que los
pueblos del desierto viajaron durante un siglo hasta la capital de la
república. Y regresaban a sus poblaciones del desierto. Son los mismos rieles
en los que se hizo la Revolución Mexicana. Cork dejó su comunidad en el
desierto para venir a estudiar a México,
cuando era niño, viajando en tren...
Carmen me interrumpió para decir con toda
la alegría, reflejándose en su hermoso rostro:
- Entonces me decido por las tres: Vladivostok,
Orient Express y Ciudad Juárez. Y yo no he de
poner nada en orden respecto de mi trabajo. Tengo mi consultorio propio.
Me comunicaré con mi clientela sugiriéndole que en lo sucesivo sea atendida por
alguno de mis colegas. Basta que ahora mismo hable por teléfono a mi familia, a
cualquiera de los restaurantes de la línea Puebla - Veracruz. Mañana mismo
podríamos emprender esos viajes...Mi cuenta en el banco no es fabulosa pero será
más que suficiente.
- Puede llevarnos un tiempo considerable -
dije como preguntando si estaría dispuesta a pasar meses viajando. En realidad
era irse a vivir al tren por algún tiempo. Su respuesta fue tan natural que
parecía que tenía tiempo pensando en ello:
-No
hay prisa. Tenemos toda la vida por delante...- y agregó algo que tenía la intención
de despejar de toda angustia la situación:-.Y cuando la flaca cartera de un
académico se haya agotado, yo sacaré la mía y agregaré lo que haga falta,
¿entendido?-
A manera de broma dije:
- Parece que la verdadera liberación de la
mujer empieza cuando puede, y quiere, invitar a un hombre...
- Y tú eres mi hombre y yo te invito. ¿De
acuerdo?
- Empiezo a verte cara de George Sand -.
Ella sabía a qué me estaba refiriendo.
No pude terminar la frase pues aquellos
labios tremendamente eróticos me callaron...
- Pamplinas de los psicólogos. Es igual
arriba que abajo…
Por
fortuna el mal tiempo apenas duró unas
horas. Después las nubes se hicieron menos espesas y el cielo despejado empezó
a ensanchar su dimensión. Ella miraba con mucha atención hacia el cielo
estrellado. A la pregunta necia mía en el sentido que si el cielo le parecía
hermoso, respondió en broma:
- Es bello. Pero busco algo concreto.
- ¿La nave de otro planeta?
-
A la estrella Cacciaguida.
Conocía bien el mapa del cielo debido a nuestras
incursiones en el desierto, pero Cacciaguida no me rebotaba por ninguna parte.
- Jamás la he oído nombrar.
- Yo tampoco. Fue hasta que leí La Divina
Comedia.
-Es fácil localizarla- dije con
suficiencia.
-
¿Cómo?- preguntó con
curiosidad.
-
¡Ahí, a la derecha!, ¿la
ves?
-
No.
-¡Está próxima a la estrella que habita el
Principito!
- ¡Cierto!- contestó riéndose- ¿Cómo no se
me había ocurrido tal cosa.
Luego de la cena caminamos dos calles para
llegar al hotel. De pronto Carmen se paró señalando con la mano. En un poste de
madera estaba pegado un enorme cartel de propaganda política, pues se
aproximaba el tiempo de elecciones para
diputados y senadores en el país.
Era una enorme foto y abajo, en rojo:” Con
Salim para senador, por la democracia, hasta la victoria”
En el hotel Carmen veía hacia la noche en
dirección del Popocatépetl.
-
No debes de preocuparte de Cork. Si él quisiera, bajaría corriendo y en dos
horas llegaría a Amecameca. Recuerda que en su pueblo todos corren detrás de
una pelota de madera durante horas. Corren y corren porque ya lo traen en la
sangre. Se van por valles, sierras y planicies y luego de darle una vuelta al
mundo regresan a su pueblo precedidos por la pelota de madera. Aquí al menos
dos veces en el año sube corriendo de
San Pedro Nexapa hasta Tlamacazcalco por toda la carretera.
Esa
noche, después de cenar y observar la cabellera rizada de Carmen, su piel
oscurecida, los sensuales labios abultados y la estructura de su cuerpo, le
había dicho:
- Tu hermoso ADN viajó desde muy lejos
antes de llegar a México.
- Luego, mirando ella hacia mi pelo rojo,
observó divertida:
- El tuyo también, Guillermo.
- Así es.
Iba yo a
decir algo del ADN de Cork,
cuando recordé que Carmen le había preguntado en el refugio de Ayoloco:
- ¿Y el tuyo?
- ¿El mío?...Chihuahua. Apenas dos mil
kilómetros. Nada de otro continente...
- ¡Bering!- corrigió Carmen y agregó:-Veinte
mil años, según las puntas clovi.
Cork abrió mucho los ojos. Al parecer no
esperaba aquello. En tono de admiración, exclamó:
- ¡Formidable mujer! ¡Te felicito
Guillermo! ¡Cuídala! Su cultura es tan amplia como su trasero.
-¡Grosero!-protestó Carmen.
Veía a Carmen con su libro hasta muy
entrada la noche, bajo la discreta lámpara de sobremesa, en el rincón de la habitación del hotel.
Usaba lentes para leer. Y, una vez que empezaba, pronto parecía despegar de la
tierra que pisaba y perderse en otros mundos.
Luego la escuché decir, como quién está
relatando el placer de haber comido una buena rebanada de delicioso pastel:
- Una verdadera dicha esto de leer
libros... Pero también tiene su aspecto de desazón. Sucede como cuando tienes
enfrente cinco mujeres bellas que te sonríen pero sólo puedes dedicarte a una.
O tres pasteles deliciosos del cual nada más podrías probar uno. O cinco
automóviles que te encantan y te es dado conducir en determinado tiempo nada
más uno. Así es esto de los libros. En ocasiones te dedicas a uno de esos libros
y vas avanzando un poquito tres o cuatro a la vez. Pero hay otros dos por ahí
frente a los que no puedes resistir la tentación de, siquiera, echar una
ojeada. ¡Y ya estás, perfectamente “enlibrado”! No se puede ir de esa manera a
ningún lado.
-¿Y?
-¡Es necesario mandar todo al demonio y
empezar de nuevo con uno!..o dos.
En el tercero y último día de nuestra
permanencia en Amecameca asistimos al cine. A la salida fuimos a cenar en la
cantina de la esquina noreste de la plaza principal de la población. Este lugar
es famoso por la manera como preparan los mixiotes
que ahí sirven. Y como acompañamos ese platillo caliente y muy picoso con un
tarro de cerveza fría, pues todo fue mejor. En este país todavía no es recomendable entrar a una
cantina si se va acompañado de una mujer. Hace algunos años la cantina era un lugar reservado para los hombres. Un
mundo exclusivos de borrachos malhablados, fanfarrones y pendencieros. En las
cantinas mexicanas se morían más buscabullas que soldados murieron en toda la Revolución
Mexicana. A últimas fechas ya se ha vuelto menos extraña la figura femenina en
esos ambientes. Aun así cualquier día se puede uno encontrar conque alguien
quiere agarrarle las nalgas a tu pareja o bien hasta querer raptarla a la
salida aprovechando la noche oscura y la complicidad de compañeros de parranda.
Es un lugar amplio pero aun así escogimos
la mesa apartada de una esquina
En los días que llevábamos en Amecameca le había
escuchado desarrollar los temas más variados. Ya para entonces a Carmen empecé
a llamarla Scherezada.
- O leemos libros o nos regresamos a
Neandertal, dijo.
-Entendido, Scherezada - dije -, por esta
noche ya puedes irte a dormir. Estás perdonada hasta mañana que el verdugo te
cortará el cuello con tremenda cimitarra....
Se desnudó. Sacó de su mochila una bata que
había comprado en un establecimiento cerca del mercado. Hasta entonces sólo
había tenido una idea de las nalgas soberbias que en realidad poseía. “las
nieves de Siberia se van a derretir
conforme pase nuestro ferrocarril”, pensé.
Cuando
esperaba, muy interesado, escuchar otro relato, escuché decirle:
-¡Ahora quiero que me des un beso!- pero
agregó en seguida:-. ¡No, espera!
Se
levantó y, acercándose, me tomó de la cara con suavidad y pegó sus labios a los
míos.
Me dispuse a pagar la tenue luz que salía
de cerca del piso pero ella me detuvo:
-¡No! Déjela. Además de sentirnos,
necesitamos conocernos...
Debo confesar que yo no tenía mucho que
enseñarle. Pero aquella mujer era especial. Lo comprobé cuando le escuché decir:
-
En el mundo de la causalidad todo es cuestión de física. Ahora sé que aunque
tengamos ochenta años, tú me harás feliz...Y como eres deportista y haces
ejercicio por hábito, eso podría prolongarse hasta los cien años.
-Eso espero.
Expectante,
me enderecé un poco para ver la expresión de su rostro medio tapado por las
almohadas. Sin abrir los ojos sintió mi mirada y, obsequiándome con su sonrisa,
la escuché decir:
-Hay
hombres que reafirman su
confianza por medio de palabras
encantadoras e íntimas que escuchan de la mujer. Estas pueden ser más o menos
sinceras por parte de ella. Entran en juego muchas situaciones como la pasión,
la inseguridad económica, los celos...
No
estaba seguro a dónde quería llegar.
-
¿Y?
Volvió
a reír, ahora de manera decidida:
-
Tu no tiene por que
preocuparte. Nuestro amor no se mide sólo en palabras...
-
¿De qué otra manera?
-En
los centímetros cúbicos de una probeta...Ante tal evidencia no hay argumento
que valga.
-
¿En centímetros cúbicos? ¡Jamás se me hubiera ocurrido expresarlo de esa
manera!
Ahora sabía que con la hermosa y
temperamental Carmen, que en ese momento tenía sobre mi pecho, y sus morenos
senos casi cubriéndome la cara, se podría alcanzar la mayor orgía de amor que
hombre alguno podría soñar. Sin embargo tuve conciencia desde ese momento que
yo había sido incluido al dossier de
Carmen. Ella era ella y yo acaba de trasponer la puerta que me permitía la
entrada a su universo. Pero nada más. En la medida que yo la cuidara ella me
conservaría dentro de su pecho. De otra manera simplemente me dejaría fuera.
Como dice Cork que hacen las mujeres navajas. Podríamos vivir juntos toda la
vida pero ojaláfuera en la comunión que habíamos alcanzado en esa noche.
Pronto descubriría que Carmen Amaba a
Virgilio. Más que a Poquelin y que a Gothe mismo. De hecho conoció a Virgilio a
través de Goethe. Por Dante volvería a
encontrar a Virgilio y leyendo a San Agustín había encontrado de nuevo a
Virgilio. En adelante ni siquiera el mismo Homero ni tampoco Odiseo llamaron
tanto la atención de Carmen como Virgilio. Todo lo que este poeta había escrito
o que se relacionara con él, le interesaba de manera especial. Lo descubrí a la
mañana siguiente. Aun no se terminaba de vestir cuando la escuché relatar algo
que me pareció de calidad. Empezó de esta manera:
Se tiene la impresión que ahora la lectura
de La Divina Comedia ha quedado circunscrita a los círculos de estudio…
-
¿Porque Virgilio y no Dante?
-
Virgilio, un siglo antes de Cristo, escribió la Eneida. Se trata del antecedente
de La Divina Comedia. Cuando Troya... Pero esa es otra historia - dijo
callándose de pronto. Y volvió a besarme...
49
Por
la mañana del tercer día, tal como lo habíamos planeado, dejamos Amecameca
después del almuerzo. Liquidamos la cuenta en el hotel y echándonos las
mochilas al hombro, caminamos hacia la plaza del centro de la población.
Tomamos un vehículo y enfilamos hacia Tlamacazcalco. En una hora llegaríamos al
lugar donde nos esperaba Cork. Pero apenas hubimos pasado San Pedro Nexapa,
fuimos detenidos por los grupos de salvamento.
El hielo cubría de tal modo la carretera que,
por seguridad, a ningún transporte dejaban pasar. La solución era volver a la
población y esperar otros dos días en tanto el sol fundía la nieve. Pensamos en
Cork. Estaba aislado a veinte kilómetros de distancia y casi a dos mil metros
por arriba de donde nos encontrábamos. Y esperando nuestra llegada. Salir de
esa situación para él resultaba sencillo.
Simplemente bajaría corriendo a través del bosque y listo. En dos horas
estaría en la población. Pero en la fase en que se había venido desarrollando
el plan original de nuestra travesía alpino - arqueológica, desde el monte
Tlaloc, ya sólo quedaba la última etapa por recorrer. Desde luego que no
bajaría, pese a la escasez de víveres en su mochila. Era demasiado cabeza dura
para abandonar la empresa a estas alturas del desarrollo de la empresa.
Tuve
que tomar una decisión. Carmen quería acompañarme a toda costa pero me opuse.
Remontar cerca de dos mil metros en
veinte kilómetros sería una prueba por demás fatigosa para ella. Metí cuantos
víveres pude en la mochila y le dije que regresara a Amecameca. Había tal
cantidad de vehículos detenidos que cualesquiera la llevaría de regreso a la
población. Ella me veía consternada. Quería acompañarme y había soñado con
participar en el descubrimiento del Teocuicani. Al despedirme le recomendé:
-
Regresa a México. O si prefieres, pasa un día o dos en Amecameca. Instálate en
comodidad en el hotel y espera. Aunque no le veo caso. Pero no intentes
alcanzarnos en Tlamacazcalco, en la situación que la nieve se fundiera pronto y
el paso de la carretera quedara libre…Hoy llegaré, a como de lugar, al albergue
y mañana, o más tarde pasado mañana, habremos empezado a desplazarnos de nuevo
hacia el sur. Conservando el paso por las cotas elevadas. No nos encontrarías
ya. Adiós, pues. Te amo y te deseo. O te deseo y te amo. ¡Cuídate! Me marcho.
No hay tiempo que perder. Saqué de la mochila un pequeño paquete que contenían
tres libros y se lo di.
-
Guárdamelo, por favor. Necesito economizar peso y no puedo llevarlo desde aquí.
Al regreso me lo das.
-Desde
luego -dijo.
El
día anterior nos habíamos metido a una librería
del centro de la población. Carmen dijo que quería comprar algo. Tenía
claro lo que buscaba. En breve puso en mi mano a tres autores. Eran
Schopenhauer, Maugham y Salvador Elizondo.
Me los obsequiaba.
-
Son tres grandes pensadores- había dicho-. Cada uno en su campo. Tú los has
mencionado en algunas ocasiones. Me gustaría que, en los tiempos que están por
venir, tú y yo los leyéramos. Con calma. A profundidad. El escepticismo,
misoginismo y la soledad del primero, y la mariconería del segundo, no deben
detenernos. Son grandes pensadores en el mundo de las letras. Salvador Elizondo
tiene un interesante trabajo sobre La Gioconda. ¿Te gusta la idea?
-
Me encanta tu ocurrencia...
Luego
de guardar el paquete en su mochila, nos dijimos adiós. Era el segundo adiós.
No quería ser dramático y simplemente le dije adiós agitando la mano en el
aire. Me di la vuelta y empecé a caminar.
Carmen
traspuso la valla que hacían los hombres del Socorro Alpino, algunos de los
cuales conocía yo. Me alcanzó y me dio un beso en la mejilla. Me entregó un
sobre.
-
Esta carta la recibí en mi casa, el día
que dejé la ciudad para reunirme con ustedes en Río Frío. Es para Malcom.
Entrégasela, por favor. Me había olvidado de hacerlo personalmente cuando
estuvimos allá arriba… ¡Ah!, y no regresaré a México. Hoy y mañana permaneceré
en Amecameca, en efecto, pero en los
días siguientes alquilaré un automóvil e iré por carretera hacia Ozumba y Atlahutla.
Y a todas las demás poblaciones del sur que sea necesario. Hasta Tetela del
Volcán, si es preciso. En alguna de ellas tal vez salgan, si es que en esta
ocasión tampoco encuentran el
Teocuicani. Y yo estaré al pendiente. En todo caso esperaré. Esperaré todo el
tiempo que sea necesario. Y si en
algunos días no regresan acudiré al Socorro Alpino y a cuantos guías
profesionales sean necesarios y organizaré una partida de rescate... Sobre todo
quiero que recuerdes que no tengo vocación de ser sacerdotisa de la vida
solitaria. Ni tampoco confundo la frigidez con la filosofía. ¡Te esperaré!
Sólo
acerté a decir:
-
¡Ya volveré!, ¡Volveré! Volveré para amarte y para que me enseñes a amar a
Virgilio - dije y me apresuré a marcharme antes que las cuerdas de mi alma
perdieran esa tensión que se necesita para
caminar por las montañas. Confieso que tuve que hacer un doloroso
esfuerzo de voluntad para cortar aquel encanto. Después de todo, no me hacia
tantas ilusiones. Miles de hombres que marcharon a la guerra jamás volvieron.
Se despidieron con la misma efusividad
con la que lo hacíamos Carmen y
yo...Y el enemigo humano sólo es un pigmeo comparado con la montaña...El tercer
adiós tuvo que ser, por necesidad, más abrupto. Simplemente me di la vuelta y
empecé a caminar de nuevo.
Caminé un rato por la blanca carretera. A la
derecha dejé el caserío de La Comunidad y más adelante el bosquecillo
artificial de Los Viveros. El viento
pasaba y de vez en cuando las ramas de los árboles, demasiado cargadas de
nieve, se desgajaban y se venían abajo. Más adelante, al acercarme a las
estribaciones suroeste de la montaña remonté la pendiente hacia la derecha. Aquí el
bosque se mostraba ya desbordante de nieve y de luz. Miré hacia abajo tratando
de escudriñar la sima oscura de las grande cañadas invisibles. Tuve la
impresión que el buen tiempo se
sostendría. Ahora un vientecillo helado
recorría la floresta haciendo notar su presencia a través de pasar entre los
árboles y hacer caer los carámbanos de hielo. En tanto me ponía de nuevo la
mochila sobre los hombros, después de un breve descanso, y aspiraba con todas
mis fuerzas aquel aire diáfano, me dije que no podía existir un mundo más
hermoso que este. Es decir, rectifiqué, solamente la cultura y las piernas de
Carmen...
En
tanto recuperaba la respiración, tirado entre los grandes zacates, todavía
agitado por el esfuerzo, encendí mi teléfono móvil para ver si Carmen me
enviaba algún mensaje que me contara de su regreso a Amecameca. Nada. Había
otro correo. Era de Sandra V. Chacón González. No conocía a la mujer que me lo enviaba. El texto decía: “Soy
hija de Miguel Ángel Chacón Gutiérrez quien en cordada con Juan Medina Saldaña ascendieron
a los Corredores de la Iztaccihuatl el 25 de noviembre de 1975 donde, en los Corredores
de Oñate, habiendo asegurado la ascensión por la Rampa, con una clavija de cola
de cochino, les sobrevino un alud y cayeron 400 metros con un rebote a la mitad
del camino. Al salirse la clavija no hubo qué los detuviera. Ambos
experimentados alpinistas, y excelentes hombres, padres y amigos se les sigue
recordando con respeto y mucho cariño.”
Nunca
los olvidaremos, me dije. Los que caen en la montaña pasan a vivir para siempre
en nuestras almas. Y si el accidentado fue el compañero de cordada, el sobreviviente se preguntará todos los días:
¿por qué? Sobre todo se piensa en todo lo que ya no pudieron vivir. Algunos ni siquiera
conocieron hijos y otros a sus nietos. El hijo de Oñate, muerto junto con su
padre en la Rampa que lleva su nombre, tenía 17 años de edad…Pero no hay respuesta.
Con Juan Medina, de México, y con Santos Castro, de Real del Monte, Hidalgo,
había yo hecho escaladas inabordables para ese tiempo. Eran, verdaderamente,
como dice Sandra, excelentes escaladores. No tuve la fortuna de conocer a
Miguel Ángel Chacón pero igual lo sentía y volvía a preguntarme ¿por qué? Santos
Castro murió en la norte del Abanico del Popocatépetl (que en ese momento tenía
yo casi sobre mi cabeza). Se desprendió, quedó herido y durante horas osciló
llevado por el helado viento de los cinco mil, hasta que se dobló sin vida. Su
cuerpo siguió oscilando, como péndulo.
Ni siquiera puedo imaginar el estado de ánimo
de los familiares de los que caen en la montaña. Todo lo que se diga resulta pálido.
¡Condenado deporte este del alpinismo! Lo absurdo es que, si tuviéramos otra
vez la oportunidad de decidir, volveríamos a escoger subir montañas.
El cielo seguía siendo azul y el sol llenaba generosamente el
panorama de la alta montaña, arriba de los cuatro mil. En todo el trayecto la
negra pared norte del Abanico, llenos
sus corredores de nieve y hielo, brillaba muy arriba de los bosques. Proyectaba
su hermosa figura para los turistas y su angustiosa imagen para los escaladores
que, muy en el fondo, todos soñaban con abordarla alguna vez. Más tarde, al
ganar la cresta norte de la cañada de Nexpayantla, el sol inundaba con
intensidad los valles profundos y cálidos del oeste.
Entonces, no obstante el peso de la mochila
por los víveres que llevaba, estuve seguro que antes del anochecer alcanzaría
los cuatro mil del albergue Tlamacazcalco. Luego de otro descanso me levanté.
Me disponía a continuar la ascensión cuando escuché una voz lejana que me
gritaba: “¡Espera!”
Se
trataba de otro montañista que, por lo visto, así como yo, había decidido
llegar caminando a Tlamacazcalco. No lo conocía. Cuando llegó hasta donde me
encontraba dijo llamarse Jorge Rivera. Conocía a Cork.
-
También me intereso por el Teocuicani. Desde hace tiempo. He hecho por mi
cuenta algunas salidas de búsqueda a la alta montaña pero sin éxito. En San Pedro escuché parte de tu
conversación con aquella hermosa mujer y
nombraron la palabra Teocuicani. Comprendí que ustedes también estaban en eso.
Conozco a Cork y seguramente no habrá inconveniente que me una al grupo. ¿Qué
dices? Aquí llevo una buena cantidad de latería, además de carne fresca…Una
tienda de campaña en la que, en caso de emergencia, cabríamos los tres…
En
tanto se daba un respiro por la marcha apresurada que había tenido que hacer
para alcanzarme, dijo sentado sobre la arena negra de la pendiente y recargado
en su mochila, al tiempo que se secaba el sudor de la frente:
-
Sé que Cork ha buscado esa montaña arqueológica por más de diez años. Yo
también tengo algún tiempo, Charnay, Lorenzo y quién sabe cuantos más, que no
sabemos, la han buscando…Ojalá esta vez tengamos suerte. Uno nunca sabe…
-
Por mi parte encantado - le dije -. Pero basta de estar platicando aquí como si
estuviéramos de compras en el mercado. Nos espera un buen trecho de duro
ascenso.
-
Desde luego - respondió el otro que era resistente y se veía de suficiente
experiencia en la montaña -. ¡Vamos, pues!
Juntos
seguimos hacia arriba. El pájaro de las alturas planeaba cerca de una nube
algodonosa. Otra nube también pasaba
desgarrandose entre los riscos de la Torre Negra y perezosamente seguía su
camino hacia el oeste.
Todo
era bello.
-Sí,
bien vale la pena, cualquier esfuerzo y cualquier pena-dije.
-A
qué te refieres-preguntó Jorge.
-A
la búsqueda del Teocuicani…
50
Cork
nos vio de lejos mientras doblábamos el último recodo del sendero.
La
plazoleta, entre los dos albergues de Tlamacazcalco, estaba llena de nieve
debido a las tormentas de las últimas semanas. Pero esta mañana el cielo volvía
a recuperar su intenso color azul. Salvo alguna raya blanca algodonosa que
parecía moverse con suma lentitud hacia el oeste, todo estaba en calma. El
viento apenas sí imprimía algún movimiento a las hojas de los árboles que a la sazón
tenían un peso adicional de nieve. Ayer en la noche el Popocatépetl había
lanzado de pronto una columna de humo de al menos tres kilómetros de alto, muy
visible desde Amecameca, pero el volcán ahora estaba en santa paz.
Alcanzamos
el albergue y sólo hasta llegar al pie de la chimenea bajamos las mochilas. Le
presenté a Jorge Rivera.
-Tiene
años buscando el Teocuicani.
Cork
sólo dijo:
-Ya
somos tres, bienvenido. Ya nos conocemos.
Comimos
como sólo los montañistas saben hacerlo cuando dejan sus mochilas en el suelo
después de una extenuante caminata. Empezamos remojando nuestra garganta con
medio litro de vino tino tomado casi sin descansar.
Por la noche, ya
metidos en nuestros sacos de dormir, encaramados en las literas del antiguo albergue,
le había dicho a Cork:
-
A veces pienso que las cosas no te serán fáciles con Clemencia…
-
Puede que estés en lo cierto. Nuestra relación se parece al Big Ben. Ella es la
que se acerca y me busca y me encuentra sin importar el lugar en el que viva y,
según dice, en la época en la que viva. Pero luego se aleja. Dudo que esta vez
me encuentre en territorio Navajo, a donde viajaré dentro de poco tiempo.
Clemencia no quiere abandonar su
horizonte...
-
¿Cuánto puede durar ese Big Ben?
-
Lo ignoro…Lo cierto es que en el norte...
-
¿Insistes en la muchacha, habitante de Irritiland?
-
Pertenece al grupo de los hopis.
- ¿Cuándo la conociste?
-
No la conozco.
-
No entiendo. ¿La contactaste por Internet?
-
La gente grande del grupo se encarga de ese asunto. No tengo por qué
inquietarme.
-
¿Estás loco? ¡Esa muchacha...! ¡No existe en realidad!
-
En cualquier momento puede ser más real que Clemencia.
-
¿Y si no te gusta la mujer que te señalen para casarte? ¿Y qué pasa con tu
libertad de elección?
-
Nunca dije que se tratara de matrimonio, pero esa es la idea. ¡Tiene que
gustarme! Allá, como acá, la selección entre las almas y los sexos debe entrar
por los ojos, seguida por el trato, lo que sugiere un periodo de convivencia
con la comunidad. Sobre todo que la comunidad tienen aquí su opinión pues mi
presencia la afectará para bien o para mal. Lo mismo sucede en cualquier ciudad
del mundo. Aunque no en todas se sigue contando con ese censor social que
significan los ancianos o guías. A eso se debe que, con el tiempo, la ciudad va
tomando el estilo de la gente que en su mayoría la habita: tiene un proyecto,
hay progreso, se debilita, es estudiosa,
sólo va tirando, es vandálica, asciende, se consolida o tiende a
disolverse…
-
¡Pero, qué diablos! ¿Te imaginas cómo puede ser esa relación?
- Vine al mundo para esa relación- dijo un
poco en broma recordando el Evangelio de Mateo. Después, en serio,
agregó:-. De entrada debes de saber que
la mujer hopi es la que lleva la voz cantante en la vida de su sociedad…¿ Libertad de elección? No me vengas
con esas…Muchos hicieron uso de su libertad y... Otros, y no pocos, decidieron
con libertad cuántos hijos tendrían y dejaron niños en los cuatro rumbos de la
ciudad...Estos ahora viven en las
cloacas del primer cuadro de la ciudad o bajo los puentes del metro Taxqueña...O en el metro Zapata...Ciento setenta mil niños de la calle en el país no le
confiere certificado de salud a ninguna
sociedad. Por lo pronto tengo dos o tres oportunidades para decidir.
-
Menos mal que tienes varias oportunidades pero, ¿por qué dos o tres? Es lo que
llamo limitar la libertad del individuo.
-
Seguramente. Pero estaré mejor que Adán. No tenía mucho de dónde escoger…
-
¿La mujer hopi también selecciona?
-Sobre todo la mujer navaja y la hopi. Como
todas las mujeres del mundo. La vida entre los navajos lo centraliza la mujer.
Las sufragistas inglesas del siglo diecinueve, las costureras estadounidenses
en el principio del siglo veinte y las feministas mexicanas en los años
sesenta, empezaron a querer ejercer una vida en su sociedad que la mujer navaja
practica en líneas generales desde hace siglos. Como siempre, y en todas
partes, donde el alma rural haya conservado las condiciones de vida pegadas a
la tierra. La lucha de los derechos de las mujeres es propia de las ciudades
grandes. Como aquí todo tiende a diluirse, esa lucha busca reconquistar una
preeminencia que ya tenía la mujer en los ambientes ordenados de las
poblaciones chicas y que perdió al emigrar a las metaciudades. Las mujeres
hopis- navajas son la representación, y la preservación, de una alma colectiva
que cada vez se conoce menos en la multitud de la ciudad, porque ésta ha dejado
de ser ciudad para convertirse, como dice alguien, en sólo un inmenso montón de
casas. Por lo demás, dime Guillermo, ¿siempre se acierta en la ciudad cuando
haces valer tu libertad de elección? El hombre que se casa descubre veinte años
más tarde, que tuvo que estar desempeñando el fatigoso papel de un padre. No
hagas aquello, cuidado con esta situación... Para entonces ella está tan
fastidiada, de esta inesperada custodia, que realmente se sentiría feliz de
poder quedar libre. Es el precio del pensamiento apolíneo en las civilizaciones
occidentales. Para colmo, él, ya bastante maduro, vuelve a tomar bajo su
custodia a otra mujer, ahora joven. Aquella, a su vez, no tendrá mayor reparo
en ponerse de nuevo bajo la protección de otro hombre, de preferencia joven. O,
en su ausencia, maduro. Y vuelta a empezar.
Empezó a parecerme interesante ese asunto.
-
¿Y, allá, cómo es todo esto?
-
Con la mujer hopi no cabe este juego. Su práctica étnica naturalista, pegada a
la tierra, le advierte que al primer paso en falso hay que dar por terminado el
asunto. Antes que pase el tiempo. Las parejas que han llegado a la ancianidad
es que tuvieron siempre presente todo esto. Desde muy temprano aprendieron
a caminar sobre el filo de la navaja.
- ¿Pero que vas a hacer allá?, ¡Tú
perteneces a la vida moderna de la ciudad!
- Entre proyecto y proyecto a desarrollar,
en cualquier parte del planeta, volveré a Tlamatzinco. Ese será mi punto de partida y al lugar donde debo regresar.
Entiende que sólo en esos horizontes de primeros planos dorados y fondos azules
envueltos en una atmósfera de lejanía, está la promesa de la vida, la
perspectiva que habla del porvenir. En las calles y callejas, de la ciudad
antigua, llenas de metafísica, anida el sentimiento de lo íntimo, que encierra
a su vez el peligro de volverse tan íntimo que, un día, ya no le guste el sol y
desemboque en la deformación somática y espiritual. La ciudad, como la
conocemos, está hecha en el aspecto que te estoy diciendo para protegerse del
sol, de la lluvia, del viento, de la oscuridad, del rojo, del verde, del azul y
se enseñorea en ella el color pardo. Y como en este país no se escucha a los
arquitectos del paisaje, después de la ciudad antigua está, por todas partes,
la ciudad caótica, por lo que de una planeación obsoleta se pasa a un desorden
manifiesto.
- En la ciudad hay museos, bibliotecas,
conciertos de música clásica y popular, exposiciones de pintura, cines,
teatros. En fin, está la cultura…
- Como si no estuviera. Agarra al primer
hombre que pase por la calle y pregúntale cuántas veces ha frecuentado en el
último año esos lugares. Te dirá que la
última vez fue cuando de la escuela secundaria los enviaron, como tarea, a visitar
museos.
- ¿Y si un día ya no funciona el
matrimonio, qué diablos vas a hacer?
- Marcharme. Se vale. Igual sucede en
nuestras ciudades. Puedes verlo en los largos mostradores del Ministerio
Público. El montón de solicitudes de divorcio es sólo un poco menos alto que el
que hace las solicitudes de matrimonio.
- ¿Marcharte tú? ¿Por qué no ella?
- No lo sé. Pero ella no es la que se va.
El hombre es el que tendrá que seguir su camino.
- Como sea, la separación debe ser improbable entre los hopis, ¿no?
- Tampoco lo sé. Espero que así sea. Allá
los matrimonios son para siempre. Pero no se descarta que una mujer hopi de
todos modos se canse de su compañero. Recuerda que la mujer soltera universal vive
soñando en el día que contraerá nupcias y, ya casada, se la pasa soñando con
volver a ser soltera. “Cuando uno se siente amarrado tiende a liberarse” dijo
un personaje de Benedetti. Nada tiene esto de raro en cualquier cultura, con
las uruguayas, las africanas, las alemanas o las mexicanas. Pero en tanto en
otros pueblos deshacer el matrimonio significa un verdadero intríngulis de
desgarre sentimental, legal y económico, entre ellos no.
- ¿Cómo sucede?
- Ya
te dije, simplemente puedes encontrar un día, al amanecer, tu mochila, tu
piolet y tus crampones, en la puerta de la casa que da a la calle. Ya ni
siquiera se asomará ella por la ventana. ¡Nada! Y ahí acaba todo. Ella volverá
con su familia y tus pertenencias y tu casa
se irán tras ella.
- ¡No juegues!
- Bueno, la indemnización por uso y la
pensión alimenticia, si es que hay hijos, que ella seguirá criando, también se
estila entre las leyes de las caras pálidas. Peor aun, la mujer occidental u
occidentalizada, te persigue a través de cuanto trabajo puedas conseguir en,
por lo menos, dos décadas, para expropiarte legalmente, olímpicamente, parte de
tu salario. Si se pone de acuerdo con su abogado entre los dos te dejarán
solamente con tu hojita de parra en cualquier banqueta de la calle de la
ciudad. La mujer hopi solamente una vez te deja en pelotas y no vuelve a
interesarse por ti en la vida.
- ¿Seguro?… ¡ Oh diablos, cómo pudiste…?
-
Son las leyes de mi pueblo.
- ¡No eres hopi! ¿O sí?
- Como si lo fuera. Por el tipo de sangre
no hay problema. En la base de mi espina dorsal también está una pequeña mancha
de tonalidades violáceas…Llevamos el mismo lunar asiático. Por eso es Irritiland. Básicamente la religión
teotihuacana y la de Casas Grandes es la misma que la hopi-navaja. Pertenecer a
una cultura, en un grupo en el que todos sus componentes estén cohesionados, en
un sentimiento cósmico, en los mismos símbolos, y que todos se imaginen al
universo de la misma forma... Ahí por lo pronto se ve el proyecto de la
permanencia en los símbolos. Un habitante nato de la ciudad no puede sentir la
distancia como alguien que ha nacido en la llanura. Hay que ser especial para
haber nacido en la ciudad y sentir la distancia. Pero no así el habitante nato
para el que el universo termina en la
última calle de la periferia. Para mi los muros de la ciudad aprisionan
hasta al viento. Estos muros condicionan a los que nacen entre ellos. Es una
tendencia al senequismo y esto desde luego es un bello acontecimiento. Un
habitante del desierto lo aprecia mejor que nadie en el mundo. Es una gran cosa
eso de vivir entre la gente. Pero cuando la ciudad rebasa ciertos límites, esa
tendencia se vuelve negativa. Lo mismo que en los laboratorios donde las
colonias de experimentación sus individuos son demasiados, empiezan a agredirse
entre si. En lugar de seguir desarrollando el espíritu de colaboración, salta
la tendencia individualista depredadora...
- Se me dificulta entenderte...
- ¿Por qué los hopis- navajos y no los
huicholes o los aimará de Perú o los ranqueles del sur de América? Son grupos que más pureza han podido conservar en
sus tradiciones. Debido a ello no requieren más para resolver las
necesidades inmediatas y estéticas que
van encontrando en la vida. ¡Si los mestizos los dejaran vivir en paz! Por mi
parte necesito una tradición indígena capaz de aceptar lo mejor de la tradición
europea... y estoy pensando en su gran tesoro cultural y tecnológico. - ¿Y eso
lo encontrarás en los desiertos desnudos?
- Mi mochila siempre tendrá un kilo de
tortillas y un ejemplar de estos pensadores.¡ Ah, y un trago de cerveza para
remojar la garganta! El desierto ocasiona mucha sed…Pero no te preocupes. En lo
relacionado con la muchacha que me
espera creo que agarramos el asunto por el final. Un feo final que espero no se
dé. Tal vez viva con mi mujer un final
color de rosa como en los cuentos de los hermanos Grimm... Por otra parte, ¿te
imaginas vagando a través de la llanura hopi-navaja, roja como el Sol, en
caballo o a pie. ¿Has oído hablar del desierto norteamericano de las Cuatro
Esquinas
- ¡Se trata sólo de una reservación?
- ¡Tan grande como Holanda y Bélgica
juntas! Y con la seguridad que los gringos
no la ametrallarán, como hizo Porfirio Diaz con los mayos, para quitarles sus
tierras! Esa etapa fue larga y por demás dolorosa, en Estados Unidos, pero al
fin ha pasado.... ¡Ah, que delicia! Levantar mi ligera tienda de dos metros por
tres en cualquier parte del desierto o encaramado en alguna meseta desnuda,
barrida por el viento con nieve o con cuarenta grados calientes. La bella muchacha india (porque tiene que ser
bella y con un hermoso trasero) siguiéndome o bien esperando con su familia,
tejiendo sus encantadoras cobijas de lana, plasmando en ellas la simbología
ancestral de su pueblo
- ¿Y Clemencia?
- Es extraordinaria. Pero un hombre, un
montañista, necesita una mujer real. Clemencia viaja mucho por esos planetas de
los espacios siderales. Es la medida de su anhelo de libertad. Los niños, es
decir, los hijos, no necesitan una madre virtual. Precisan una madre que se
ciña a las despiadadas leyes de la rutina hogareña y social. Por lo menos
durante los primeros treinta años de su formación académica.
- Quizá tengas razón... En todo caso no hay
que malgastar la fe en amores sin porvenir, canta Zitarrosa. No hay por qué
hacer un drama.
- En el mundo hay millones de Clemencias y
otros tantos millones de Torringtones.
Pues sí, Clemencia era bella y él se sentía
contento en su proximidad. Pero la falla
que él encontraba de esta belleza es
cuando se preguntaba qué puede ella aportar en la vida diaria, de un
hogar, si gusta de permanecer la mayor parte de su tiempo viajando por las
estrellas...
De pronto se me ocurrió algo para hacer que
Clemencia se olvidara de los viajes interplanetarios.
-¿Qué es eso?-preguntó Cork desde su litera
metido hasta las orejas en su bolsa de plumas.
-Es sumamente sencillo. Obséquiale un teléfono
móvil.
Al punto Cork comprendió lo malévolo de mi
plan.
-No tengo derecho para aplicarle eso. Además,
sólo sería pasarla de una obsesión otra y la convivencia con la humanidad
quedaría sin haberse restablecido…
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